lunes, 1 de julio de 2013

Derechos Humanos ¿Y qué pasa con las obligaciones? Analicemos más allá del relato . Nota publicada en Notiserrano 128



Derechos Humanos 

¿Y qué pasa 

con las obligaciones?

Analicemos más allá del relato

Por José Luis Thomas

Los Derechos Humanos han sido clasificados de diversas maneras, de acuerdo con su naturaleza, origen, contenido y por la materia que refiere. La denominada Tres Generaciones es de carácter histórico y considera cronológicamente su aparición o reconocimiento por parte del orden jurídico normativo de cada país.

Primera generación
Se refiere a los derechos civiles y políticos, también denominados “libertades clásicas”. Fueron los primeros que exigió y formuló el pueblo en la Asamblea Nacional durante la Revolución francesa. Este primer grupo lo constituyen los reclamos que motivaron los principales movimientos revolucionarios en diversas partes del mundo a finales del siglo XVIII.

Como resultado de esas luchas, esas exigencias fueron consagradas como auténticos derechos y difundidos internacionalmente, entre los cuales figuran:
Toda persona tiene derechos y libertades fundamentales sin distinción de raza, color, idioma, posición social o económica.
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad jurídica.
Los hombres y las mujeres poseen iguales derechos.

Nadie estará sometido a esclavitud o servidumbre.
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes, ni se le podrá ocasionar daño físico, psíquico o moral.
Nadie puede ser molestado arbitrariamente en su vida privada, familiar, domicilio o correspondencia, ni sufrir ataques a su honra o reputación.
Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia.
Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.
En caso de persecución política, toda persona tiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de él, en cualquier país.
Los hombres y las mujeres tienen derecho a casarse y a decidir el número de hijos que desean.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento y de religión.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión de ideas.
Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacífica.
Segunda generación
La constituyen los derechos económicos, sociales y culturales, debido a los cuales, el Estado de Derecho pasa a una etapa superior, es decir, a un Estado Social de Derecho.
De ahí el surgimiento del constitucionalismo social que enfrenta la exigencia de que los derechos sociales y económicos, descritos en las normas constitucionales, sean realmente accesibles y disfrutables. Se demanda un Estado de Bienestar que implemente acciones, programas y estrategias, a fin de lograr que las personas los gocen de manera efectiva, y son:
Toda persona tiene derecho a la seguridad social y a obtener la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales.
Toda persona tiene derecho al trabajo en condiciones equitativas y satisfactorias.
Toda persona tiene derecho a formar sindicatos para la defensa de sus intereses.
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure a ella y a su familia la salud, alimentación, vestido, vivienda, asistencia médica y los servicios sociales necesarios.
Toda persona tiene derecho a la salud física y mental.
Durante la maternidad y la infancia toda persona tiene derecho a cuidados y asistencia especiales.
Toda persona tiene derecho a la educación en sus diversas modalidades.
La educación primaria y secundaria es obligatoria y gratuita.
Tercera generación
Este grupo fue promovido a partir de la década de los setenta para incentivar el progreso social y elevar el nivel de vida de todos los pueblos, en un marco de respeto y colaboración mutua entre las distintas naciones de la comunidad internacional. Entre otros, destacan los relacionados con:
La autodeterminación.
La independencia económica y política.
La identidad nacional y cultural.
La paz.
La coexistencia pacífica.
El entendimiento y confianza.
La cooperación internacional y regional.
La justicia internacional.
El uso de los avances de las ciencias y la tecnología.
La solución de los problemas alimenticios, demográficos, educativos y ecológicos.
El medio ambiente.
El patrimonio común de la humanidad.
El desarrollo que permita una vida digna.

