miércoles, 11 de septiembre de 2019

Notiserrano 179 Para adelante o para atrás No es una elección más

Para adelante o para atrás

No es una elección más

Por José Luis Thomas
 Los argentinos estamos una vez más ante nuestra propia historia y parafraseando a Cristina Bajo, como vivido cien veces.
Es lamentable que luego de tantos enfrentamientos estemos dudando entre “Democracia o Totalitarismo; entre Patria o barbarie; entre Libertad o sometimiento; entre República o dictadura, con todas las variables que estas apelaciones tienen en el mundo.
Lo inconcebible de nuestro pueblo es su discapacidad para reconocer las diferencias, y para salir de las dificultades haciéndose cargo de su responsabilidad en los hechos.
Esta naturaleza forma parte del histórico paternalismo que pasó a ser parte de la identidad nacional; esa necesidad enfermiza de “no madurar” y esperar siempre que un líder, un caudillo, un “otro” al que se endiosa, se haga cargo de los problemas y los resuelva por arte de magia sin que sus demandantes tengan que padecer ninguna dificultad.  Es que somos muy infantiles. O muy egoístas o decididamente discapacitados para enfrentar la vida. Más bien creo que se ha hecho carne eso de ser “piolas” y nos gusta dejar que los demás hagan lo que cada uno tendría que hacer.
Endiosamos a los líderes y luego cuando no cumplen con lo prometido, como si hacerlo en este país fuera algo sencillo, -le quitamos el apoyo- puesto que una mayoría asume ser oposición, no para acompañar y ayudar a solucionar problemas, sino para denostar, criticar y obstaculizar todo lo que no salga de sus filas. A estos sujetos, entre los que se cuentan varios partidos políticos, sindicalistas, derechos humanos y  organismos sociales, solo les interesa crear un sistema del que puedan servirse sin dar nada a cambio, entiéndase “Políticas de Estado”. Proponen caos y propiciar un camino que les allane vivir del Estado, de los que producen, y al mismo tiempo perseguirlos y denostarlos por burgueses, capitalistas y adinerados insensibles a sus demandas. Es altamente significativa la psicosis de estas masas que viven una realidad distinta de la real y “matan a la gallina de los huevos de oro”.
En este momento, la división es muy clara y no la produjo nadie exprofeso: se da por generación espontánea, por decantación y como una doble cara: evolución por un lado e involución por el otro. Esta grieta, no es porque sí, responde a dos clases de individuos: los que viven por sus manos y los que pretenden vivir de los otros. Los que dan a la educación un valor real del cual se desprende la evolución, y los que sumidos en la ignorancia dependen de sus líderes nefastos para vivir. De un lado de la grieta están los que aman a su País como un Todo que los cobija y al que contribuyen con su trabajo y al mismo tiempo defienden la República, la libertad, y a sus instituciones, y ponen la ley por encima de todo; que tienen conciencia de que “el ideal Patria” se refleja y manifiesta en la cultura viva que nos fue legada y a la que siguen contribuyendo los que defienden la ética y la moral desde sus profesiones y trabajos; del otro lado surgen hordas cegadas por el odio, la venganza, y destruyen todo lo que signifique y represente orden, creatividad, respeto y libertad, pretendiendo imponer su doctrina decadente, fascista, aún desde las escuelas y universidades, en un claro mandato para formatear las mentes infantiles y jóvenes, privándoles del legítimo derecho de elegir sus propios derroteros.
Lo grave de este momento, no son los fanáticos del lado oscuro; sino los indecisos, los que aún tienen capacidad para reconocer las diferencias, pero que por algún tipo de irracionalidad ideológica, necedad o egoísmo, generan una zona de incertidumbre y propenden al caos y a la incentivación de la energía oscura de ese lado de la grieta que pretende imponer un modo de país “totalitario, fascista, dictatorial y populista” que ya ha demostrado su naturaleza corrupta, no sólo en el país, sino que se puede corroborar en otros, como Venezuela o Cuba.
Hay un tipo de humano con ideales políticos, que confunde igualdad con “serie” y no puede diferenciar, que nunca los humanos podrán ser todos iguales porque desde la genética ya está determinado a tener una calidad de conducta, una biología y una inteligencia intelectual y emocional, que siempre hará la diferencia. La historia lo demuestra.
Es un hecho puramente evolutivo. Por otro lado “el ser físico que se abastece de los “deseos” depende de ese estímulo para realizar su sentido de vida. El ser humano es esclavo de sus deseos, por más insignificantes que sean. Por eso “ser pobre no es una virtud y ser rico no es una maldad”; todos en virtud de sus deseos “quieren ser ricos”, “vivir bien”. En ese largo juego de codicia con todas sus derivaciones, se trama la sociedad y se convierte en una confusa mascarada en la que algunos oportunistas tratarán de manipular a los más ignorantes y necesitados, “ofreciéndoles alcanzar una igualdad que es imposible porque sus naturalezas no están dotadas para ese fin” y se servirán de esos deseos para crear sus Poderes en beneficio personal. Muchos (corruptos por naturaleza) que deciden hacer de la política un trabajo y vivir del Estado, se vuelven adictos al Poder y con él desarrollan una gran capacidad para delinquir, utilizando discursos aviesos, creando una ilusión colectiva basada en las necesidades básicas y exaltando los deseos de los ignorantes, o iluminados intelectuales, que se protegen y camuflan  detrás de ideales altruistas (en apariencia) para dejar sus miserias a raya y creer que son grandes salvadores de la humanidad, pero que en sus delirios filosóficos, intelectuales y políticos, desconocen la naturaleza humana, su condición material y –como ya dije–su controlador interior: los deseos.
Hay políticos dignos, pero la mayoría –y lo demuestra la realidad– convierten lo que es “un servicio” a la sociedad en un trabajo, cuya remuneración en blanco es un diezmo de un diezmo, del pago en negro que han aprendido a ratear al Estado y a la gente.
Por eso cuando surgen “políticos honestos” se convierten en una cámara oscura que revela la condición falsa de sus colegas y en consecuencia son denostados, y tratarán a toda costa de entorpecer sus funciones y ponerles todo tipo de piedras en el camino arengando a las masas y estimulando sus carencias como estandarte.
Señores, estamos como el pueblo esclavo que Moisés sacó de Egipto, ante el mar rojo: o tenemos fe y nos disponemos a cruzar hacia la libertad, con incertidumbre, pero dependiendo de nuestro esfuerzo y creyendo en la palabra de un guía que se pone a sí mismo como escudo y es guiado por su honestidad y su fe, o regresamos a la esclavitud y le permitimos a los faraones de odio, de la corrupción, de la manipulación y de la venganza ponernos bajo el yugo a golpe de látigo por un pedazo de pan manchado de sangre.
La decisión es toda nuestra, pero sobre todo de los indecisos, de los que queriendo castigar a Macri nos castigaron a todos y abrieron las puertas del infierno en el que se puede ver con claridad la “engañosa manipulación de los que ya estuvieron en el poder y nos dejaron sumidos en el mayor de los desastres: moral y económico y que ahora, ante la codicia de volver al poder no pueden mantener a raya sus oscuras “determinaciones” y  dejan salir de tanto en tanto sus verdaderos objetivos.
La decisión la tienen los que no fueron a votar en las PASO, los que votaron a candidatos que no tenían oportunidades, los que votaron en blanco, los que quisieron castigar a un gobierno, que “aun cometiendo errores nos estaba sacando del pozo” de la única manera posible “con esfuerzo”, “con trabajo” “con dignidad” con libertad y poniendo a la República al frente y a la Democracia como un bien preciado para todos.
Por favor, “dejen de soñar con pajaritos de colores o de estar encandilados como los aborígenes ante los conquistadores” (ya saben lo que les pasó).
La vida no es fácil, todo lo que se puede lograr debe ser con TRABAJO, ESFUERZO, EDUCACIÓN, DIGNIDAD, RESPETO POR LOS DEMÁS Y POR LAS INSTITUCIONES.
Si se creyeron el cuento de la igualdad vuelvan a comenzar y dejen de soñar, que mientras tanto los vivos los utilizan para pasarla bien a costa de sus ideales, porque “ellos, ellos, siempre son ricos”: y ustedes, “pobres ilusos” sus esclavos proveedores.
José Luis Thomas

Notiserrano 179 Reportaje a Jorge Torres Zavaleta




Jorge Torres Zavaleta 

Uno de nuestros grandes escritores contemporáneos, en una charla imperdible con Notiserrano.

