“Me atrevería a decir que nací enamorada de la palabra escrita, porque nadie me enseñó a escribir: lo aprendí leyendo”.
Una entrevista para celebrar la palabra
y la creación literaria
Encontrarse en la vida con verdaderos escritores es un privilegio y una prodigiosa ventana al sortilegio de vivir. No son sólo palabras introductorias para presentar a Reyna Carranza, la escritora argentina, cordobesa con proyección mundial más importante. La literatura está llena de autores, pero muy pocos escritores. Escribir no es sólo alinear palabras con cierto orden y alguna pretendida creatividad, muchas veces bizarra y en más de las ocasiones oportunista y trivial; escribir es tener ese instinto supremo, propio de las abejas, de dejar la vida al clavar el aguijón; es una pasión y un modo de ser no pudiendo ser nada más que eso, aunque se hagan otras cosas, claro. Con esto no quiero decir que uno no aprecie la palabra escrita de mil formas distintas, y que no hayamos disfrutado ocasionales libros, queremos destacar la excelencia, la exaltación del oficio de escribir, que no es común, y ese grado de magia que uno siente cuando lee la obra de algunos escritores, como lo es Reyna, que se transforman y transforman el cotidiano pan, los cotidianos pequeños espacios de la vida en momentos únicos y cargados con un tempo y una densidad capaces de extender las fronteras descorriendo tiempos y mundos de la subjetividad insospechados. Tanta es la pasión y la singularidad de su ser que podemos apreciar la sutileza de su hilo mágico aún en las respuestas que nos dio a Notiserrano, con absoluta entrega y dedicación como si lo hiciera para el más importante de los periódicos. Eso sucede porque ella y la escritora son una; ella y la mujer son una; ella y la pasión de vivir son una; ella y el mundo más allá de la forma son una. Compartimos con nuestros lectores estas páginas vivas con la palabra de la escritora atravesando toda la esplendidez de su creatividad.¿De qué manera llegó a vos la palabra?
Como el aire, el agua, o el pan de cada día. Pero no es el aire lo que nos hace humanos, el pan o el agua, sino la palabra. La palabra nos dio identidad; es el logro más notable y profundo del ser humano. La escritora Angélica Go-rodisher dice que sin palabras no existiríamos como sociedad y, en consecuencia, sin literatura no existiríamos como seres destinados a la trascendencia.
Me atrevería a decir que nací enamorada de la palabra escrita, porque nadie me enseñó a escribir: lo aprendí leyendo. Y aprendí a escribir novelas leyendo novelas. Todo se dio sin el menor esfuerzo, como un juego maravilloso, producto de la lectura.
¿Es la palabra un modo de estar en el mundo?
Desde que tengo memoria vivo rodeada de libros. Fue, y es, mi manera de estar en el mundo. Universo que me dio identidad, y me ayudó a ocupar el espacio que hoy ocupo en el territorio de las letras. Ser escritora es mi mayor orgullo.
¿Tenías apoyo del entorno?
Desde que aprendí a leer me regalaron libros de cuentos en mis cumpleaños. Mi padre me regaló mis primeros libros de poesía, y mi madre la colección de veinte tomos de “El tesoro de la juventud”, cuando tenía ocho años. Todavía los conservo. Libros que despertaron en mí el amor por la belleza y lo sublime. Todo lo que soy se lo debo a la literatura.
¿Cómo consideras a los escritores y a vos misma en este rol?
En la adolescencia no lo tenía claro; la mayoría de los autores que leía estaban muertos; hasta llegué a pensar que para ser escritor había que morirse. Luego descubrí que los buenos escritores jamás mueren. Y me encontré con Sarmiento, Hernández, Güiraldes, Borges, Cortázar, Stevenson, Roberto Arlt, Sara Gallardo, Beatríz Guido, Salgari, Camus, Maurois, Colette, Allan Poe, Horacio Quiroga, entre tantos tantos otros. Todos autores de obras que tienen el poder de modificar el estado emocional o intelectual de las personas, por lo que considero que ser escritor implica una gran responsabilidad.
¿Era parte de tu universo la idea de entregar tu vida a la literatura?