Hasta aquí todo parece claro, y muy beneficioso para los seres humanos y su relación con el medio que hace a la sociedad. ¿Se cumplen? y..... en una escala llena de matices. ¿Se utilizan sus fundamentos para la manipulación desde lo político y entre las personas en el llano? Todo el tiempo y cada vez más.
Ahora bien, quién más quién menos, sabe algo de Derechos Humanos, pero entre saber, aplicar y discriminar lo propio de lo ajeno, se produce un abismo, un interminable abismo en los que intervienen múltiples interpretaciones y formas de aplicar esas normas. Cuando el conflicto es mayor, la gente recurre a la Justicia buscando dirimir las diferencias.
Pero hablar de Derechos, presupone hablar de Obligaciones y Responsabilidades, algo que no tiene muchos predicantes, es decir, la gente no repara demasiado en estos dos últimos aspectos. Es que la Obligación es el límite que delimita al Derecho. Puede ser Obligación legal o moral. Las legales pueden o no cumplirse, pero las morales son más amplias, con bordes desdibujados y sujetas a interpretaciones más emocionales.  Y la Responsabilidad sintoniza al ser persona,  a su equilibrio, respaldando su acción que ha de recaer sobre otro. Todo el tema en sí cae en una suerte de objetividad subjetiva, que muy pocas veces es incuestionable.
Presento el tema en lo general y no intentaré explicarlo desde el punto de vista de un legalista porque no es mi área, si bien puedo comprenderlo, mi intención es analizar la expresión “Yo tengo derechos”, que en los últimos tiempos es parte del lenguaje cotidiano y que se esgrime en forma indiscriminada, no sólo en el trato corriente, sino que es parte del lenguaje de personajes que circunstancialmente aparecen por televisión. Lo que nunca escucho es “Tengo obligaciones” a lo sumo escuchamos “pago mis impuestos” reduciendo todo a lo más fácil: pago, tengo derechos, lo que no sugiere la aceptación de la obligación o responsabilidad. Lo que se paga con dinero puede estar deslindado de la naturaleza moral o humanitaria del hecho. Sabemos que el dinero compra voluntades, prebendas, y sostiene todo tipo de corruptela, que muy bien puede “distorsionarse anteponiendo: los derechos humanos, como anzuelo para cazar bobos, mojigatos, oportunistas.
El tema en sí mismo es delicado y profundo;  me preocupa, puesto que la tendencia es hacia el agravamiento de la libre interpretación del derecho que se manifiesta en la conducta de uso cotidiano entre congéneres. La percepción del fenómeno me permite deducir la mala utilización de lo que debería ser una forma de convivencia y que por el contrario se convierte en una excusa para liberar y manifestar una serie de resentimientos personales, sociales y sobre todo entre clases (esto incentivado desde ciertas ideas políticas que en el uso circunstancial de poder, utilizan para dividir la opinión pública y sumar adeptos).
En todos estos temas existe una forma de exponerlos conformando un cuento (relato) con el que se va adiestrando a quienes por distintas razones están predispuestos a dejarse influenciar; estos motivos pueden ser ideológicos, oportunistas, de conveniencia material (sobre todo), emocionales, y que una vez ganados por las prebendas, quedan atrapados en un discurso que se vuelve conducta y toda conducta es una suma de actos que se ejercen sobre sí mismo y sobre terceros, conformando un tejido social enfrentado, que utiliza los argumentos legítimos del derecho, pero en forma torcida, llegando así a una suerte de convivencia enferma y conflictiva, casi anárquica, en la que cada individuo presupone “saber” hasta el punto de arremeter contra quienes sí han estudiado y garantizan con argumentos válidos y fundamentados, la legitimidad de esa suma de conceptos que el común “maneja  como si supiera”.