Por José Luis Thomas y Norberto García Yudé

Nos conocemos con Jorge desde la aparición de su libro El Palacio de Verano en 1989, Primer Premio de la Fundación Fortabat (1987). Hemos seguido su notable trayectoria, su coherencia y su auténtica pasión por la creación literaria.
Comenzamos recordando sus comienzos.
Creo que desde siempre mi punto fuerte fue la imaginación, la capacidad de fantasear, de crear historias y tomarme en serio mis ocurrencias. Un hermano mío, muy querido, de tres años, murió de polio cuando yo tenía cuatro años. Yo también me enfermé pero en mí no quedaron secuelas. Creo que por eso, me acostumbré a vivir solo y a inventar. A los siete años leí mi primera novela, e+n inglés, se llama The Wind in the Willows y es un libro que se puede disfrutar a cualquier edad. Tengo un gran cariño por sus personajes, pequeños animales que en realidad tienen todas las características de los seres humanos, son auténticas creaciones que también nos describen y apelan siempre a nuestros deseos de aventura y amistad. Leí mucho de chico, desde revistas inglesas que recibía la generación anterior de mi madre y mis tíos, hasta los tomos de El tesoro de la juventud, enciclopedias de toda especie, los libros de Guillermo De Richard Compton, los de Enid Blyton, con sus emocionantes aventuras, revistas de historietas mejicanas, todos los cuentos de hadas de Perrault, de los hermanos Grimm y de Andersen, La Fontaine, Esopo y demás, También historias sobre la Independencia Argentina y luego los libros de Julio Verne, Alejandro Dumas, Swift con sus historias de Gulliver, casi todo Stevenson, incluso sus ensayos gracias a los que entablé con él una firme amistad de más grande con la certeza de que era una persona de excepción; también y desde luego Alicia en el país de las maravillas. Y Las mil y una noches, además, que en inglés se traducía como The Arabian Nights.
Cuentos sobre exploradores, aventureros, caballos, Black Beauty, Ivanhoe, y otros muchos de Walter Scott, y de chicos que conquistaban el cariño de un abuelo peor que el Scrooge de Dickens, —Little lord Fauntelroy—; me acuerdo de su madre con mucha simpatía porque me parecía igual de buena que la mía. También The Water Babies, y luego los libros de Sandokan del inolvidable Emilio Salgari, cuentos de fantasmas, Sheridan la Fanu, lord Dunsany, los Ingoldsby Legends, Wilde, luego libros de viajeros en inglés que tenía mi abuelo y después a los tan gratos libros de la generación del 80, Mansilla Wilde, Cané.
A los diecisiete ocurrió mi deslumbramiento con Borges –así que también era posible escribir con la inteligencia al desnudo–, eso fue un descubrimiento, como también lo fue Hudson del que me hice amigo para siempre; recuerdo con emoción mi lectura de Allá Lejos y hace tiempo, y más tarde La tierra purpúrea que Inglaterra perdió, maravillosa novela mezcla de aventuras y de relatos de campo con algo de picaresca porque el inglés de la novela es un enamoradizo picaflor, íntegro, pero, sí, enamoradizo. Y qué decir de las novelas de Dickens, de Oliver Twist, por ejemplo, y todos sus personajes y aventuras y villanos y la gran calidad de su prosa y de su Cuento de Navidad, que es una especie de exploración psicológica que retrotrae a Scrooge al pasado a los momentos donde ha faltado compasión de su parte y así tiene una nueva chance. Al revés de lo que dicen, me parece una novela psicológica bien profunda, muy anterior a Freud que hace regresar al personaje a los nudos de sus traumas. Años después decidí que su novela más perfecta era Great Expectations. En fin, voy a acortar esta respuesta porque sería de nunca acabar y me dejo unos cuántos libros muy queridos fuera de mi lista. Las novelas policiales las dejo para más adelante, Sherlock Holmes y The Hound of the Baskervilles es un ejemplo insigne, pero debo haber leído casi todo Ágata Cristie que, cuando yo era adolescente, se vendía en los kioscos, y más adelante algo de la novelas negras norteamericanas, que parece un género propicio para la argentina actual

—El vínculo con lo rural desde tu literatura parece ser parte de vos… 
En cuanto a mi fascinación por la palabra escrita siempre se vinculó con lo oral. Me encantaba oír cómo hablaba la gente de campo y toda clase de gente y prestaba mucha atención a sus expresiones y modismos. Por algo uno de mis libros, Las voces del reino está contado por tres voces que en el texto aparecen con colores distintos: Verde, azul y rojo. Hay unos textos sólo unos pocos, en color celeste que intercala los epígrafes, el índice y la palabra fin. Las voces son continuas, los colores nos dicen a qué personaje pertenecen. No tiene puntos aparte pero creo una vez aceptado este juego de los colores es un libro fácil de leer.
Como te digo, los colores son los relatores, voces de un río con varias corrientes que se alternan y donde uno puede abrevar o, digamos, de un trama que puede leerse de corrido. Todo esto está contemplado en el argumento, no es capricho. Les gusta a la gente de imaginación y a los adolescentes y ya en la tapa hay un microcuento que habla de las propiedades mágicas de ese mismo libro. Con lo cual cumplí con mi ambición de crear un libro diferente que desde su mismo planteo se propusiera como un objeto mágico.
Volviendo a tu pregunta sobre lo rural, sí, ese fue el mundo que amé siempre. Iba a lo de mi padre en el oeste, en Huanguelen y a lo de mi abuelo, en Chapadmalal, Mar del Plata. Ambos lugares, muy distintos entre sí me enseñaron distintos aspectos del campo argentino y de a poco fui uniendo esas historias en una trilogía que aún no publiqué y que se llama El campo Salvaje. Creo que Tolstoi decía que si no fuera por su campo Yasnaya Polyana a lo mejor tendría más amplitud pero que seguramente tendría menos profundidad. Algo de eso me pasa a mí. Y tengo muy presente el ejemplo y la obra de Faulkner con su obra sobre el esplendor y estertores del sur. Así como los muchos tomos de la Comedie Humaine de Balzac que leí de grande.