Comencé a escribir alrededor de los doce años, pero sin tener consciencia de que esto se convertiría en el leiv motiv de mi vida. Por entonces la consigna era ir a la universidad y diplomarse en alguna profesión liberal. Comencé cinco carreras universitarias. No terminé ninguna. Invertí un año en Medicina, otro en Derecho, otro en Escribanía, otro en Letras, y otro año en Lenguas. Hoy agradezco la paciencia y enorme consideración que tuvieron mis padres para conmigo. Fueron cinco años de intensa búsqueda y no menos ansiedad. Papá me decía: Te vas a morir de hambre escribiendo. Y era comprensible. Por esos años, para triunfar en las letras había que tener mucho talento y una buena cuota de suerte. Los escritores reconocidos eran muy pocos, y menos aún los que se ganaban la vida escribiendo novelas. Hablo de los años sesenta. Fue a fines de esa década que comencé a hacer periodismo. Oficio que, de alguna manera, me acercaba a la escritura. Trabajé primero en el diario Córdoba, y en 1970 entré como cronista a Los Principios. Fue una etapa gloriosa. No se trataba de literatura pero me gustaba lo que hacía; me pagaban por escribir. Pero en el medio ocurrió el milagro. Un día me senté a la máquina y de un tirón escribí una novela, casi sin darme cuenta, llevada por el afán de volcar en el papel mis sentimientos entrelazados al mundo que me rodeaba. La titulé “Para ahogar un loco amor”. La publiqué recién veintisiete años después. Y ahora, en agosto de este año, vuelve a salir reeditada por El Emporio Editoriales.
¿Primero escribir y luego vivir, o a la inversa?
Puedo afirmarlo sin la menor duda: primero vivir. No es fácil escribir sin tener experiencia de vida y un respetable bagaje cultural, de lo contrario se corre el riesgo de caer en obviedades, o en argumentos muy auto-referenciales que poco aportan al lector. No obstante, los genios existen, y a veces surgen escritores muy jóvenes con una gran obra.
¿Qué escritores te influenciaron?
Muchos. Entre los catorce y los treinta años leí casi todo lo que había que leer. Autores griegos, mitología, clásicos, existencialistas, contemporáneos, rusos, europeos, americanos. Cada uno de ellos me enseñó algo. Pero sobrevino el boom de autores latinoamericano con Gabriel García Márquez a la cabeza y entonces leer se convirtió más que nunca en una auténtica fiesta. De todos modos, hasta encontrar “mi propia voz” recibí mucha influencia de Lawrence Durrell, William Faulkner, Juan Ramón Jiménez, Hermann Hesse y Enrique Heine.
¿Haber nacido en Argentina y en una provincia fuerte y combativa como lo es Córdoba en tantos aspectos, determina tu decir?
Totalmente. Porque somos producto del paisaje y la tradición del suelo en el que se ha nacido. Cuando escribimos nos escribimos a nosotros mismos, embebidos en una determinada historia familiar, social y política. No es lo mismo escribir desde Córdoba que hacerlo desde el puerto de Buenos Aires, o desde la estepa patagónica. Siempre acabará apareciendo la raíz, el paisaje que nos vio crecer y nos dio identidad. Podemos no nombrarlo, disfrazar con ficción cualquier realidad, pero en el fondo siempre latirá el sello de la pertenencia.
¿Cómo atraviesa la joven Reyna la etapa de los descubrimientos en una sociedad caudillista, pacata, que mira a Europa?
Con absoluta naturalidad. Ya en la infancia los cuentos de hadas, reyes y princesas (en su mayoría de autores europeos) me ayudaron a descubrir que existen otras culturas, otras maneras de ser y de pensar. Después, los estudios y la literatura universal acabaron por introducirme en el mundo y me enseñaron que una sociedad es producto de muy diversas circunstancias. Por esta razón, del caudillismo argentino sólo tomé sus valores positivos, y toleré con una media sonrisa la tendencia europeizante de la clase media y alta de mi país. Más tarde, leyendo historia argentina pude ampliar criterios y me sirvió para reflexionar y escribir sobre nuestro siglo XIX, como lo hice en “Una sombra en el jardín de Rosas” y “El secreto del guerrero”.
¿Escribir es una tarea sencilla, natural, compulsiva, desgarradora?
Escribir es todo eso y más. En mi caso es una necesidad como respirar, también un placer y, al mismo tiempo, una aventura catártica: prodigioso intercambio de energías del que siempre salgo fortalecida. El acto creativo en lugar de agotar la mente, la estimula, la incita a abrir caminos hacia el infinito.
¿Se termina de escribir en algún momento o sólo es una tarea sin so-lución de continuidad?
Las dos cosas. Pero una novela debe tener un principio, un desarrollo y un final. No obstante, luego de la última página, en mi cabeza continúo imaginando hasta que algo me dice que ya estoy lista para comenzar a escribir otra historia.
¿Se puede prescindir de la pasión?
Depende de la naturaleza del escritor. En mi caso, soy una persona apasionada y amo lo que hago; en consecuencia, mis textos traslucen sentimientos muy fuertes. Pero, en general, la pasión (por lo que sea) es un ingrediente que nunca debe faltar en una novela.
¿Cuánto de la propia vida dejaste en el camino por escribir?
