jueves, 2 de enero de 2014

Estar alerta


Estar alerta

Aceptar lo que es. Vivir el presente como si lo hubiéramos elegido.

Por José Luis Thomas

¿De qué podemos hablar cuando tenemos que ser cuidadosos en lo que decimos?
¿Por qué tenemos que cuidarnos?
¿Estamos paranoicos?
¿Lo que sucede es real o es ficción?
¿Nos funcionan los sensores para darnos cuenta de las diferencias?
El otro: ¿es nuestro enemigo?
¿Es posible que la realidad se haya dividido en varias partes?
¿Es la división irreconciliable?
¿La realidad de cada uno es tan única que no admite la convivencia con las realidades ajenas?
¿Se puede vivir con tantas realidades sin que se quiebre la mente?
¿Por qué sucede esto, si es que sucede?
¿Hasta qué punto hemos perdido el sentido de unidad, de sentir que somos congéneres, compatriotas, que venimos del mismo pasado, que nacimos en la misma tierra?
No quiero hacer una reflexión política, intento una introspección gnoseológica. Busco hablarnos a nosotros, los argentinos.
No pretendo un análisis ideológico partidario.
El ser humano es anterior a sus definiciones políticas. La vida se construye en el cuerpo y la sangre sobre la base de una identidad de conciencia; es decir, de un vigía que precede a la mente que piensa y que elige y se identifica con palabras, conceptos, credos, culturas. Todos estos ítems forman parte del “yo”, del ego, de lo que muere.
Intento hablarle al testigo, a la esencia que nos define, a la naturaleza viva, que no es otra cosa que la vida misma. Somos la vida.
Mi propio yo tiene tiempos en los que se le escabulle a la conciencia y toma partido por “lo que sea” que se le ocurre coherente son su sistema de ideas y creencias y me lleva a enfrentamientos con esa multiplicidad de ideales y sistemas de creencias de los otros.
Pero no hay otros, somos uno.
Cuando regreso a casa, cuando vuelvo al centro, veo la realidad: una multiplicidad de egos asidos a su verdad, perdidos en la parcialidad, ahogados por  las diferencias, sumidos en la inconsciencia, es decir en la creencia vana de considerar su “yo”, su “ego”, separado del resto, huérfanos en una tierra extraña.
Eso es lo que nos agazapa detrás de nuestras identidades relativas y perennes y que siembra en el ambiente una energía contaminada, cargada de egoísmos, miserias, dolor, enfrentamientos, injusticias indiferenciadas, vaciamiento de toda identidad humana, de toda esencia sustentada en el amor y la comprensión.
Transcurre solapado, un vuelo de cuchillos invisibles que nos está deshaciendo, no la carne, el alma. Arrasa con todo lo objetivo que pueda surgir de un consenso racional, equilibrado, devenido del pasado e imbricado en la realidad actual, e instaura una psicótica plataforma desde la que despegan las más inverosímiles certezas basadas sólo en el pasajero criterio de un individuo que desconoce el conjunto de sabidurías que se fueron amasando con el correr de los tiempos y que nos dan un punto de partida cierto: hablo de los aprendizajes humanos en el área que sea.
En esta parafernalia de egos desatados, se desconoce el valor de la educación, la formación académica, la experiencia real surgida de la práctica en el tiempo de tareas u oficios, y se instaura el reino de la “improvisación” y del “todo vale”, indiscriminadamente.
¿Será éste el resultado de la superpoblación?
¿Tendrá que ver con el sentido altamente materialista del vivir sujeto a consumo y vaciamiento de todo sentido de calidad, en pos de una trivialización de las relaciones, como consecuencia del hastío que producen los destellos de la materia que se vuelve insatisfactoria, porque la matriz interna de los sujetos ha perdido la conciencia primigenia?
¿Es el producto de los deseos desmedidos, que como un mono suelto salta de un brillo a otro y nunca encuentra el contento?
¿Estaremos bajo el influjo de la ceguera intuitiva?
¿Serán éstos egos actuales, seres que no se ven a sí mismos y que por ende no sienten la igualdad esencial, la llama humana que nos consume?
Es fundamental reconocer y aislar a la naturaleza relativa, circunstancial y pasajera de todas y cada una de las figuraciones de la realidad y del ego. Nada de todo lo que creemos poseer –aún las ideas– nos pertenecen. Son espejismos que nos encandilan un momento y nos dan la ilusión de ser poseedores eternos. Todo lo que surge de la mente, del pensamiento, de las ideas, de la materia cambia y muere. Nada permanece. Nada.
Lo único que trasciende es la conciencia presente, desprendida de todo el flujo sensorial. Estar alerta nos permite darle lugar a la presencia que nos guía en medio de las tinieblas materiales que ensombrecen el camino y nos hacen creer poseedores de algo que en definitiva es sólo humo. Pero que sin embargo en nombre de esas miserables posesiones –aún cuando sean fortunas– nos enfrentamos, nos dividimos y por sobre todas las cosas no creamos infelicidad.
No es cuestión de estar en contra de algo –porque no hay nada fuera de nosotros– se trata, más bien de activar la presencia interna, la conciencia despierta que nos liberará de todas las trampas de la mente, de todos los espejismos y de cualquier posible engaño surgido del mundo sensorio, y del despliegue incesante de los pensamientos que nos construyen una identidad a la que nos aferramos porque creemos que es lo que somos y que cuando la vemos flaquear nos unimos a otros que creen hacer sonar la misma música y nos volvemos intolerantes, vacíos de conciencia unitiva, caemos en la deshumanización en la vanidosa idea de creer que nuestros ideales, nuestros puntos de vista son los mejores, los únicos, los salvadores.
La salvación está en cada uno, en su despertar alerta a la conciencia como la presencia universal que nos conecta a la vida.
Por esto y mucho más, ¡relájese! esté atento a lo que sucede, sin dudas es lo que tienen que suceder, no se resista, acéptelo como si lo hubiera elegido. Viva el presente en sintonía con su conciencia -esa presencia- que es la vida en usted y en cada ser que habita la tierra.

José Luis Thomas

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