—¿Cómo describirías la curva creativa desde tus comienzos hasta el presente?
Como la de una persona que a pesar de pensar que tenía que leer absolutamente todo, empezó a soltarse después de sus dos primeros libros que publiqué entre los 26 y 30 años, y que a lo largo de mi obra siempre ha tratado de hacer algo que no había hecho antes. Un artista debe cambiar, superar sus límites, no quedarse en su zona de comodidad, hay que plantearse desafíos, no vale la pena dedicarse a escribir si uno repite la misma novela o los mismos cuentos. He ensayado, escrito cuentos y novelas largos, cortos, trágicos, cómicos, tragicomedias, comedias negras, microrrelatos, siempre escribí lo que me nacía escribir, lo que deseaba expresar, sin condicionamientos de ninguna especie ni propios ni familiares ni de las editoriales. Agrego que esta trilogía del campo salvaje que comienza en 1873 está además continuada en varios de cuentos de distintos libros, éstas historias que cuentan la decadencia del lugar ocurren a partir de mediados de siglo XX y en una novela corta que se llama El verano del sol quieto. A veces los mismos personajes son protagonistas y otros personajes secundarios, quería que fuera como un calidoscopio, fueran variando las historias y que tuvieran argumentos y técnicas diferentes aunque convivan en una historia más grande que ellos.
Creo en la imaginación y en la libertad, el compromiso con los otros y la lealtad a los afectos. Lo creo profundamente, pero no me tiembla la mano si tengo que crear un personaje malvado. Como decía Bioy la literatura es un cuarto más de la vida, una habitación o quizás una casa, agrego, para el tamaño de cada uno de nosotros. Yo quiero entrar a todos los cuartos posibles; y estar más tiempo y conocer mejor los que más me interesan, con sus paisajes y personajes; por suerte a cada rato encuentro un cuarto nuevo.
—Los temas históricos que conforman tu itinerario novelístico ¿son curiosidad por el pasado o excusa creativa, filosófica y sociológica para redefinir el presente? 
—Hay algo de las dos cosas. Me parece que en la Argentina hay muchas historias que se han ido sumergiendo, entonces cuando uno las cuenta el lector las reconoce, se acuerda de algo que no tenía plena conciencia de conocer y le resultan vagamente familiares aunque no las conozca en detalle.
Me doy cuenta que busco, en la agitada vida de nuestro país, los momentos en que cambian las épocas. Así fue, para mí 1928, de La noche que me quieras. Es el último año de un país que todavía podía ilusionarse y pensar que no tenía problemas. Gardel debutaba en el famoso café Florida en la Rue Battignolle el 2 de octubre de 1928. La historia recorre 60 años, de 1928 a 1988 y cuenta la vida y los amores de Arturo y su pasión por Mora y creo que es mi novela de la picaresca porteña y del último esplendor de la Argentina, con sus viajes en transatlántico y su variada fauna nocturna de los argentinos en la noche de París, en tres boites principales: El Florida, El Garrón y El Palermo. Y por supuesto las carreras del hipódromo de Palermo porque está escrito con ese tono de época y los burros, como los llamaban en la popular eran esenciales porque la vida no podía concebirse sin carreras. Así que ese fue a mi criterio el último año de inocencia argentina. Después empezó todo lo que ya sabemos. Además si uno cuenta otra época automáticamente el lector la contrasta con la actual. Eso es inevitable.
En cuanto a El Malón Grande ocurre en otro punto de quiebre, 1873. Se libraba la Guerra del Paraguay, los fortines tenían pocos hombres y el cacique Cafulcurá, quien según decían algunos, tenía 101 años, estaba armando una invasión para arrasar Buenos Aires y expulsar al blanco de Sudamérica. En cuanto me enteré de eso supe que ahí había una novela. Me llama la atención que en la Argentina no haya, desde la ficción, aunque hay investigaciones y memorias muy sagaces y meritorias, novelas que reflejen el mundo de los indios de y la frontera. Creo que hemos negado la historia de los indios, que al poblarse la llanura desapareció en gran medida su recuerdo y con ello parte de nuestro pasado con todas sus alternativas. Eso nos quita profundidad, humanidad y realismo. Escribir estas dos novelas fue como desenterrar continentes sumergidos, especialmente en caso de El Malón Grande. Me asombra que a esta altura sea la primera novela que trata en profundidad el tema de la declinación del poder de los indios a través del destino de tres de sus grandes caciques: Calfucurá, Catriel y Sayhueque así como de sus penosos devenires.

—¿Para vos qué es escribir?
En general yo diría que escribir es como soñar, pero es un sueño dirigido. Es como si uno supiera en que dirección general quiere ir. Pero es de noche y uno está en un auto solo y los faros sólo alumbran unos pocos metros del camino. A medida que avanzamos vamos viendo nuevos tramos de la ruta pero, aunque sepamos esa dirección general no sabemos, no podemos saber, qué nos espera, por la oscuridad, que hay más allá. Uno tiene, sí, una especie de mapa mental. No es lo mismo escribir sobre 1928 que sobre la frontera en 1873 o sobre un reino medieval imaginario o una estancia a la europea en 1965, como en El verano del sol quieto. Pero los detalles del mapa, van cambiando más de lo que hemos imaginado al principio. Hay que aceptar esos cambios. Es como un pintor que pinta, necesita la acción de pintar.
Y a veces hay sorpresas: una capítulo se transforma en tres, hay personajes que uno decidió liquidar pero al conocerlos mejor, al irlos escribiendo uno se da cuenta que ellos también tienen que recorrer nuestra trama, que no puede prescindir de ellos. Se resisten a irse. Y tienen razón. Y uno también se resiste a que se vayan, así que ahí los obedezco o me obedezco porque a esa altura ese lugar quedaría vacío y si hay personajes que no se van es porque todavía tienen un papel para actuar. Una vez cumplido su rol se van a ir tranquilamente. Ya no queda más por decir. Por otra parte escribir es encontrar un espacio propio. Por algo García Marquez decía que escribir es como levitar.

—¿Los personajes responden con facilidad a tus demandas, o son ellos los que te demandan para que los exorcises del peso de la historia que los condenó a determinismos culturales? —¿Cómo se conjuga lo histórico con la ficción?

No sé si los personajes se dan cuenta del todo del peso de la historia, pero hay momento es que indudablemente toman conciencia, aunque eso implique una derrota o tal vez una victoria secreta. En todo caso les da una dimensión más humana y a veces más trágica, conocer, tomar conciencia. Generalmente cuando uno cscribe dentro de un período de la historia busca personajes poco conocidos que por algún motivo están dentro de los grandes hechos de la historia. Una personaje que sobrelleva una tragedia adquiere dimensiones heroicas y eso nos lleva también a la épica. Y eso puede escribirse aunque sean nombres que nos resultan familiares. Yo creo que los jefes indios de mi novela tienen una dimensión épica. Cada uno a su manera son personajes heroicos. Por ejemplo me enteré que Cafulcurá tuvo un secretario francés que le redactaba sus documentos, porque recordemos que desde la época de Rosas, Calfucurá era uno de los hombres más poderosos del país, junto con Rosas eran los dos hombres más poderosos. Lo que este francés Guinard contó era una memoria de su cautiverio con los indios, más que nada costumbres de los mismos, a la altura en que lo leí, cuando empezaba a prepararme para escribir la novela, todo todo eso ya se sabía. Entonces pensé que este señor francés, a quien apodé el Monsieur en la novela, había perdido una gran oportunidad. A Cafulcurá los diarios de Buenos Aires lo llamaban el Talleyrand de las pampas o el Napoleón de vincha, fue un gran guerrero, gran estratega y diplomático, y creó una gran confederación india, se carteaba no sólo con los comandantes de frontera sino con los presidentes argentinos.
Su ambición y de eso trata El Malón Grande era arrasar Buenos Aires y expulsar al blanco de Sudamérica. Por supuesto ya era imposible a esa altura, ya estaba llegando el telégrafo, el ferrocarril y las remingtons e iba llegando la inmigración. Pero está visto que Cafulcurá pensaba a lo grande y se mantuvo desde la década del veinte en el poder como jefe supremo de los indios Y este francés desaprovechó la oportunidad para narrar cómo era. Y eso me dio un gran espacio para inventar, El francés mío era un boulevardier, que extrañaba París, un hombre de letras ambicioso y algo tirifilo al que no le gusta nada ser cautivo de los indios, pero que poco a poco se va dando cuenta que en ese territorio salvaje para él, Cafulcurá está siempre dos pasos delante. Y ahí, descubre, al fin, a diferencia de Guinard, que si él se empeña en contar lo que ve puede salir un gran libro y hasta es probable que lo reciban en la Academia Francesa, En fin María Rosa Lojo ha dicho que en esa interacción de caracteres tan disímiles se producen algunos de los mejores momentos de la novela.
—¿En qué momento del proceso creativo te sentís más cómodo: cuando abordás los hechos del pasado, o cuando te enfrentás a la necesidad de recrearles una entidad real en el tiempo y el espacio?
Me siento libre en todo momento pero esa libertad se gana. En el caso de una novela que ocurra en el pasado hay que leer e investigar mucho para crear sobre nuestro cerebro o dentro de él una red que es una memoria suplementaria sin la cual no podríamos escribir esa novela. Esa memoria suplementaria es clave para ubicar bien la novela en un determinado tiempo y espacio. Y esos recuerdos de muchos libros se van internalizando así que no es sorprendente tener que leer mucho, no voy a decir cuánto, pero si uno quiere ser verosímil debe ser bastante exhaustivo. Porque hay que entender la época y sus causas y además hay que hacer vivir la novela con la vida de la ficción que son los detalles. Los detalles van vivificando las escenas. Creamos escenas con los detalles y las escenas son como vehículos para que los personajes entren de una manera y salgan de otra manera a como entraron, lo cual ocurrirá de forma definitiva cuando se termine la novela o el cuento y entonces el lector cree en lo que leyó. Los personajes desean determinadas cosas, que para ellos son importantes y por eso actúan.
O porque nada les parece importante no actúan —o actúan con apatía o desatinadamente –como Merseault en El extranjero de Camus— y esa indiferencia es su destino. Y al final de todo cuando finalmente llegamos, si el texto está bien, el silencio habla y eso completa la novela y decimos: “Ah, era esto” y hay como un hueco en el aire que nos habla. Y de alguna manera no queremos abandonar eso, como nos ocurre con las películas de los grandes directores. Mientras uno va saliendo del cine ve personajes parecidos a los que vimos, el director tuvo un mirada tan poderosa que parece que siguiéramos en la película. Y esto se debe a las escenas y los detalles que acarrean convicción sobre ellas. 
Indudablemente si uno narra una época que conoció, la parte de investigación es menor, porque hay cosas que sabemos pero siempre hay que corroborar y averiguar ciertas cosas. También podemos inventar por entero un lugar, un país o una historia como hice con Las voces del reino.
—¿Qué personajes te permiten mayor libertad: los varones o las mujeres?
Cada uno, hombres y mujeres tienen, según su época y su carácter y su situación sus propias libertades y restricciones. Me parece que un escritor es como un actor que se mete en la piel de los distintos personajes, no por eso pierde su individualidad, vuelve a sí mismo, pero antes, durante su vida, ha observado, leído, inventa y eso produce gente, personajes, que pueden ser muy diferentes entre sí y además muy diferentes a él: Yo he sido todos mis personajes, aun los que me desagradan o mejor dicho: seguramente no me identificaba con los que más me desagradan, pero están observados como para que el lector los imagine con la mayor claridad.

