domingo, 27 de abril de 2014

Papismo o ¿Papa manía? Nota publicada en Notiserrano 134

Papismo

¿o Papa manía?


Por José Luis Thomas

Estoy mirando la realidad y siempre hay algo que me llama la atención. Hoy mi mirada está puesta en el Papa Francisco. En lo que he dado en llamar la Papa manía. Y miro desde dos puntos de vista. Uno la actitud del Papa y otro lo que me lleva a considerar el término manía con respecto a la gente.
Algo me hace ruido y cuando eso sucede me detengo a observar más de cerca y para ello debo despojarme de prejuicios y preconceptos, de imposiciones culturales y determinaciones sociales con las que uno convive sin darles demasiada importancia, a veces. Por lo general no me dejo atrapar en convencionalismos y en creencias y temores, ni adhiero a esos conceptos que indican reverencia nada más que por seguir tradiciones que vienen desde tiempos remotos, cuando fueron creados ciertos patrones de convivencia para controlar las relaciones salvajes de la humanidad.
Ha pasado mucha agua bajo el puente y es preciso aprender a mirar para redescubrir lo esencial debajo de las múltiples capas de las fabricaciones mentales de la realidad.
Esta imagen del Papa continua, que tiene consejos para todo y todos y que se sobreexpone, me aleja del concepto espiritual, y siento que lo que en un primer momento se  mostraba esperanzador, ahora corre el riesgo de caer en  la banalización.
Toda imagen que se expone demasiado pierde fuerza. Toda palabra que se repite mucho deja de tener efecto. Las conductas que se exteriorizan demasiado y tienden a destacarse, por la razón que sea  dejan de cumplir con su objetivo. Más aún cuando nos referimos al campo espiritual.
El Papa apareció en un momento en que la humanidad está, por un lado necesitada de un cambio, sobre todo la iglesia, y por el otro esa misma humanidad está desbordada por la trivialización de la materia y es irrespetuosa en todo sentido con lo que puede significar algún tipo de control de ese falso ego que la empuja en pos de múltiples fuegos fatuos. Por un lado juega el juego de la búsqueda espiritual –como una receta que se pueda aplicar sin atravesar el proceso de cambio que es interno- y por el otro utiliza la novedad de la que intenta servirse –en este caso el Papa- para seguir igual, pero con la conciencia más aliviada.
El Papa, está siendo devorado por su propia imagen, por esa exposición y por todo los mecanismos que crean reflejos de humildad. Tal vez considere que debe jugar con los mismos resortes que manejan las mayorías para llegar a sus corazones; pero es un juego peligroso, la imagen y la sobreexposición terminan por encandilar y se pierde el sentido de la verdadera transformación espiritual.
Para ver con mayor claridad este concepto que a priori puede parecer chocante (referido a la figura del Papa), observemos lo que nos sucede con personajes cercanos y su manipulación desmedida de la imagen: Políticos y vedetongas, por poner sólo dos ejemplos; llega un momento que dejamos de prestarles atención: tanto la imagen como lo que les sucede y lo que dicen nos suena a repetido, falso, armado; no queremos oírlos porque por lo general ya hemos llegado a la conclusión que nos dejan siempre en el nivel de las apariencias.  Se habla del cambio para dejar todo como está.
Pero ustedes dirán: pero este Papa está haciendo cosas, cambios reales. Sí es verdad, pero sin embargo la sobreexposición pública es demasiado rimbombante. Su figura, su mensaje, la profundidad espiritual se vuelve común.
Pero si todos somos iguales en esencia, y los mensajes deben ser comunes para llegar a las masas, podemos decir. Sí, pero cuando el ser humano –en general– reduce todo a su misma condición, le pierde respeto. Porque –cuando no hay un verdadero despertar espiritual- necesita admirar lo inalcanzable.
Pensemos sino en alguien importante cercano cuando no tenemos llegada a él y cuando es nuestro vecino y participamos de su cotidianidad: por lo general pierde valor.
El Papa, habla y habla (Pensemos en nuestra Presidente o en los líderes de la oposición) y se muestra de manera indiscriminada, deja de tener peso esa palabra y esa imagen.
El trabajo espiritual, el que consiste en guiar y despertar las conciencias debe pasar inadvertido: así se multiplica. Cuando tratamos de esconder algo, todos quieren encontrarlo, poseerlo.
Siempre me llamó la atención algo tonto como es la apreciación que la generalidad tiene de dos árboles: El olmo y el paraíso. Son plaga –dicen, y los desestiman. La gente quiere especies más difíciles de cultivar; quiere lo que nos es masivo. Para mí son maravillosos porque son pródigos (pero ése soy yo, apartado de las mayorías y de las masificaciones, convencionalismos y todo tipo de ismos).
Vivimos en tiempos de fuertes cambios donde las apariencias se confunden con lo original.
