jueves, 2 de enero de 2014

Estar alerta


Estar alerta

Aceptar lo que es. Vivir el presente como si lo hubiéramos elegido.

Por José Luis Thomas

¿De qué podemos hablar cuando tenemos que ser cuidadosos en lo que decimos?
¿Por qué tenemos que cuidarnos?
¿Estamos paranoicos?
¿Lo que sucede es real o es ficción?
¿Nos funcionan los sensores para darnos cuenta de las diferencias?
El otro: ¿es nuestro enemigo?
¿Es posible que la realidad se haya dividido en varias partes?
¿Es la división irreconciliable?
¿La realidad de cada uno es tan única que no admite la convivencia con las realidades ajenas?
¿Se puede vivir con tantas realidades sin que se quiebre la mente?
¿Por qué sucede esto, si es que sucede?
¿Hasta qué punto hemos perdido el sentido de unidad, de sentir que somos congéneres, compatriotas, que venimos del mismo pasado, que nacimos en la misma tierra?
No quiero hacer una reflexión política, intento una introspección gnoseológica. Busco hablarnos a nosotros, los argentinos.
No pretendo un análisis ideológico partidario.
El ser humano es anterior a sus definiciones políticas. La vida se construye en el cuerpo y la sangre sobre la base de una identidad de conciencia; es decir, de un vigía que precede a la mente que piensa y que elige y se identifica con palabras, conceptos, credos, culturas. Todos estos ítems forman parte del “yo”, del ego, de lo que muere.
Intento hablarle al testigo, a la esencia que nos define, a la naturaleza viva, que no es otra cosa que la vida misma. Somos la vida.
Mi propio yo tiene tiempos en los que se le escabulle a la conciencia y toma partido por “lo que sea” que se le ocurre coherente son su sistema de ideas y creencias y me lleva a enfrentamientos con esa multiplicidad de ideales y sistemas de creencias de los otros.
Pero no hay otros, somos uno.
Cuando regreso a casa, cuando vuelvo al centro, veo la realidad: una multiplicidad de egos asidos a su verdad, perdidos en la parcialidad, ahogados por  las diferencias, sumidos en la inconsciencia, es decir en la creencia vana de considerar su “yo”, su “ego”, separado del resto, huérfanos en una tierra extraña.
Eso es lo que nos agazapa detrás de nuestras identidades relativas y perennes y que siembra en el ambiente una energía contaminada, cargada de egoísmos, miserias, dolor, enfrentamientos, injusticias indiferenciadas, vaciamiento de toda identidad humana, de toda esencia sustentada en el amor y la comprensión.
Transcurre solapado, un vuelo de cuchillos invisibles que nos está deshaciendo, no la carne, el alma. Arrasa con todo lo objetivo que pueda surgir de un consenso racional, equilibrado, devenido del pasado e imbricado en la realidad actual, e instaura una psicótica plataforma desde la que despegan las más inverosímiles certezas basadas sólo en el pasajero criterio de un individuo que desconoce el conjunto de sabidurías que se fueron amasando con el correr de los tiempos y que nos dan un punto de partida cierto: hablo de los aprendizajes humanos en el área que sea.
En esta parafernalia de egos desatados, se desconoce el valor de la educación, la formación académica, la experiencia real surgida de la práctica en el tiempo de tareas u oficios, y se instaura el reino de la “improvisación” y del “todo vale”, indiscriminadamente.
¿Será éste el resultado de la superpoblación?
¿Tendrá que ver con el sentido altamente materialista del vivir sujeto a consumo y vaciamiento de todo sentido de calidad, en pos de una trivialización de las relaciones, como consecuencia del hastío que producen los destellos de la materia que se vuelve insatisfactoria, porque la matriz interna de los sujetos ha perdido la conciencia primigenia?
¿Es el producto de los deseos desmedidos, que como un mono suelto salta de un brillo a otro y nunca encuentra el contento?
¿Estaremos bajo el influjo de la ceguera intuitiva?
¿Serán éstos egos actuales, seres que no se ven a sí mismos y que por ende no sienten la igualdad esencial, la llama humana que nos consume?
Es fundamental reconocer y aislar a la naturaleza relativa, circunstancial y pasajera de todas y cada una de las figuraciones de la realidad y del ego. Nada de todo lo que creemos poseer –aún las ideas– nos pertenecen. Son espejismos que nos encandilan un momento y nos dan la ilusión de ser poseedores eternos. Todo lo que surge de la mente, del pensamiento, de las ideas, de la materia cambia y muere. Nada permanece. Nada.
Lo único que trasciende es la conciencia presente, desprendida de todo el flujo sensorial. Estar alerta nos permite darle lugar a la presencia que nos guía en medio de las tinieblas materiales que ensombrecen el camino y nos hacen creer poseedores de algo que en definitiva es sólo humo. Pero que sin embargo en nombre de esas miserables posesiones –aún cuando sean fortunas– nos enfrentamos, nos dividimos y por sobre todas las cosas no creamos infelicidad.
No es cuestión de estar en contra de algo –porque no hay nada fuera de nosotros– se trata, más bien de activar la presencia interna, la conciencia despierta que nos liberará de todas las trampas de la mente, de todos los espejismos y de cualquier posible engaño surgido del mundo sensorio, y del despliegue incesante de los pensamientos que nos construyen una identidad a la que nos aferramos porque creemos que es lo que somos y que cuando la vemos flaquear nos unimos a otros que creen hacer sonar la misma música y nos volvemos intolerantes, vacíos de conciencia unitiva, caemos en la deshumanización en la vanidosa idea de creer que nuestros ideales, nuestros puntos de vista son los mejores, los únicos, los salvadores.
La salvación está en cada uno, en su despertar alerta a la conciencia como la presencia universal que nos conecta a la vida.
Por esto y mucho más, ¡relájese! esté atento a lo que sucede, sin dudas es lo que tienen que suceder, no se resista, acéptelo como si lo hubiera elegido. Viva el presente en sintonía con su conciencia -esa presencia- que es la vida en usted y en cada ser que habita la tierra.