—Ernesto Schóo habla de secreta poesía en tus novelas y cuentos: ¿la poesía es tal vez el hilo conductor que oxigena la prosa? 
—Todo tiene que ver con cómo se cuentan las cosas y eso está condicionado con la historia y por qué se cuenta. El estilo tiene que ser como un guante que se adapta a la historia y por eso tiene que ir variando de libro en libro. Por supuesto, como dice Woody Allen siempre va a ser comida china. Con esto quiero decir que siempre llevará nuestra marca, pero uno puede ir ejercitándose en dejar atrás lo logrado como quien sale de un potrero que ya conocemos para ir a otro más grande.
Me parece que parte de la emoción que sentimos al escribir es porque nos aventuramos a una zona que al principio desconocemos. Creo que recién al terminar de corregir a fondo conocemos plenamente, al fin, lo que escribimos.
Lo entendemos a pleno en ese momento y entonces ya nos deja de interesar. En cuanto a la poesía, me importa mucho, tiene que ver, como el humor, que es como un soplo, con la vida de un texto y con la misma vida y su percepción y es sólo levitando gracias a ella que podemos ver el paisaje entero, debe ser una consecuencia inevitable, no un fin en sí mismo, importado, pero, sí, debe ser inevitable.
Y la poesía está en la vida y depende de nosotros verla. Hay muchas maneras de manifestarla o en que se manifiesta Y nos da algo más grande que nosotros y aún que la historia que estamos contando. Es como una rendija por donde se cuela la eternidad, el momento de decir ah, con razón, esto es lo que cierra o completa o inicia bien un párrafo o una frase, mi historia o mi concepto o mi vida. Nos provoca una sensación de gratitud que se vincula con algo más amplio que nosotros, nos hace ver más lejos, nos hace levantar la mirada y nos conecta con los demás por un proceso de simpatía. Indudablemente como vos decís oxigena la prosa. Y nos oxigena a nosotros porque de repente vemos que tenemos más posibilidades.
Que el texto no es sólo la historia sino algo más. Y en nuestros buenos momentos quizás nosotros seamos algo más que nosotros mismos.
—¿Lo poético es en vos una reminiscencia del genio creativo de Silvina Ocampo?
La admiro y la quiero a Silvina me parece no sólo una gran escritora sino una gran poeta, sus poemas me hablan, pero yo tenía de entrada, aún antes de escribir mis primeros cuentos, algo parecido a un equipaje propio que quizás al principio no advertía. Con ella, con solo verla y hablar con ella —y desde luego con Bioy y en su medida con Borges— aprendí muchas cosas, gané mucho tiempo y me divertí mucho. Sus consejos y mis conversaciones con ella y el trato frecuente con Bioy y con Borges fue lo mejor que me pudo suceder entre los 18 y los 25 años, Recuerdo una película más o menos reciente de Woody Allen, Medianoche en Paris, en donde un joven guionista norteamericano que tiene escrita una novela, por un truco mágico del tiempo, que ocurre en París, se encuentra con todos los grandes escritores norteamericanos que en los años veinte vivieron en esa ciudad. Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein. Tiene suerte. Entabla diálogos con ellos, Gertrude Stein lee su novela, le gusta, y tiene conversaciones muy interesantes con Hemingway, que le repite cuando dices algo think about it, lo cual es un consejo; hay que pensar, considerar las cosas. Esto película de Woody Allen es inolvidable y se da casi como la realización de una posible fantasía de todo joven escritor norteamericano actual, que seguro piensa ojala los hubiera conocido a todos éstos, y me parece que a mí me pasó lo mismo pero de forma natural, sin intervención de un truco mágico en el tiempo; conocí a tres de los más grandes escitores de la argentina de manera completamente fácil y natural, sin artilugios mágicos, aunque hubo muchos momentos mágicos para mí en esos tiempos. Sucedió porque sí. Nos mudamos al primer piso de Posadas 1650, los Bioy vivían en el quinto piso y cuando estábamos haciendo la mudanza me llega una tarjetita de Silvina que decía: sé que escribís, porqué no subís a verme. Así que creo que cumplí el deseo de muchos escritores jóvenes argentinos y de muchos que todavía no nacieron. Creo que ese tiempo fue para mí un tiempo mítico y me ayudó a construir mi identidad y mis valores. He escrito un libro sobre Bioy que se llama Bioy Casares o la isla de la conciencia que refleja mis conversaciones con él y da una idea a la manera del Paris Review de cómo era ser recibido por él para conversar y entablar un reportaje.
A propósito de Silvina y Bioy, ¿en qué medida acompañan tu interioridad creativa, y de qué manera sus voces te advierten ante las dudas, los abismos y el rigor literario? 
Son presencias cálidas que me hacen bien y recuerdo no sólo sus palabras de aliento sino sus advertencias, que ya tengo muy incorporadas. Silvina en ocasiones me decía: lo que a uno más le gusta a veces hay que sacarlo. Decía también que contar un cuento sin haberlo escrito era como destapar un perfume, se iba la esencia. En eso Bioy era distinto; el ensayaba los efectos de un cuento en sus interlocutores o, con más frecuencia con sus interlocutoras, aunque me acuerdo de más de una comida en casa de mis padres, en especial una, donde nos tuvo en vilo con un cuento largo muy gracioso, que luego apareció en Historias Desaforadas, una especie de comedia sexual donde interviene en la escena culminante la reina de Holanda. Otra cosa que decía Silvina era que a los cuentos hay que mirarlos como objetos, creo que con esto quiso decir que están separados de uno. No tiene que haber un orgullo malsano en no corregir y creer que de esa manera se es más auténtico. Lo importante es el cuento no el narcisismo de uno. Por lo general las cosas que parecen más fluidas son las que están más trabajadas. Ambos eran fanáticos de la corrección, de dejar que cada palabra valiera por si misma y yo, por las mías, creía también en eso pero ellos me lo pusieron en palabras y me dieron indicaciones prácticas, sobre todo Silvina. Hemos hablado mucho de libros y autores a medida que yo iba leyendo y me abrieron su biblioteca que leí con mucha atención y con un sentimiento de aventura que me conectaba directamente con el aprendizaje y el placer.
—Podrías hablarnos brevemente de la esencia de cada uno de tus libros…
Como te dije muchos de mis libros están interconectados, tanto cuentos como novelas. Así ocurre con El verano de sol quieto, Algunos cuentos de Cazar un tigre, otros de Memorias del viento y El borde peligroso y la trilogía a la que me referí brevemente titulada El campo Salvaje. Todos estos cuentos y novelas ocurren después del espacio temporal que por ahora ocupa la trilogía que va desde 1873 a 1885, cuando los indios se baten en retirada. El Malón Grande cuenta el ocaso de los indios y ya es otro momento del país. Y El campo salvaje ya no lo es. Esta trilogía sobre la que se apoyan los cuentos posteriores es, como te digo, todo un capítulo aparte, así que para no quedarme solo con eso y porque mi deseo lo requería también hice excursiones fuera de esa mundo narrativo. Eso se da en parte en La casa de la llanura;
El primer viaje, Las voces del reino y El dueño anterior, que trata de algo que siempre quise escribir: una historia de fantasmas. En este caso es en una vieja estancia desatendida ubicada en el corazón ganadero de la República. La cuenca del Salado. Está ubicado en el tiempo actual, Hay polars, ponchos, Direct TV y celulares y ahí volqué mis experiencias como ganadero novel. El fantasma, como lo indica el título, es el dueño anterior, un fantasma conservador que no quiere que las cosas cambien y que se resiste a las innovaciones del nuevo dueño. También es una novela sobre padres e hijos y el apego entrañable a la tierra, que crea un montón de dificultades en la vida de la gente, creo que eso se ve a través de todas estas obras, hay un precio que se paga, a veces queriendo y otras sin querer o porque es inevitable. Pero también creo que en mis trabajos hay muchos buenos momentos, bastante humor, cierta observación de personajes y de costumbres y de experimentos de lenguaje y de estilo que espero interesen al lector cuando mis libros estén más disponibles.
—¿Te sentís bien querido por la crítica y la gente, o sentís que no te perdonan tus ascendientes ilustres en lo literario (lo pregunto por estos tiempos de populismo decadente y rancio). —¿Cómo ves el panorama literario argentino?
—No, no veo que no me perdonen o me guarden rencor por haber conocido a Silvina, Borges y Bioy. Quiero escribir un libro más detallado sobre esa relación. Prefiero no meterme en lo que opinan los demás acerca de mí, algunos, mis amigos, espero, me querrán y otros quizás no tanto, pero muy pocas veces noté una real mala voluntad. Quizás yo no encajaba en el perfil de escritores que durante muchos años pedían las editoriales y mis temas eran propios y personales y no políticos o periodísticos, pero me alegro de haber persistido en ese camino porque creo que todo eso no se había contado desde ese punto de vista. El telón de fondo es la historia del país, así que no son historias del todo inocentes, el campo no está aislado del panorama del país, pasan cosas, de todo tipo, algunas buenas, otras malas, Hay muchos vaivenes emocionales, creo que el arco emocional es amplio y que en algunos libros hay una especie, diría, de paradójica esclavitud de la gente que tiene que llevar adelante esas empresas, esclavitud de la que en general no se dan cuenta del todo, porque les parece inevitable, pero que el lector va notando de a poco, creo. Y creo que hay cuentos que bucean en lo profundo de cada uno. Hasta donde sea. Yo creo que en mis cuentos di con historias muy intensas y espero que queden en la memoria del lector. Empecé escribiendo cuentos porque todo el asunto consiste en dominar desde el principio las unidades cortas y el cuento tiene una gran intensidad y poder por la compresión que impone. Nada puede sobrar, ni una palabra ni una sílaba y todo tiene que ver con el fondo sumergido que recién al final sale a la luz y se completa con el silencio, que debe hablar, como ya dije. El cuento debe ir profundizando en cada escena y revelando de a poco en ese ascenso acerca de qué realmente se está hablando. 
—¿Qué proyectos te rondan? —¿Cómo has conjugado la vida personal con la profesional, con el escritor y el pintor? –¿Qué papel juega la pasión en el oficio de escribir? 