Nada dejé en el camino porque desde muy joven supe que escribir era lo que más me gustaba. Y no tuve hijos casualmente por eso. Antes de cumplir los veinte entendí que por mi manera de ser no había nacido para tener hijos, sino para escribir libros. Además, al ser rebelde por naturaleza los mandatos culturales no pudieron conmigo. Hoy suelo decir que puedo maternar con los libros.
¿Con cuál de los géneros literarios te sentís más cómoda?
Definitivamente con el género novela. No obstante, he escrito muchos cuentos, publicados en once antologías de cuentistas argentinos. Pero no es lo mío. La brevedad me cuesta. Cuando me surge una idea indefectiblemente viene repartida en más de doscientas páginas.
¿Escribir es innato o se aprende? ¿Sirven los talleres literarios? ¿Cuánta importancia tiene en el escritor la lectura?
La vocación ayuda pero no alcanza; al talento hay que desarrollarlo, pulirlo. A escribir se aprende leyendo buena literatura. Pero no todos los que escriben son Escritores, con mayúscula. Como en cualquier disciplina del arte hay artistas buenos, regulares y malos. En el terreno de las letras pasa lo mismo. No todo es publicar un libro, cualquiera puede hacerlo. Pero el don “divino” no se aprende, nace con uno. En consecuencia, en los talleres literarios se puede aprender a redactar; se pueden aprender las técnicas de la novela, el cuento, o la poesía, pero lo que un taller literario nunca podrá enseñar es el talento.
RECORDEMOS:
“Cinco hombres” la escribí en España y se publicó apenas regresé al país, en 1984. Trata sobre la búsqueda de la identidad sexual, y fue la primera novela en Córdoba que, en ese terreno, llamó a las cosas por su nombre; una historia que inventé y cavé a mi alrededor a modo de trinchera para olvidar una realidad tan agobiante como lo fue la última dictadura militar en Argentina.
“Para ahogar un loco amor” me marcó el camino. Quiero mucho esta novela. Es breve e impactante. Su temática y su estructura adelantaron lo que iba a ser el signo distintivo de mi estilo: apasionado y transgresor.
¿”Tanto infierno, tanta belleza” es sólo un título o parte del legado que recibiste como ciudadana argentina?
Título y argumento de esa novela es una apretada síntesis de nuestra historia contemporánea. En ella me atreví a contar parte de mi propia vida. Auto ficción que nació producto de una catarsis, dicho de otro modo, nació por la necesidad imperiosa de volcar en palabras los horrores que sacudieron a Argentina en la década del setenta, pero en realidad es la historia de un gran amor.
Fui finalista del Premio Planeta 2003 con “Una sombra en el jardín de Rosas”. Por esta novela obtuve el reconocimiento del público y de la prensa. En ella mezclé ficción con historia argentina, narrada en primera persona por boca de Juan Bautista, el hijo mayor y casi desconocido de Juan Manuel de Rosas. Desde su aparición hasta el presente esta novela se viene reeditando con el mismo éxito.
¿El trabajo paralelo (conferencias, publicaciones en diarios y revistas) es parte de las derivaciones de escribir, o sólo un modo de vida que te resta tiempo y energía para la creación literaria específica?
El “trabajo paralelo” fue en aumento a medida que me fui haciendo conocida, al punto de quitarme tiempo para escribir novelas, que es lo que a mí me gusta. Pero no me quejo, me ayuda a llegar a otros públicos. Y, en muchas oportunidades, los acepto porque están bien remunerados. Este año, por ejemplo, el exceso de trabajo extra me ha quitado tiempo para la novela que estaba escribiendo. De todos modos, no tengo apuro para terminarla, sé que está ahí esperándome, y esa es la maravilla de este oficio, nunca termina, siempre está comenzando de nuevo.
Otra novela inquietante y muy bien escrita es “Donde vive la loba”. En ella abordás la locura, la muerte, y un más que turbulento universo femenino. ¿Cómo surge este tema y de qué manera elegís resolverlo desde el punto de vista de la estructura?
“Donde vive la loba” es la continuación de “Para ahogar un loco amor”. La historia de Rolanda Ferraz merecía una segunda parte; una mujer que se hace pasar por loca cuando la acusan de haber matado a su padre y a su único hermano. Esta continuación narra esa locura: un mundo donde la loba entona su himno, sin edad, eterno. Su estructura difiere de mis otras novelas porque en ella incluyo una historia que se entrelaza al argumento principal, protagonizada por un enano que dirige un coro formado por niños de la calle, que por las noches cantan en el Parque Sarmiento. Submundo de drogas y abusos que resolví narrar en términos casi mágicos, casualmente para que esta realidad tan cruel de nuestro tiempo no caiga en el panfleto de denuncia.
Llegamos a “Hablame de Tosco”, un hombre singular, de una vida apasionante, ¿cuál fue el motivo que te llevó a abordarlo?