José Luis Thomas

Mabel Pagano


Mabel Pagano

La palabra viva de la exitosa escritora cuya vocación es pasión de vivir.

En una larga entrevista con Notiserrano a raíz de su última novela histórica: Elisa Lynch, una irlandesa en el Paraguay.


Tuvimos el placer de reencontrar en Córdoba, a una querida y gran escritora, amiga desde hace muchos años, cuando teníamos nuestro sello El Francotirador Ediciones en Buenos Aires: Mabel Pagano. Escritora con todas las letras, entregada a su oficio con pasión, amor, coherencia, entusiasmo y continuidad sin descanso. Siempre dispuesta a lograr sus objetivos ¡y vaya si los ha logrado! ¡con creces! ¡con éxito! ¡con reconocimiento popular, de tantos lectores que la siguen a través de los tantísimos libros que ha publicado. Mabel Pagano afanada en su tarea, recorre el país y se acerca a la gente, comparte con sus pares y disfruta de la gracia de la palabra que fluye de todo su ser. A nosotros nos llena el alma de alegría y amor porque conocemos el fuego de su ser creador y quisimos compartirlo con todos los lectores de Notiserrano, en una ida y vuelta de preguntas y respuestas que iluminan el sendero del escritor y de tantos que se inician. Coincidimos en todo con su pensamiento y su juicio crítico, porque sabemos que no es producto de modas ni de oportunismos, sino que surge de convicciones certeras que se forjaron al calor del trabajo y la experiencia y que Mabel con toda generosidad expresa en este reportaje.
N -¿Por qué escribir y no otra forma de expresión?
MP -Hace muchos años intenté otra forma de expresión, la pintura, pero al fin se impuso LA PALABRA.
N -¿Cómo aparece en vos esta vocación, qué anécdota recordás y cuándo?
MP -Fui muy lectora desde chica y comencé a escribir a los dieciséis, poemas por amores no correspondidos. Lo habitual a esa edad. Cuando empecé a escribir cuentos, alrededor de los veintidós, tiré todos los poemas, que eran horribles y NUNCA MÁS poesía. No soy apta para ese género.
N -¿Cómo comenzaste a desarrollarla?
MP -Leyendo, escribiendo. Después hice algunos cursos con Martha Lynch e Isidoro Blaisten, pero luego volví al principio, leyendo, escribiendo. Y a partir de los veinticinco años, empecé a concursar. Concurso que había, concurso que yo participaba. Así gané cien premios literarios, pero entré en quinientos concursos, más o menos. Así que no hay que exagerar. Gané un veinte por ciento y perdí un ochenta.
N -¿Cómo congeniaste la Mabel que trabajaba, la esposa, la madre, la hija? Y si no escribías ¿qué te pasaba?
MP -Mientras permanecí soltera, todo bien, pero claro, al casarme tuve que asumir otras funciones. Ya no podía a recurrir a “Mamita”. Y cuando nacieron las mellizas se complicó todo más aún. Por suerte, mi mamá daba una mano y tenía una señora que se ocupaba de las chicas y de la casa, mientras yo cumplía funciones de secretaria en empresas privadas desde las nueve de la mañana a las cinco de la tarde. Llegaba de regreso a las seis y cambiaba de rol. Cuando todos dormían, otra vez el cambio y a escribir. Igual, ahora que ha pasado ya el tiempo, debo confesar que también “robaba” espacios durante mis horas laborales. En cualquier momento libre, escribía. Entre mis papeles de trabajo siempre había hojas sueltas de mis cuentos y novelas. Fueron años de un enorme esfuerzo, pero no puedo quejarme. Los resultados borraron los sacrificios.
Con respecto a la pregunta sobre qué pasaba si no escribía, no tengo respuesta. Yo siempre escribí.
N -¿Como te ubicás: entre la pasión, el deseo, la necesidad, el juego, la mascarilla detrás de la cual Mabel es muchas otras?