Y es aquí donde aparece la bisagra que en estos tiempos se ha roto: la legitimidad de los que saben, versus los improvisados, en todas las áreas. La educación ya no es primordial para establecer reglamentos válidos que nos permitan crear relaciones genuinas. Pero el tema de la educación, no se reduce sólo a la suma de conocimientos, sino que sobre todo, para los tiempos que corren, es fundamental la educación cívica y moral, es decir que los individuos puedan tener los elementos que les permitan, sobre todo, tener conciencia de la estructura social y de  los límites en los que se conjugan los derechos y las obligaciones como forma tácita de saber cómo debemos manejarnos. Reconocer las diferencias de los conceptos que involucran actos, que “el otro” para uno, nos convierte en “el otro” para él. Todos “somos “el otro”. La educación es el nexo fundamental que se ha perdido en la sociedad actual. Y dicho de manera coloquial “se toca de oído”. El modo de vida exitista, competitivo y tendiente al consumo indiscriminado, produce seres en serie, que anulan los mecanismos que atentan contra la satisfacción del ego, es así como se llega a la manipulación de los medios que justifiquen cualquier fin; y he aquí lo retorcido y pernicioso del asunto, se toma de las diversas disciplinas lo que conviene para satisfacer la propia demanda emocional y sensual (los sentidos), se niega la experiencia y la sabiduría legítima alcanzada con tiempo, estudio y esfuerzo, y amparados en “un relato” en apariencia legal, se intenta imponer la falsedad, lo ilegítimo, y hasta se menosprecia todo lo que sea producto del trabajo, el esfuerzo, el tiempo y que termina por convertirse en un estilo,  en algo acabado que se distingue por su excelencia. Da lo mismo cualquier cosa. Lo chabacano y vulgar pretende ocupar el mismo nivel que lo refinado. Todo lo que demanda esfuerzo se minimiza; y se tiende a lo pasatista, trivial y descartable.
Esta falta de respeto del Derecho, las Obligaciones y la Responsabilidad,  traducido en la conducta cotidiana, en lo micro, se transforma en la suma de problemas macros que nos golpean día a día. No es inocente ni libre de consecuencias la pérdida de valores que devienen de la educación, no sólo escolar, sino familiar. Lo que nos sucede como pueblo, se inicia en esa suma de síntomas que se asumen como “el cambio de los tiempos”; tal es la tergiversación de las conductas, que todo “nos parece natural” y lo aceptamos, porque no queremos asumir las consecuencias de combatirlo. Es verdad que no tenemos leyes que nos amparen y que el proceso legal es lento, pero ése recurso debería ser el último, luego de agotar los recursos aportados por la educación que nos aporta la experiencia de tantos siglos de repetir conductas, errores, y modos de maltratarnos. Si esto no sucede en forma natural, debo inferir que “la humanidad no ha cambiado”, que aún somos presa de los instintos y que milenios de educación no lograron anteponer la razón a la bestialidad. Es triste y parece exagerado este concepto, pero si miramos, sin temor, veremos esta animalidad suelta que en medio de apariencias momentáneas, que intentan desdibujar la realidad.
El problema comienza con cada individuo, con el descontrol de sus instintos, con la exacerbación de sus sentidos, con la debilitación de la razón como base sobre la que construir las relaciones. La exagerada valoración del ego, del clan, de lo propio, la negación de la existencia del “otro” como parte de uno mismo. Los males no comienzan en la sociedad, sino en el individuo que la hace. Esa suma de voluntades egoístas, determinan un conjunto que se fagocita y sus consecuencias recaen sobre el individuo. Es un boomerang. Derecho y Obligación van juntos, si las hacemos funcionar juntas se regulan mutuamente. Pero para eso hay que tener conciencia, sobriedad, sentido común, educación, respeto, consideración, sentido de servicio y poniéndonos exquisitos: amor hacia uno mismo y hacia los demás.