Tengo todavía cuatro novelas inéditas y una a medio escribir. Son: la trilogía, otra más, ya corregida, me reservo de contarla, y otra que espero completar pronto. Y luego quisiera hacer varias excursiones fuera de tierra conocida, subirme a un barco por, así decirlo, como me sucedió con Las voces del reino y los otros libros que te contaba. 
Te cuento que de chico yo creía que iba a ser pintor pero de a poco al dedicarme a la literatura me pareció que ofrecía algo muy propio de mí, más que mis cuadros, y descubrí al ir trabajando que tenía muchas historias para contar que para mí eran muy naturales pero que a los demás les podían parece especiales, me di cuenta. Así que poco a poco dejé de pintar. Quizás me faltó encontrar un maestro, pero me siento bien dedicándome por entero a la literatura.
En cuanto a la pasión es el motivo de todo, si no hubiera sería muy inútil dedicarse a algo que a uno no le gusta o no le entusiasme.
Uno vibra como un diapasón al escribir algo. Yo vivo cada novela, cada cuento como una historia de amor que me ocupa totalmente y tengo que apartarme de ellos a los codazos para vivir una vida normal con afectos y amistades. Porque la vida cotidiana me gusta y le doy importancia y mucha, a mis hijos, a mis relaciones y a la amistad. En mi experiencia las novelas son como amores absolutos, totales, que hacen que el mundo receda un poco. El atractivo del cuento es que uno entra y sale con la historia hecha en relativamente poco tiempo. Así que da una sensación de variedad y no tiene la obligatoriedad que uno siente cuando tiene que terminar una novela. Y al escribir ocurren cosas, sincronías, uno encuentra las cosas a medida que las necesita, tengo muchas anécdotas sobre esto. Y si uno escribe una novela y además está enamorado, mejor todavía. Como dijo Hemingway las ventajas de estar enamorado son tantas que no hay necesidad de nombrarlas.