MP -Yo descreo de que escribir sea un oficio. Respeto esa opinión pero no la comparto. Escribir es una vocación y en ella yo me ubico experimentando todo eso que vos decís, pasión, deseo, necesidad, jugar, apostar, también arriesgar. Me muevo en ese ámbito con calma y seguridad, lo mismo que cuando debo cambiar el rol, ir de compras, saludar a los vecinos y enterarme de las nuevas del barrio, compartir tiempo con personas amigas que no escriben y hablar con ellas de otras cosas, cocinar rico para la familia. O sea, tengo una “gran cintura” no política, por suerte, pero sí a nivel de vida y experiencias. La parte “débil” de mi vida, las amarguras, las necesidades insatisfechas, los sueños que no se cumplieron, las angustias y la soledad que progresivamente va ganando mis días, pues la canalizo en la convivencia con mis “bichos”, escribiendo y leyendo ¿de qué otra manera sino?
N -¿Cual es tu frecuencia de trabajo?
MP -Cuando trabajaba con relación de dependencia, ya te dije, en ratos libres de la oficina y a la noche, algo tarde pero no  tanto porque había que levantarse a las seis de la mañana. Ahora que soy libre, escribo un rato a la mañana y otro rato a la tarde, aunque no compulsivamente ni por obligación. Si tengo ganas me siento frente a la compu, sino, queda para mañana..
N -¿Qué dispara tu imaginación?
MP -Leer y escuchar a la gente.
N -¿Qué personajes son irresistibles?
MP -Los que no hayan olvidado esos valores que hoy parecen en desuso: lealtad, heroísmo, solidaridad, firmeza en los ideales, saber amar, saber esperar, aprender a resignarse.
N -¿Imaginación pura y recreación o ambas conjugadas?
MP -Ambas conjugadas.
N -¿Cómo encaja la fantasía en tu literatura?
MP -Tiene su lugar. Yo escribo novelas históricas bien documentadas, basadas en una sólida investigación, pero hay cosas que debo imaginarlas, necesariamente, por ejemplo, determinados situaciones íntimas de las que, por supuesto, no hay registro. Por suerte, no soy ensayista porque en ese género la imaginación no cabe y requiere una disciplina de la que carezco..
N -¿Cual ha sido tu derrotero creativo a lo largo del tiempo?
MP -Como dije, empecé escribiendo poesías, hoy inhallables (por suerte), después pasé al cuento y finalmente a la novela. He escrito algunos cuentos entre un libro y otro, pero creo que es en el género novelístico donde me siento más cómoda.
N -¿En qué momento aparece en vos la historia?
MP -Amo profundamente a mi país y desde el principio he escrito sobre su devenir político, social e histórico. Sin embargo, lo netamente relacionado con la historia comienza con la biografía novelada “Eterna”, sobre la vida de Eva Perón. Ahí conozco a quien fuera su confesor, el jesuita cordobés Hernán Benítez, quien me “presenta” a Lorenza Reynafé y luego a Luisa Martel de los Ríos. Esas son mis primeras novelas sobre mujeres cordobesas. Habría otras después, Clara Oliva, Mimí Lozada de Solla (la fundadora del Museo de Alta Gracia) y Clara Oliva. Hay, sin embargo, dos excepciones en mi historial con respecto a la nacionalidad de mis heroínas, Manuela Sáenz, la ecuatoriana amante de Simón Bolívar y Elisa Lynch, la irlandesa que siguió a Francisco Solano López al Paraguay y allí se afincó hasta que, terminada la Guerra de la Triple Alianza, cuando se vio obligada a volver a Europa.
N -¿Cómo manejás los datos históricos y de qué manera recreás el ambiente para insertarlos?
MP -Tengo una fuerte lucha conmigo misma para no usar TODOS los datos que reuno, porque lo último que quiere un escritor es abrumar a sus lectores. Creo que con el tiempo y el ejercicio, voy logrando insertarlos de la manera más ligera posible, aunque no siempre, debo confesar. En algunos de mis libros introduje el género epistolar porque de esa manera pongo en las cartas los datos complementarios que no están en el texto común y con ese recurso se logra evitar la densidad de la información, ya que en vez de “amontonarse” se diversifica.