La Iglesia como poder espiritual, debe hacer grandes cambios para sanear sus filas ávidas de poder material y de corrupciones por falta de autenticidad y discapacidad para asumir sus verdaderas identidades. La Iglesia ha sido a los largo de la historia una institución, ligada al poder político que más ha atentado contra la vida; aunque parezca un contrasentido (recordemos a modo de ejemplo la Inquisición). Este Papa parece tener capacidad para revertir esos  mecanismos perversos y reordenar ese caos institucional y sobre todo espiritual, porque si sus ministros fueran en verdad espirituales no podría darse ningún tipo de corrupción: es algo incompatible.
Me dirán que este Papa actúa así para obtener poder de la gente y con él producir los cambios necesarios dentro de la Iglesia; es posible que así sea; pero eso no quita que la sobreexposición de imagen y palabra sea al mismo tiempo la pala que cava la fosa.
En última instancia el Papa hace el trabajo de un sacerdote, se relaciona con la gente para darle paz y amor: no hace más que su trabajo.
Sucede que las cosas del vivir parecen haber perdido sentido y exaltamos como excepcional lo que debe ser la norma.
Tanto hemos caído en el circo de hacer de la vida un kiosco de trivialidades que cuando alguien, en el rubro que sea tiene coherencia, dignidad y sentido común creemos ver cosas extraordinarias.
Ya no vemos la imagen real, sino la refracción y perdemos de vista la originalidad; nos quedamos con los modelos a escala y con las imitaciones; con esa manera tan de la modernidad de hacer todo en serie; por eso cuando algo no encaja con esa masificación o nos reímos y los estigmatizamos por locos o nos volvemos penitentes cegados por la propia necesidad de valores y por la ausencia de identidad, singularidad y coherencia.
La gente en su conjunto siente que todo está fuera de cauce, que algo anda mal, que sufrimos una especie de locura por una forma de vivir poco saludable o porque ponemos la esperanza en líderes políticos o religiosos deseosos de que ellos solucionen de forma mágica lo que cada uno debe hacer por sí mismo y que de hacerlo redundaría en beneficio de todos sin necesidad de líderes, maestro, gurúes o caudillos.
Pero eso sería volver la mirada al interior, darle espacio a la conciencia, desactivar la mente identificada con el ego y vivir en armonía con el presente y en sintonía con la vida toda. En ese modo de vivir no entra el poder, ni la comparación, ni la envidia, ni el apego a las posesiones materiales, mentales o profesionales. Hacer esta revisión interior, generar este cambio sería un signo de evolución, de haber trascendido la materia para comprender el verdadero sentido de la vida.
Es más fácil esperar por las decisiones de un Papa (en este caso), que nos diga lo que ya sabemos que hay que hacer, pero no queremos, porque hacerlo significaría desactivar el andamiaje que nos da seguridad: el ego.
Por lo pronto, la figura del Papa, parece despertar pequeños destellos de luminosidad en las anquilosadas vidas rutinarias. Y por eso se festeja y es novedad su modo mediático de llegar a la masa desahuciada y doliente. Pero ¡cuidado! La exposición pública trae desgaste, cuando se vuelve figurita repetida y pasa la novedad y no se han hecho cambios radicales o no hay magia, la imagen pierde brillo, y los ojos que antes se iluminaban en la esperanza de que todo cambiara sin hacer esfuerzo, comienzan a buscar otra luz, otro gurú, otro líder. Así viene la humanidad rodando de entre santos y locos, fanáticos, fundamentalistas y criminales que, de pronto, parecen tener la suma de la verdad, cuando sabemos que la verdad es relativa. La humanidad es una, las divisiones son el resultado de las mentes egoicas que dividen para manipular. Y el ser humano que vive en la inconsciencia siempre quiere más.
El papa Francisco, es un ser humano que tiene un modo de hacer las cosas; las exposición mediática como todo en la vida, debe ser medida, sobria; más aún en un mundo globalizado y atiborrado de recursos tecnológicos que multiplican una imagen en millones pasando por la casera de compartirlas en facebook.
Compartir imágenes de bondad o tragedias no nos mejora; la única forma de evolucionar es tomar conciencia, volvernos hacia adentro, vivir el presente, aceptar lo “que es” para que a partir de verlo, podamos cambiarlo, si es que hay que hacerlo, pero siempre en presente; el futuro es una creación de la mente que se autoengaña para saltar el presente en busca de falsas promesas de realizaciones futuras que nos llenan de ansiedad, pero el futuro está hecho con el presente esto quiere decir: no esperemos que el futuro sea distinto de lo que somos y hacemos en el presente.

José Luis Thomas



No hay comentarios:

Publicar un comentario