Escribí sobre Agustín Tosco a pedido de la editorial “Raíz de Dos”, para su colección Cordobeses por cordobeses. Fue un auténtico desafío para mí, del que creo salí airosa. En la primera parte hablo de la Argentina que le tocó vivir a Tosco. Pero es en la segunda parte donde decidí poner el acento, ya que mi objetivo era descubrir el Tosco íntimo, el de puertas adentro, el hombre que se jugó por amor del mismo modo que lo hizo por los derechos de los trabajadores.
¿Qué hay en Juan Lavalle que te dio el impulso de abordarlo en “El secreto del guerrero”?
Desandar la historia de nuestros próceres me permite entender mejor el presente. Como país seguimos arrastrando conflictos cuyo origen se remonta a la época de la colonia. Pero la literatura no juzga; la utilizo como instrumento para recuperar nuestras auténticas raíces, proponiendo una lectura retrospectiva, revelando secretos, descubriendo intimidades, iluminando el pasado con una luz nueva y diferente. Y, sobre todo, me ayuda a comprender, y a comprendernos. Investigar allí es apasionante, ya que la literatura comienza a hablar cuando la historia se queda sin palabras. Y abordé a Lavalle por su vida tumultuosa, por haber sido un amante alocado, impetuoso; por la bravura que puso en cada batalla. Un hombre que para sentirse vivo necesitaba pisarle los talones a la muerte, y acabó suicidándose. Recordemos que sobre sus espaldas pesan dos acusaciones tremendas: hizo fusilar a Manuel Dorrego, y cometió la peor de las traiciones: vender la patria. Pero lo que realmente atrapa al lector en “El secreto del guerrero” es la novela de ficción que sostiene la parte histórica, donde cuento la amistad que nace entre Lavalle y su baquiano José Alico, que no es un hombre como todos creen (incluso el general), sino una mujer que se hace pasar por hombre para poder sobrevivir en un país violento, siempre alzado en guerra.
¿Podemos pasar a la cocina?
Normalmente escribo seis horas diarias, casi siempre hasta que cae el sol. Cuando no escribo busco distracción con los amigos, la lectura, la televisión o el cine. Me enojan la injusticia, la mentira, el atropello, el autoritarismo. Me deslumbra la naturaleza, la música, el arte. Y vivo rodeada de verde: acacias, tipas, eucaliptos, aguaribay, pinos, y en estos últimos años planté una bignonia, un aromo y un ficus, además de estar criando en maceta un algarrobo que actualmente sólo tiene treinta centímetros de altura. Comparto mi techo con dos gatas preciosas, madre e hija. Y por encima, y por debajo y en el medio de todo esto, leo mucho.
¿Corregís durante o al finalizar una novela?
Corregir me obsesiona, no soporto una coma mal puesta, un tiempo de verbo incorrecto, repetir adjetivos o adjetivar demasiado. Soy muy crítica de mi propia obra. Pero el placer más grande es cuando escribo sin darme cuenta del paso del tiempo, como si estuviera conectada a una inteligencia superior que me dicta letra.
¿Le das importancia a los premios?
No he recibido muchos premios, sólo los necesarios para sentir que lo que he hecho hasta ahora no ha sido en vano. Recibí el primer premio en la categoría cuentos (“El hombre de la capa de nutrias”) organizado por la Fundación Manuel Mujica Lainez y Anita de Alvear; varios años después fui finalista del Premio Planeta de Novela, y últimamente recibí dos premios que me llenan de orgullo: el Reconocimiento al Mérito Artístico otorgado por el Gobierno de la Provincia, y el premio Jerónimo Luis de Cabrera, otorgado por la Municipalidad de Córdoba, ambos por la obra realizada y los treinta años de aporte cultural a la Provincia.
La literatura actual pasa por un período muy prolífico, pero ¿hay excelencia?
Es cierto, se publica mucho, pero no todo lo que se publica es literatura. Proliferación que nos dice que hay muchos autores pero muy pocos escritores. Libros en los que se advierte la buena intensión, pero se nota demasiado el esfuerzo con que han sido escritos, el mismo esfuerzo que tiene que hacer el lector para poder leerlos. Confío que con el tiempo estos autores puedan alcanzar la excelencia.
Una charla con magia. Cada vez que hablamos con Reyna entramos en una zona única, sobrecogedora, de profundidades y vuelo de libélulas, que nos complace y nos reconcilia con el mundo de la creación, puesto que vivimos en una realidad y en un tiempo donde la chabacanería, el absoluto desinterés por la importancia del trabajo y del respeto al pasado que nos ha hecho quienes somos, nos avasalla impiadoso, sin lograr su cometido de aniquilarnos porque estamos despiertos y conscientes y podemos separar las aguas.
Reyna es su obra y su obra la magnifica y la proyecta hacia cada ser que la aborda en el rico espacio de sus páginas.
Thomas-Yudé