—¿Te parece que el libro tal como lo conocemos tiene futuro? —¿Hay lectores, o disminuyen a medida que avanza la tecnología y la informática? —Hay más gente que escribe o que lee, ¿Cuál es tu sensación? —¿Los que escriben ¿leen lo suficiente? (Tal vez si leyeran no escribirían, o por lo menos cuidarían más sus escritos). 
Te voy a tratar de contestar estas preguntas, como pueda, porque sé tan poco como todos. Creo que los lectores de verdad han sido siempre una minoría. En mi colegio, en mi clase yo era el único lector. Y lo mismo veo en los amigos de mis hijos. Mi hija Dulce de 20 años es lectora, acaba de darme una gran satisfacción porque estos días terminó la lectura de La noche que me quieras que le gustó mucho, me dijo, y estaba realmente encantada con la historia, sus vaivenes y su final, que yo creo que es como una nota de armonía y, espero, de coraje y continuidad. El telón no baja hasta que realmente termina la obra, es decir la vida de cada uno.
Obviamente la tecnología avanza y va a avanzar más. Yo he dado muchas clases, desde siempre he dado cursos y hace treinta años o más que tengo talleres literarios acá en mi casa pero también en la Universidad de San Andrés, en la Academia del Sur, en la UADE y en universidades de EEUU. Me encanta enseñar y me doy cuenta que a la gente le gusta aprender y se alegran porque los libros los sacan de la noria cotidiana de los problemas tan repetidos de nuestro país y sus vidas. Así que ahí esta él goce al que no debemos renunciar ni como lectores ni como escritores, porque la verdad es que es un privilegio muy de uno leer o escribir un cuento o una novela. Ninguna máquina lo puede hacer por uno, hasta ahora por lo menos porque entra la totalidad de la memoria, de las asociaciones, de la imaginación y creo que eso va a resultar dificilísimo para las computadoras. De todas maneras, yendo a la práctico también hay que aprender a tirar del carro, si estoy escribiendo una novela yo me conformo con escribir 2000 palabras por día en veinte días son 40.000 y aunque uno no llegue a eso es una buena cantidad. Acá en el colegio te decían composición. En el mundo anglo dan el marco o el formato, como si a un pintor le entregaran una hoja en blanco y él tendría que escribir dentro de eso. Graham Greene escribía 1000 palabras por día. Borges y García Márquez una página o sea 350 palabras. Aunque a García Márquez le creo poco. Creo que un novelista necesita recorrer más distancia. Eso sí, el trabajo de corregir es infinito y no se termina hasta que uno realmente encuentra que cada palabra está en el lugar debido, exactamente como y dónde debe estar. Hay que estar dispuesto a dedicarle mucho tiempo, muchas veces más de lo que se tardó en escribir la novela. Y creo que la inspiración sabe quién está interesado por ella y vuela muy cerca si uno se pone en actitud de ir contando la historia, que tiene que ir surgiendo de adentro. No es, por lo general, un rayo divino. Se presenta como una escena, una situación o hasta una voz que aparece en la página, aún cuando uno no sabe dónde va. Así me pasó con La voces del reino. Primero vino la voz roja, eran unas pocas frases y luego aparecieron las demás. Al poco tiempo tenía la estructura general de la novela, pero quería escribir a ciegas, sólo con la imaginación y fui inventado los episodios a medida que los escribía. Y todo cerró perfecto porque de vez en cuanto paraba y pensaba y siempre sucedía algo que me sorprendía a mí y me alegraba mientras contaba las evoluciones de mis personajes.
Por último me parece que nuestro trabajo es uno de los últimos trabajos artesanales del mundo y creo que de alguna manera resiste y va a resistir, quizás más arrinconado, pero a la vez el destino es tan impredecible que tal vez en algún momento muchos quieran oír una voz humana y eso se valore. Algo de esto está pasando con las series, creo que va haber una alianza entre la literatura y la imagen y que eso va a ser parte del mundo que vamos a vivir. Para terminar, leer, como te dije, muy pocos jóvenes leen, pero hay excepciones. Lo principal es enseñarles a pensar por su cuenta y a disfrutar y que sepan que sino entienden a Borges, por ejemplo, no es que sean tontos sino que les faltan algunas llaves, que les podés dar en una charla o una lectura guiada. Mi experiencia de profesor de taller literario y cursos es que mucha gente se encuentra con una gran sorpresa al acceder a la literatura. Tal vez porque si uno enseña con pasión siempre encuentran a la voz humana con sus grandeza, abismos, ocurrencias, personajes, humor, dramatismo y, sobre todo, libertad.


Un Jorge Torres Zavaleta entrañable, sencillo, auténtico y apasionado por su vocación; escritor con todas las letras que nos reeconforta en estos tiempos de tanto advenedizo. Hemos compartido su palabra sin cortes, ni acotaciones para que nuestros lectores tengan la oportunidad de reconocer las diferencias y a un verdadero escritor.