José Luis Thomas

Derivaciones del Caminar.....en términos de tomar conciencia. Nota publicada en Notiserrano 128


Derivaciones
del Caminar.....

en términos de tomar conciencia


Por José Luis Thomas

El Papa Francisco dijo “Caminar…” y esta imagen tan simple, tan  integrada a lo cotidiano, que casi no le damos importancia, me indujo a pensar, a resguardarme en mi silencio interior para encontrar correspondencias y caminos. Lo primero que surgió en mi mente es: la increíble capacidad que tienen las palabras para conformar todas las divisiones que nos hacen creer en conceptos tales como: adentro, afuera, grande, chico, bueno, malo, importante, simple, entre tantos otros; y en cómo las palabras sostienen un mundo de ideologías diversas, opuestas y tendientes siempre a enfrentarnos; a elegir un lado u otro de ese supuesto campo donde algo es mejor que otra cosa, impidiéndonos ver “el todo”, la unidad.
Las palabras nos alejan, porque son las responsables de ponerle forma a la vida que es un camino en constante transformación. Y la palabra también se transforma en “juicio y condena”, porque sin dudas, los seres humanos preferimos más juzgar y condenar, que “comprender y bendecir”. Es probable que en la insatisfacción de vivir, encontremos más “divertido”, juzgar, impulsar las divisiones y enriquecer y exaltar las diferencias, que amar, comprender y unir. Es que siempre las palabras están detrás apoyándonos con ideologías, morales y pensamientos conformados para tal fin, para que no le demos paso al silencio, a la conciencia, ni a la expansión del alma.
Si pensamos en el vasto mundo, no podemos desconocer que está hecho de partículas que constantemente se unen y se dispersan, por lo que, sin ser lo mismo, no son diferentes, pasan de lo macro a lo micro, la energía fluye, se une y se dispersa; pero las palabras que nos crean las ideas y con las cuales las recreamos, nos llevan a creer que todo está dividido; que la unidad, el “1”, es sólo un número que utilizamos para sumar.
Siempre me llenó de admiración y desconcierto algo que dijo Jesús  en una ocasión: “Sea vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no. Lo que excede de esto, viene del Maligno” *(Mateo 5,37).Durante años le di vueltas a este pensamiento y aunque percibía su incuestionable verdad, no podía aceptarlo, por cuanto desarticulaba mi impulso a la proliferación de la palabra y por ende a la multiplicación de ideas que sin dudas dividían mi mundo y establecían y acentuaban los conceptos de “malo” y “bueno”; pretendiendo mi yo ser parte de lo bueno y rechazar lo malo que representan “otros congéneres” que consideran bueno lo que yo malo. Y olvidé en esa partidización, todas las veces que he cruzado esas fronteras en mis acciones cotidianas; las veces que he dañado a otros de palabra y de hecho, pero siempre en la creencia de estar del lado bueno. Así he juzgado y dividido en parcelas infinitas, esa noción de unidad en la que todo convive y se transforma sin cesar en ese “caminar…”.
La palabra y las ideas conformadas en esa ilusoria combinación de signos cegó el camino.
¿Pero qué dice este hombre? Se estarán preguntando ustedes ahora, considerando que caí en la ingenuidad o en algún tipo de locura.
Y es compresible que así lo crean, porque nuestra cultura y nuestra educación son la estructura que sostiene el sentido de la vida tal como “creemos que es” antes de “cuestionarla”, porque cuestionar y dudar, siempre es peligroso “nos saca la base sobre la cual creemos estar seguros y nos lanza hacia lo desconocido, y esa sensación no nos gusta; preferimos la “mentira”, la “ilusión”, “el mundo mágico de las ideas” “el carcelario juego de los dogmas” y la seguridad  de “pertenecer a un partido”, “a un grupo”, a “una asociación”, “a una religión” La idea de ser muchos en algo, nos da la falsa ilusión de “la invulnerabilidad” de “la perennidad”; nos  fabrica una realidad de poder que se autogestiona para modificar la realidad en busca de la “famosa eternidad”.
Se nos pierde en este juego multicolor que encandila y perturba,  la paz interior, apoyados siempre por el alocado mundo de los sentidos con su despliegue de sensaciones, olvidamos que caminar es trasformación constante, que todo se une y se desune, que lo grande es pequeño y que con lo pequeño se hace grande. Se nos olvida que nada permanece, que todo cambia y que los cambios no tienen identidad, ni están agrupados, ni forman parte de ningún lobbie, ni se agrupan con sentido alguno (aunque nos creamos sus artífices); no son en sí mismos, ni buenos ni malos, sólo son, a pesar de que nuestros sistemas de ideas y creencias le pongan nombre y traten de hacerlos propios. Nada es parte de algo, todo es parte de todo, en constante movimiento.
Lo que vemos, es algo así como una pantalla gigante que pasa una película de larga duración. Parece real, pero no lo es en el sentido de “permanencia”; el hecho de que algo sea material, que podamos, tocar, ver, oler, no significa que no está compuesto por átomos que sólo circunstancialmente se han unido, pero que volverán a separarse.
¿Es que nada existe, entonces?
Al preguntar esto estamos afirmando esa conciencia material que quiere que la realidad que supone vivir,  sea algo concreto con un fin determinado. Por lo tanto desconoce que todo es y no es al mismo tiempo. Y no quiere, porque le resulta insustancial, adherir a dos energías que son las ordenadoras más eficaces del caos visible y que al llevarlas a cabo son “un sentido en sí mismas”: el amor y la comprensión. Estos dos sentimientos, no materiales, se sustentan en acciones simples y posibles de llevar a cabo: la aceptación de todo, la disposición para quitar el ego del medio y dejar que las cosas se revelen, sin imponerles nuestro limitado punto de vista, y el “ver” en silencio lo que se nos manifiesta en el momento de vivir, o sea el presente. En esa pequeña unidad de tiempo podemos llevar a cabo todo; amar, comprender, no juzgar, no dividir, no agredir, no blasfemar, no levantar falsos testimonios, no crear situaciones de violencia y hasta algo tan simple como un “voto” en el ámbito que sea, nos permite “pacíficamente” ejercer la noción de nuestra conciencia sobre el tema que sea. Y como parte de todos esos modificadores directos de la realidad circunstancial: el perdón. Algo que no logramos adquirir porque no cotiza en la Bolsa de Valores. Sin embargo es uno de los bienes que más dividendos produce; nada es más eficaz, liberador y portador de iluminación y paz que el perdón. Sucede que por lo general no se perdona, porque el ego cree que es “algo” que fue dañado por (otro ego), y desconoce esa particularidad de insustancialidad de todo lo que es aunque parezca ser algo. Lo que nos sucede forma parte del camino sin nombre por el que transitamos, en el que todos estamos por ende expuestos a sus avatares. No es un camino de hombres y dioses; somos sólo hombres,  por lo tanto no somos diferentes.
En el caminar nos encontramos con otra ilusión: el temor. Construido con todas las ideas que tenemos acerca de algo o de alguien. Cuando le tememos le damos identidad en nosotros, lo agigantamos y le damos autoridad para dañarnos (daño que proviene de nosotros mismos), pero cuando recordamos la “unidad de todo” y tomamos conciencia que somos un solo cuerpo, el temor desaparece porque nada se daña a sí mismo.
Caminar es dejar que el camino se adentre hasta hacernos  uno con él, donde estaremos unidos en la conciencia de ser parte del todo.