N -Desde el momento en que tomás conocimiento del personaje hasta que comenzás a escribir ¿qué pasos cumplís y cuánto tiempo tardás?
MP -Me lleva su tiempo reunir la información. No he logrado acortar plazos ni con Internet porque desconfío de algunas de las cosas que aparecen en esas páginas. Así que, si  bien las consulto, después las tengo que verificar, de modo que no gano mucho. Mi fuente principal son los libros y los números de “Todo es Historia”, la valiosa revista fundada por don Félix Luna, donde algunos autores se han ocupado del tema elegido, en distintas notas. En general, completar la información me lleva aproximadamente un año. Después, el escribir la novela otro año, seis meses para contar la historia y otros seis para revisarla.
N -¿Cual de todos tus libros elegís por sobre los demás? ¿Por qué?
MP -Considero a los libros como mis hijos espirituales. Y una madre no debe, jamás, mostrar diferencias entre uno y otro. Cada uno me gusta por distintas razones, pero no hago diferencias entre ellos.
N -¿Qué personaje es el más acabado?
MP -Hay personajes más fuertes que otros, sin duda, Martina Chapanay es uno de ellos, pero otros, como el de Clara Oliva, que parece más silencioso, más difuso, si se lo analiza, al fin también resulta tener perfiles de heroína, si bien en un terreno diferente al de las armas: el de la persistencia en el sentimiento..
N -¿Te identificás con alguna de tus heroínas?
MP -Y… algo de uno, del autor, siempre va a parar a sus personajes. Algo de mí está en cada una de esas mujeres.
N -¿Cómo han sido tus días afanada en la tarea de escribir?
MP -Muy activos, ocupada, pensando, leyendo, haciéndome un lugar entre una obligación y otra para cumplir con todos los “deberes”.
N -¿Qué quedó en el camino?
MP -Afortunadamente, creo que nada quedó en el camino. Jamás he contestado a una amiga que me llamó por teléfono: “perdóname, no te puedo atender, estoy escribiendo”. Yo siempre he atendido mis afectos. Es así como he logrado conservarlos. Tengo dos hijas a las que considero haber formado bien, una es Licenciada en Letras y la otra en Historia, sin que yo haya influido en eso. Eligieron solitas sus carreras. Pero no hubo noches en su primera infancia en que se hayan dormido sin que les leyera un cuento. Tomé mate con mi madre hasta que ella partió, siempre tuve mis ratos para ella y, repito, también para mi gente amiga. Escritores o no. Y atendí mi vocación. Con esfuerzo, conseguí que no fuera necesario abandonar nada por ella. Sacando las cosas que la muerte, lo inevitable, me ha arrebatado, tengo “el elenco completo”. Aunque, pensándolo bien, tal vez si hay algo que quedó en el camino: la consagración. Me faltó tiempo para concurrir a presentaciones, a actos, a reuniones que, quizás, hubiesen contribuido a que hoy fuera una escritora más conocida. Pero no me arrepiento. Tampoco se puede tener TODO en la vida.
N -¿Qué has aprendido como lección de vida dentro del camino de las letras?
MP -Primero a no “creérmela”.  No me sentí escritora sino hasta bastante después de haber comenzado a publicar mis libros. Creo que el don de poder escribir me fue concedido por Dios, así que no lo considero una virtud personal. Aprendí a manejar el “yo” gracias a esta idea. Y así como no me envanecen los halagos recibidos, no me han deprimido las fuertes críticas que también llegaron. Me encanta recibir “SI”, pero aprendí a sobrellevar los “NO”.
N -¿Qué te ha dado Córdoba?