José luis Thomas-Norberto García Yudé

jueves, 4 de julio de 2019

Notiserrano 177: Reyna Carranza

Reyna Carranza

Cuando la palabra cobra vida y trasciende universos

Por José Luis Thomas - Norberto García Yudé



Encontrarse en la vida con verdaderos escritores es un privilegio y una verdadera ventana al sortilegio de la vida. No son sólo palabras introductorias para presentar a Reyna Carranza, la escritora argentina, cordobesa con proyección mundial más importante. La literatura está llena de autores, pero muy pocos escritores. Escribir no es sólo alinear palabras con cierto orden y alguna pretendida creatividad, muchas veces bizarra y en más de las ocasiones oportunista y trivial; escribir es tener ese instinto supremo, propio de las abejas de dejar la vida al clavar el aguijón; es una pasión y un modo de ser no pudiendo ser nada más que eso, aunque se hagan otras cosas, claro. Con esto no quiero decir que uno no aprecie la palabra escrita de mil formas distintas, y que no hayamos disfrutado ocasionales libros, queremos destacar la excelencia, la exaltación del oficio de escribir, que no es común, y ese grado de magia que uno siente cuando lee la obra de algunos escritores, como lo es Reyna, que se transforman y transforman el cotidiano pan, los cotidianos pequeños espacios de la vida en momentos únicos y cargados con un tempo y una densidad, capaces de extender las fronteras descorriendo tiempos y mundos de la subjetividad, insospechados.  Tanta es la pasión y la singularidad de su ser, que podemos apreciar la sutileza de su hilo mágico, aún en las respuestas que nos dio a Notiserrano, con absoluta entrega y dedicación como si lo hiciera para el más importante de los periódicos. Eso sucede porque ella y la escritora son una; ella y la mujer son una; ella y la pasión de vivir son una; ella y el mundo más allá de la forma son una. Compartimos con nuestros lectores estas páginas vivas con la palabra de una escritora atravesando toda la esplendidez de su creatividad. 
-¿De qué manera llegó a vos la palabra?
-Como el aire, el agua, o el pan de cada día. Pero no es el aire lo que nos hace humanos, el pan o el agua, sino la palabra. La palabra nos dio identidad; es el logro más notable y profundo del ser humano. La escritora Angélica Gorodisher dice que sin palabras no existiríamos como sociedad y, en consecuencia, sin literatura no existiríamos como seres destinados a la trascendencia.
Me atrevería a decir que nací enamorada de la palabra escrita,
porque nadie me enseñó a escribir: lo aprendí leyendo. Y aprendí a escribir novelas leyendo novelas. Todo se dio sin el menor esfuerzo, como un juego maravilloso, producto de la lectura.
-¿Es la palabra un modo de estar en el mundo?
-Desde que tengo memoria vivo rodeada de libros. Fue, y es, mi manera de estar en el mundo. Universo que me dio identidad, y me ayudó a ocupar el espacio que hoy ocupo en el territorio de las letras. Ser escritora es mi mayor orgullo.
-¿Tenías apoyo del entorno?
-Desde que aprendí a leer me regalaron libros de cuentos en mis cumpleaños. Mi padre me regaló mis primeros libros de poesía, y mi madre la colección de veinte tomos de “El tesoro de la juventud”, cuando tenía ocho años. Todavía los conservo. Libros que despertaron en mí el amor por la belleza y lo sublime. Todo lo que soy se lo debo a la literatura.
-¿Cómo considerás a los escritores y a vos misma en este rol?
-En la adolescencia no lo tenía claro; la mayoría de los
autores que leía estaban muertos; hasta llegué a pensar que
para ser escritor había que morirse. Luego descubrí que los buenos escritores jamás mueren. Y me encontré con Sarmiento, Hernández, Güiraldes, Borges, Cortázar, Stevenson, Roberto Arlt, Sara Gallardo, Beatríz Guido, Salgari, Camus, Maurois, Colette, Allan Poe, Horacio Quiroga, entre tantos tantos otros. Todos autores de obras que tienen el poder de modificar el estado emocional o intelectual de las personas, por lo que considero que ser escritor implica una gran responsabilidad.
-¿Era parte de tu universo la idea de entregar tu vida a la literatura?
-Comencé a escribir alrededor de los doce años, pero sin tener consciencia de que esto se convertiría en el leiv motiv de mi vida. Por entonces la consigna era ir a la universidad y diplomarse en alguna profesión liberal. Comencé cinco carreras universitarias. No terminé ninguna. Invertí un año en Medicina, otro en Derecho, otro en Escribanía, otro en Letras, y otro año en Lenguas. Hoy agradezco la paciencia y enorme consideración que tuvieron mis padres para conmigo. Fueron cinco años de intensa búsqueda y no menos ansiedad. Papá me decía: Te vas a morir de hambre escribiendo. Y era comprensible. Por esos años, para triunfar en las letras había que tener mucho talento y una buena cuota de suerte. Los escritores reconocidos eran muy pocos, y menos aún los que se ganaban la vida escribiendo novelas. Hablo de los años sesenta. Fue a fines de esa década que comencé a hacer periodismo. Oficio que, de alguna manera, me acercaba a la escritura. Trabajé primero en el diario Córdoba, y en 1970 entré como cronista a Los Principios. Fue una etapa gloriosa. No se trataba de literatura pero me gustaba lo que hacía; me pagaban por escribir. Pero en el medio ocurrió el milagro. Un día me senté a la máquina y de un tirón escribí una novela, casi
sin darme cuenta, llevada por el afán de volcar en el papel mis sentimientos entrelazados al mundo que me rodeaba. La titulé “Para ahogar un loco amor”. La publiqué recién veintisiete años después. Y ahora, en agosto, vuelve a salir reeditada .
-¿Primero escribir y luego vivir, o a la inversa? 
-Puedo afirmarlo sin la menor duda: primero vivir. No es fácil escribir sin tener experiencia de vida y un respetable bagaje cultural, de lo contrario se corre el riesgo de caer en obviedades, o en argumentos muy auto-referenciales que poco aportan al lector. No obstante, los genios existen, y a veces surgen escritores muy jóvenes con una gran obra.
-¿Qué escritores te influenciaron?
-Muchos. Entre los catorce y los treinta años leí casi todo lo que había que leer. Autores griegos, mitología, clásicos, existencialistas, contemporáneos, rusos, europeos, americanos. Cada uno de ellos me enseñó algo. Pero sobrevino el boom de autores latinoamericano con Gabriel García Márquez a la cabeza y entonces leer se convirtió más que nunca en una auténtica fiesta. De todos modos, hasta encontrar “mi propia voz” recibí
mucha influencia de Lawrence Durrell, William Faulkner, Juan Ramón Jiménez, Hermann Hesse y Enrique Heine.
-¿Haber nacido en Argentina y en una provincia fuerte y combativa como lo es Córdoba en tantos aspectos, determina tu decir?
-Totalmente. Porque somos producto del paisaje y la tradición del suelo en el que se ha nacido. Cuando escribimos nos escribimos a nosotros mismos, embebidos en una determinada historia familiar, social y política. No es lo mismo escribir desde Córdoba que hacerlo desde el puerto de Buenos Aires, o desde la estepa patagónica. Siempre acabará apareciendo la raíz, el paisaje que nos vio crecer y nos dio identidad. Podemos no nombrarlo, disfrazar con ficción cualquier realidad, pero en el fondo siempre latirá el sello de la pertenencia.
¿Cómo atraviesa la joven Reyna la etapa de los descubrimientos en una sociedad caudillista, pacata, que mira a Europa?
Con absoluta naturalidad. Ya en la infancia los cuentos de hadas, reyes y  princesas (en su mayoría de autores europeos) me ayudaron a descubrir que existen otras culturas, otras maneras de ser y de pensar. Después, los estudios y la literatura universal acabaron por introducirme en el mundo y me enseñaron que una sociedad es producto de muy diversas circunstancias. Por esta razón, del caudillismo argentino sólo tomé sus valores positivos, y toleré con una media sonrisa la tendencia europeizante de la clase media y alta
de mi país. Más tarde, leyendo historia argentina pude ampliar criterios y me sirvió para reflexionar y escribir sobre nuestro siglo XIX, como lo hice en “Una sombra en el jardín de Rosas” y “El secreto del guerrero”. 
-¿Escribir es una tarea sencilla, natural, compulsiva, desgarradora?
-Escribir es todo eso y más. En mi caso es una necesidad como respirar, también un placer y, al mismo tiempo, una aventura catártica: prodigioso intercambio de energías del que siempre salgo fortalecida. El acto creativo en lugar de agotar la mente, la estimula, la incita a abrir caminos hacia el infinito.
¿Se termina de escribir en algún momento o sólo es una tarea sin solución de continuidad?
Las dos cosas. Pero una novela debe tener un principio, un desarrollo y un final. No obstante, luego de la última página, en mi cabeza continúo
imaginando hasta que algo me dice que ya estoy lista para comenzar a escribir otra historia.
¿Se puede prescindir de la pasión?
Depende de la naturaleza del escritor. En mi caso, soy una persona apasionada y amo lo que hago; en consecuencia, mis textos traslucen sentimientos muy fuertes. Pero, en general, la pasión (por lo que sea) es un ingrediente que nunca debe faltar en una novela.
¿Cuánto de la propia vida dejaste en el camino por escribir?
Nada dejé en el camino porque desde muy joven supe que escribir era lo que más me gustaba. Y no tuve hijos casualmente por eso. Antes de cumplir los veinte entendí que por mi manera de ser no había nacido para tener hijos, sino para escribir libros. Además, al ser rebelde por naturaleza los mandatos culturales no pudieron conmigo. Hoy suelo decir que puedo maternar con los libros.
-¿Con cuál de los géneros literarios te sentís más cómoda?
-Definitivamente con el género novela. No obstante, he escrito muchos cuentos, publicados en once antologías de cuentistas
argentinos. Pero no es lo mío. La brevedad me cuesta. Cuando me surge una idea indefectiblemente viene repartida en más de doscientas páginas.
-¿Escribir es innato o se aprende? ¿Sirven los talleres literarios? ¿Cuánta importancia tiene en el escritor la lectura?
-La vocación ayuda pero no alcanza; al talento hay que desarrollarlo, pulirlo. A escribir se aprende leyendo buena literatura. Pero no todos los que escriben son Escritores, con mayúscula. Como en cualquier disciplina del arte hay artistas buenos, regulares y malos. En el terreno de las letras pasa lo mismo. No todo es publicar un libro, cualquiera puede hacerlo. Pero el don “divino” no se aprende, nace con uno. En consecuencia, en los talleres literarios se puede aprender a redactar; se pueden aprender las técnicas de la novela, el cuento, o la poesía, pero lo que un taller literario nunca podrá enseñar es el talento. 
RECORDEMOS:
“Cinco hombres” la escribí en España y se publicó apenas regresé al país, en 1984. Trata sobre la búsqueda de la identidad

sexual, y fue la primera novela en Córdoba que, en ese terreno, llamó a las cosas por su nombre; una historia que inventé y cavé a mi alrededor a modo de trinchera para olvidar una realidad tan agobiante como lo fue la última dictadura militar en Argentina.
“Para ahogar un loco amor” me marcó el camino. Quiero mucho esta novela. Es breve e impactante. Su temática y su estructura adelantaron lo que iba a ser el signo distintivo de mi estilo: apasionado y transgresor.       
¿”Tanto infierno, tanta belleza” es sólo un título o parte del legado que recibiste como ciudadana argentina?
Título y argumento de esa novela es una apretada síntesis de nuestra historia contemporánea. En ella me atreví a contar parte de mi propia vida. Auto ficción que nació producto de una catarsis, dicho de otro modo, nació por la necesidad imperiosa de volcar en palabras los horrores que sacudieron a Argentina en la década del setenta, pero en realidad es la historia de un gran amor.
-Fui finalista del Premio Planeta 2003 con “Una sombra en el jardín de Rosas”. Por esta novela obtuve el reconocimiento del público y de la prensa. En ella mezclé ficción con historia argentina, narrada en primera persona por boca de Juan Bautista, el hijo mayor y casi desconocido de Juan Manuel de Rosas. Desde su aparición hasta el presente esta novela se viene reeditando con el mismo éxito.    
-¿El trabajo paralelo (conferencias, publicaciones en diarios y revistas) es parte de las derivaciones de escribir, o sólo un modo de vida que te resta tiempo y energía para la creación literaria específica?
El “trabajo paralelo” fue en aumento a medida que me fui haciendo conocida, al punto de quitarme tiempo para escribir novelas, que es lo que a mí me gusta. Pero no me quejo, me ayuda a llegar a otros públicos. Y, en muchas oportunidades, los acepto porque están bien remunerados. Este año, por ejemplo, el exceso de trabajo extra me ha quitado tiempo para la novela que estaba escribiendo. De todos modos, no tengo apuro para terminarla, sé que está ahí esperándome, y esa es la maravilla de este oficio, nunca termina, siempre está comenzando de nuevo.

