viernes, 27 de noviembre de 2015

Nota publicada en Notiserrano 146; Transformación, cambio, conciencia despierta

Transformación, cambio, conciencia despierta

Los cambios que afectan a las sociedades son individuales

Por José Luis Thomas

Por estos días de campañas políticas y de una fuerte diversidad de opiniones, hemos participado de una verdadera puesta en escena de la naturaleza humana.
Hemos visto, oído y compartido con personajes muy distintos. Se polarizó la opinión y algunos la manifestaron abiertamente y otros, como siempre sucede, estuvieron agazapados esperando para ver hacia dónde se inclinan las aguas, para expresarse luego. Esto es como decir que algunos trabajan y otros viven del trabajo ajeno.
Estamos un poco hartos de toda esta parafernalia política, de escuchar a los candidatos, sobre todo en un año que se caracterizó por tener varias elecciones.
Pero como bien sabemos “todo pasa”, pasa lo bueno y pasa lo malo. En la gran marea cósmica, la conducta humana que caracteriza estos tiempos también pasará, aunque lo esté haciendo en forma imperceptible.
Lo interesante no es la conducta social, sino la conducta individual, que es la que en definitiva conforma el estado social. A ése estado de conciencia es al que debemos apelar para esa transformación soñada. Sólo el profundo diálogo con el ser interior, es lo que hará la diferencia. Ese cambio, no es resultado de la suma de conocimientos, sino por el contrario, de la resta; es decir, del vaciado de los contenidos que determinan una forma de pensamiento, ese arrastre de conceptos cerrados que impiden el paso de la luz,  para alcanzar visiones de “lo nuevo”. Este proceso no es una receta para ser aplicada en forma masiva; es lo que llamaríamos: un despertar de conciencia, de haber llegado al fondo y desde allí repicar para volver a la superficie transformados por la renovación del pensamiento. Esto no es nuevo: ya lo decía San Pablo en su epístola a los romanos (12:2): “transformaos por la renovación de vuestra mente”.
Este despertar significa muchas cosas: comprender nuestro lugar en la infinitud del espacio tiempo del que somos parte y esencia. Comprender esa dimensión inconmensurable debería servir para que el ser, la persona humana, comprenda que la materia no es la “gran hacedora” sino el resultado de las formas sutiles que devienen de ese proceso infinito que es el pensamiento cuando tomamos conciencia. La conciencia es el espacio en el que se mueve el pensamiento.
Vemos por estos días, “la locura del poder”, de los que por escasos años (porque siempre son escasos ante la dimensión universal del tiempo) han creído ser indestructibles y se han abarrotado “de confort”  en detrimento de la mayoría del pueblo, en la que los partidarios sostienen ese devaneo y esa afrenta, en la “inocente creencia de estar defendiendo ideales”, que el poder utiliza para alcanzar impunidad y más tiempo en el abuso de sus potestades. Vemos, decía, cómo se está desmaterializando, y pierde fuerza  ante el avance de una conciencia que no viene de la materia, sino de la transformación del pensamiento; que no tiene, peso, ni color, ni aroma, ni forma, pero que sin embargo cambia los procesos por los cuales comprendemos la realidad.
Hemos visto y vemos, la pasión; algunos la enarbolan en defensa de bienes que involucran a todos en forma objetiva e independiente, sin buscar privilegios personales; y otros, en cambio, llenan la pasión con resentimiento, con ceguera que les impide ver las diferencias, están pegados al pasado desde el que juzgan el presente, y por ende no pueden ver lo que emerge, lo nuevo, lo renovado, lo que es parte de una comprensión libre de ego.
Las pasiones que adhieren a líderes vivos fanáticos o a líderes muertos, pertenece a seres que no han evolucionado, que quedaron pegados a un pasado, que como todo pasado, no existe. La vida es cambio constante, renovación permanente y esa mutación es producto del amor, es decir de una fuerza que no está atada al rencor, ni al resentimiento, ni a la venganza, sino a la vida y toda vida es ahora y aquí, en presente.
Los seres que se dejan llevar por el miedo, son hojarasca que arde y se consume en su propia ignorancia; una ignorancia emocional (no estoy hablando de ignorancia intelectual) como ya dije, toda mente que no renueva sus aguas, se estanca y mata toda vida.
Los que adhieren sólo a líderes o ideales que no plantean idea de conjunto, están cegados por la necesidad de que alguien o algo los conduzca; han perdido o nunca han descubierto la posibilidad de ser “Una luz para sí mismos” es decir: seres que se transforman porque están despiertos y permiten que la vida los inunde y les muestre el camino de la evolución y el cambio.
Claro, que para estar despierto y ver lo que es, debemos tener una conciencia universal, no egocéntrica, ni adoctrinada; debemos estar despojados de los deslumbramientos que produce el encandilamiento material, como si este pudiera ser determinante de los procesos reales de la continuidad de la vida.
Para no caer en una visón sólo teórica, miremos la historia. En ella aparecen civilizaciones y personajes en todo el mundo, desde la aparición del primer hombre, cuyas místicas dejaron paso a otras y a otros y así ad infinitum.
Hay momentos (algunos parecen muy largos y más si a uno le toca vivir durante su manifestación) que ponen en escena a personajes que llevan adelante la “luz o la oscuridad de la mayoría); no surgen porque sí, expresan esa conciencia popular, que a medida que se manifiesta en los procederes externos del líder y sus secuaces, “comienza a reconocer su propia conducta” y nuevamente cambia y deja de sostener el andamiaje que mantiene a esos sujetos en el poder.
Las transformaciones individuales son las que se vuelven sociales, por eso es tan importante apuntar a esos despertares desde una concientización, no basada en palabras, ni en ideales, sino en conductas; “lo que nos transforma es sentir el cambio en la coherencia de quienes, libres de ataduras basadas en el pasado, dejan que sus mentes y sus conciencias capten los cambios, y se sincronicen con lo que muta de instante en instante, aunque nos parezca que todo está igual”.
José Luis Thomas