MP -Córdoba me dio mi lugar de escritora. La tranquilidad de tener un editor que me “banca” y me publica un libro por año, Ediciones del Boulevard. Y también el haberme abierto otras puertas, El Emporio Libros me editó una novela con la que gané un premio en San Luis y Editorial Comunicarte me publicó un libro de cuentos para chicos. También me dio un lugar en lo que hace a las invitaciones que recibo, de la Feria del Libro de la Ciudad de Córdoba, de la de Hernando, de la de La Granja. Y el respeto y la consideración de gente como Rony Vargas, que siempre me recibe en su programa con un afecto que agradezco desde el fondo de mi alma. ¿Para qué hablar de los amigos? Cristina Bajo, que me abre las puertas de su casa y me da “albergue” cuando estoy allá, sus amigas que ahora también son las mías, sus alumnas que me leen y amigos de otros puntos de la provincia, como los de Alta Gracia, por ejemplo, entre los que los cuento a ustedes. La nuestra es una amistad que nació en Buenos Aires y ahora se trasplantó a Córdoba, con éxito.
N -¿Qué importancia han tenido los premios en tu carrera? ¿Cuántos tenés?
MP -Lo de los premios lo contesté más arriba. Puedo mencionar aquí los más importantes: Emecé, Fundación Fortabat, El Cid Editor, Gobierno de la Provincia de San Luis, Intendencia de la Ciudad de Córdoba, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes.
N -¿Han influenciado  en algo tus elecciones?
MP -Siempre ayuda ganar premios, pero no es lo fundamental. Da alegría, satisfacción, pero siempre hay que seguir peleando.
N -¿Cuántos libros has escrito?
MP -Cuarenta y dos.
N -¿Cuántos has publicado?
MP -Treinta y nueve.
N -¿Qué género considerás comercial?
MP -A la luz de la realidad, el género más comercial es la novela. No coincido con eso que dicen las editoriales  que “el cuento no se vende”. En la Argentina hay excelentes cuentistas. En los sesenta y setenta, escritores del nivel de Abelardo Castillo, para mí el más grande, Marta Lynch, y luego Isidoro Blaisten, entre otros, eran verdaderas “estrellas” con sus libros de cuentos. No sé por qué ha cambiado eso, pero con  seguridad que no es por los escritores, que sigue habiendo excelentes cultores del género ni por los lectores. Hay un montón de gente que ama leer cuentos.
N -¿Qué anécdotas te acordás con respecto a tus lectores?
MP -Hay algunas muy simpáticas que se enfocan hacia el mismo lado. Personas que se acercan y le dan una interpretación a determinado pasaje del cuento o la novela, que a mí ni se me había ocurrido. Eso es lo mágico de escribir y “soltar” los textos. Cada lector ve en ellos algo distinto con lo que se identifica, que lo conmueve especialmente y a lo que le da la interpretación que su sensibilidad le dicta.
N -¿Cómo ves la literatura actual?
MP -Yo leo muchos argentinos y, además, como me nombran jurado de distintos concursos, especialmente el del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por mi condición de premiada, tengo ocasión de frecuentar a conocidos y desconocidos. Hay entre ellos GENTE QUE ESCRIBE y hay ESCRITORES. Por desgracia, muchos de estos últimos, que serían merecedores de premios y reconocimiento, a veces quedan en el camino. Y sacando los concursos, que ya es un tema difícil por la cantidad de participantes, quedan las editoriales, arduo peñón para abordar. No reciben originales y, generalmente, se limitan a editar los libros que consideran un éxito por anticipado, los que les aseguran buenas ventas. Y… son empresas, pero hay mucha crueldad para los escritores que buscan un medio para dar a conocer sus escritos. Resta la posibilidad de pagarse las ediciones, cosa que a veces se les hace difícil también porque las buenas, las que editan con calidad, a veces no son accesibles. Resumiendo, un pano-rama duro.
Todo esto hace que si bien hay gente talentosa cu-yos libros podemos disfrutar, hay muchos otros que no trascienden y cuyas obras nos perdemos. Tal estado de cosas hace que no haya puntos relevantes en la literatura actual, un nivel alto y parejo. Y sí, en cambio, mucha “hojarasca”.
N -¿Cuales son tus referentes?