Otra novela inquietante y muy bien escrita es “Donde vive la loba”. En ella abordás la locura, la muerte, y un más que turbulento universo femenino. ¿Cómo surge este tema y de qué manera elegís resolverlo desde el punto de vista de la estructura? 
“Donde vive la loba” es la continuación de “Para ahogar un loco
amor”. La historia de Rolanda Ferraz merecía una segunda parte; una mujer que se hace pasar por loca cuando la acusan de haber matado a su padre y a su único hermano. Esta continuación narra esa locura: un mundo donde la loba entona su himno, sin edad, eterno. Su estructura difiere de mis otras novelas porque en ella incluyo una historia que se entrelaza al argumento principal, protagonizada por un enano que dirige un coro formado por niños de la calle, que por las noches cantan en el Parque Sarmiento. Submundo de drogas y abusos que resolví narrar en términos casi mágicos, casualmente para que esta realidad tan cruel de nuestro tiempo no caiga en el panfleto de denuncia.
Llegamos a “Hablame de Tosco”, un hombre singular, de una vida apasionante, ¿cuál fue el motivo que te llevó a abordarlo?
 Escribí sobre Agustín Tosco a pedido de la editorial “Raíz de Dos”, para su colección Cordobeses por cordobeses. Fue un auténtico desafío para mí, del que creo salí airosa. En la primera parte hablo de la Argentina que le tocó vivir a Tosco. Pero es en la segunda parte donde decidí poner el acento, ya que mi objetivo era descubrir el Tosco íntimo, el de puertas adentro, el
hombre que se jugó por amor del mismo modo que lo hizo por los derechos de los trabajadores.
¿Qué hay en Juan Lavalle que te dio el impulso de abordarlo en “El secreto del guerrero”? 
Desandar la historia de nuestros próceres me permite entender mejor el presente. Como país seguimos arrastrando conflictos cuyo origen se remonta a la época de la colonia. Pero la literatura no juzga; la utilizo como instrumento para recuperar nuestras auténticas raíces, proponiendo una lectura retrospectiva, revelando secretos, descubriendo intimidades, iluminando el pasado con una luz nueva y diferente. Y, sobre todo, me ayuda a comprender, y a comprendernos. Investigar allí es apasionante, ya que la literatura comienza a hablar cuando la historia se queda sin palabras. Y abordé a Lavalle por su vida tumultuosa, por haber sido un amante alocado, impetuoso; por la bravura que puso en cada batalla. Un hombre que para sentirse vivo necesitaba pisarle los talones a la muerte, y acabó suicidándose. Recordemos que sobre sus espaldas pesan dos acusaciones tremendas: hizo fusilar a Manuel Dorrego, y cometió la peor de las traiciones: vender la patria. Pero lo que realmente atrapa al lector en “El secreto del guerrero” es la novela de ficción que sostiene la parte histórica, donde cuento la amistad que nace entre Lavalle y su baquiano José Alico, que no es un hombre como todos creen (incluso el general), sino una mujer que se hace pasar por hombre para poder sobrevivir en
un país violento, siempre alzado en guerra.
Regreso al Paraíso nos habla de la confesión más terrible que un hombre puede hacer. Historia en la que el misterio y lo fantasmagórico, la vida y la muerte, el erotismo y la sexualidad, desbordan de manera inigualable. Sólo otro escritor puede crear un final diferente para una obra consagrada, como los Bomarzo de Mujica Lainez. Con gran talento y agallas, Reyna Carranza redimensiona ese final, lo retoca, lo trae al presente, y se sirve de él casi como una gracia. Es allí donde radica la mayor virtud de esta novela y su curioso hallazgo, rasgo que la convierte en un mojón bisagra de toda su obra.
  -¿Podemos pasar a la cocina, al espacio íntimo de la escritora?
-Normalmente escribo seis horas diarias, casi siempre hasta que cae el sol. Cuando no escribo busco distracción con los amigos, la lectura, la

televisión o el cine. Me enojan la injusticia, la mentira, el atropello, el autoritarismo. Me deslumbra la naturaleza, la música, el arte. Y vivo rodeada de verde: acacias, tipas, eucaliptos, aguaribay, pinos, y en estos últimos años planté una bignonia, un aromo y un ficus, además de estar criando en maceta un algarrobo que actualmente sólo tiene treinta centímetros de altura. Comparto mi techo con mi preciosa gata Juanita. Y por encima, y por debajo y en el medio de todo esto, leo mucho.
¿Corregís durante o al finalizar una novela?
Corregir me obsesiona, no soporto una coma mal puesta, un tiempo de verbo incorrecto, repetir adjetivos o adjetivar demasiado. Soy muy crítica de mi propia obra. Pero el placer más grande es cuando escribo sin darme cuenta del paso del tiempo, como si estuviera conectada a una inteligencia superior que me dicta letra.
¿Le das importancia a los premios?
No he recibido muchos premios, sólo los necesarios para sentir que lo que he hecho hasta ahora no ha sido en vano. Recibí el primer premio en la categoría cuentos (“El hombre de la capa de nutrias”) organizado por la Fundación Manuel Mujica Lainez y Anita de Alvear; varios años después fui finalista del Premio Planeta de Novela, y últimamente recibí dos premios que me llenan de orgullo: el Reconocimiento al Mérito Artístico otorgado por el Gobierno de la Provincia, y el premio Jerónimo Luis de Cabrera, otorgado por la Municipalidad de Córdoba, ambos por la obra realizada y los treinta años de aporte cultural a la Provincia.

La literatura actual pasa por un período muy prolífico, pero ¿hay excelencia?
Es cierto, se publica mucho, pero no todo lo que se publica es literatura. Proliferación que nos dice que hay muchos autores pero muy pocos escritores. Libros en los que se advierte la buena intensión, pero se nota demasiado el esfuerzo con que han sido escritos, el mismo esfuerzo que tiene que hacer el lector para poder leerlos. Confío que con el tiempo estos autores puedan alcanzar la excelencia.    
Una charla con magia. Cada vez que hablamos con Reyna entramos en una zona única, sobrecogedora, de profundidades y vuelo de libélulas, que nos complace y reconcilia con el mundo de la creación, puesto que vivimos en una realidad y un tiempo donde la chabacanería, el absoluto desinterés por la importancia del trabajo y del respeto al pasado que nos ha hecho quienes somos, nos avasalla impiadoso, sin lograr su cometido de aniquilarnos porque estamos despiertos, conscientes y podemos separar las aguas.
Reyna es su obra y su obra la magnifica y la proyecta hacia cada ser que la aborda en el rico espacio de sus páginas.
Por eso, yo, José Luis Thomas escribí un ensayo sobre toda su obra: Literatura y subjetividad en la obra de Reyna Carranza: erotismo e ideología, necesitaba abarcar e integrar ese universo en el que su alma insufla vida, más allá de la vida, y de ese modo llegar a sus lectores y a todos los que aún no la conocen. Su paso por la literatura argentina y universal va mucho más allá de esta dimensión: alcanza universos paralelos y dignifica el arte de escribir.
Es una referente indiscutida para las nuevas generaciones, un faro. 
Algo que destaca es su capacidad para no repetirse, para no copiarse a sí misma; cada vez se renueva y emprende caminos de los cuales no conoce el final; es decir no adhiere a modas ni sigue sus propios éxitos; ésto sin dudas es fibra de creador, y reverenciamos esa cualidad que está casi desaparecida.

Thomas-Yudé