MP -Amo a Haroldo Conti, lo releo a menudo. Sigo conmoviéndome con sus libros, con lo que logra hacer trascender de ellos. Un enorme escritor. Y, ya lo dije, de los vivos, Abelardo Castillo me parece un MAESTRO, al que, considero, todavía se le debe el homenaje y la consideración que merece.
N -Hay mucha gente que escribe ¿Está bien que así sea?
MP -Repito, hay gente que escribe, bien y mal y hay ESCRITORES. Está bien que el que quiera escribir se exprese. Lo que ya no está tan bien es que “se la crean”. En ocasiones he visto a autores que tienen UN LIBRO y ya se consideran como tales. El tiempo, por suerte, se encarga de poner las cosas en su lugar.
N -¿Qué consejo podés darle a los que se inician?
MP -Que se ocupen de algo que no les ocasione tantas penas. No, ahora en serio, si la vocación está, no es posible acallarla porque eso se transforma en una tremenda frustración. Si hay pasión por escribir, pues hay que vivir esa pasión. Lo que hay que controlar es el EGO, trabajar, concursar, tener autocrítica y pelear siempre, con las armas limpias de la honestidad y la lealtad hacia uno mismo, para lograr ser publicado. Escribir no es lo más difícil, lo arduo viene después del punto final, cuando uno se pregunta ‘bueno y ahora qué?
También les aconsejaría que escriban lo que sienten, aquello que los apasiona y no se anoten en las “modas”. ¿Está de moda la novela histórica? Escribimos novela histórica. ¿Está de moda la novela romántica? Escribimos novela romántica. ¿Está de moda el género policial? Bueno, hagamos algo policial. Mirá, te cuento algo que me parece interesante sobre esto de las tendencias. Hace aproximadamente quince años, una editorial importantísima de Buenos Aires, una de las dos más grandes, convocó a un grupo de escritoras para que “pusieran manos a la obra” y escribieran novelas históricas, que era lo que más se estaba vendiendo en ese momento. Lo hicieron. Conocí bien sus obras porque fui invitada a coordinar dos mesas que tuvo a ocho escritoras como protagonistas, cuatro una semana y cuatro la otra semana, así que leí sus libros para poder armar debate con los asistentes. Algunas de las novelas eran buenas otras no. Se les notaba el “oportunismo”. De ese grupo, te diría que han sobrevivido tres autoras, cuya calidad se vio en libros posteriores. Las otras quedaron por el camino. En ese tiempo, María Rosa Lojo, gran amiga y gran escritora, me había expresado con cierta preocupación: “Van a bastardear el género”. Nosotras, aclaro, ya hacía veinte años que escribíamos novelas históricas. Me acuerdo que le dije: No te preocupes. Esto, como lo decía el anillo de aquel rey “también pasará”. Y así fue. Lo que perdura es la calidad. Los buenos libros, sean del género que sean, se siguen reeditando, leyendo y, por lo tanto, vendiéndose, más allá del tiempo. Los otros se olvidan pronto. Así que repito, el consejo es que quien tenga el don de escribir, escriba sobre lo que sus sentimientos le marcan sin agregarse a corrientes que, si no responden a su ser interior, lo harán naufragar muy rápido. Y siempre, siempre, hay que tratar de que el libro siguiente sea mejor que el anterior. Investigar, leer, corregir, corregir, corregir, seguir aprendiendo, perfeccionándose, es lo que hará que la obra perdure.
N -¿Qué te gustaría decir de tu última novela?
MP -“Elisa Lynch, una irlandesa en el Paraguay” es una novela dura, tal vez la más fuerte que he escrito, porque la Guerra Grande, que está como telón de fondo, fue de una crueldad extrema y no había forma de evitar ciertos sucesos que en su transcurso tuvieron lugar. El amor de Francisco Solano López y Elisa Lynch emerge de ese escenario de desastre como una luz, si bien la contienda persiste en la memoria americana como una tragedia para la que todavía no hay explicación.

Thomas-Yudé