José Luis Thomas

(*) El término Maligno, que remite a la idea de un ser contrario a Dios, no es parte de mis consideraciones, puesto que creo en la unidad, en el Todo, y en que el universo es mental y somos parte del Todo. Sin embargo, el concepto Maligno, puede aplicarse como una simbología de parte de la propia identidad que nos impulsa a la división y a la confrontación. Desde el mundo de los sentidos se abriría paso su impulso en pos de mantener la mente dividida y apostando a la ilusión que crea la materia.

jueves, 7 de febrero de 2013

Carta a mis compatriotas - Nota publicada en Notiserrano 127


Carta a mis compatriotas 

Por José Luis Thomas

Soy  argentino nacido en “la Argentina”, de padres argentinos que descendían, como tantos, de inmigrantes europeos –sin distinción de nacionalidades- que le dieron al país trabajo, cimiente y riqueza. Me eduqué en escuelas públicas excelentes. Soy hijo de la misma historia, de los mismos próceres, de las mismas batallas, de las mismas luchas y conquistas; y también hace mi esencia el grito del indio. Me corren por las venas el folklore y el tango y enriquecen mi cultura todos los artistas y escritores sin distinciones intelectuales, populares, o clasistas. Me curaron médicos extraordinarios que salieron de nuestras universidades. Hicieron mi casa arquitectos y albañiles consustanciados con la tierra que nos sostiene. Soy parte de la historia que fueron haciendo el pueblo con sus políticos. Viví parte de esa historia, de sus luchas, enfrentamientos, masacres, diferencias, de la alternancia democrática y totalitaria en el proceso evolutivo por el que pasan los pueblos. Y siempre los que nos han gobernado salieron del pueblo.
Y todos éramos y somos argentinos.
Lo repito:
Éramos y somos argentinos.
Sin distinción de clase, religión o partido político. Somos hermanos, hijos del mismo país.
Nos nutrió la misma savia, nos cobijaron los mismos árboles, nos sació la sed la misma agua de tantos ríos, y nos iluminó los ojos cada día, el esplendor de pampas, montañas, cielos y mares.
Nos hemos nutrido del productos de nuestros campos.
No encuentro nada que nos diferencie. Nada que nos enfrente. Nada que nos obligue a rechazar a uno de ustedes, hermanos míos. No podría desconocer esa historia geopolítica que nos recorre la espina dorsal.
Sería un absurdo pensar que somos enemigos.
Que se nos instale la idea de que hemos perdido la esencia argentina.
Les escribo esta carta hermanos míos porque nos está pasando algo que nos sale del corazón y que “como perro que perdió el olfato” ataca a su propio dueño.
Sólo veo, huelo y siento a hermanos argentinos empujados hacia un abismo de odios, rencores, divisiones y desprecios que descorren por mi mente esa pantalla invisible que proyecta la historia de la que venimos, los seres que nos dieron vida, la tierra que nos sostuvo y nos hizo ser  lo que somos.
Mi queridos hermanos,  por estos días estamos vivos, pero es cuestión de tiempo “estar muertos” ¿qué sentido puede tener pretender poseer la verdad, o alguna cosa para siempre como si fuera  única y absoluta?
¿Qué sentido puede tener el odio si vamos a morir?
¿Qué sentido puede tener juntar cosas materiales si vamos a dejarlas?
¿Qué sentido puede tener aplastar a los enemigos si cualquier enfermedad puede acabar con nosotros de la misma manera?
¿Qué sentido puede tener pretender vivir en la persecución constante del placer si por el mismo acto de hacerlo se nos socava la vida?
Mis queridos compatriotas: la humanidad ya ha pasado por todas las conjugaciones del poder, la política y la religión, ¿vieron que ninguna duró para siempre? Que ningún ídolo fue eterno, que ningún prócer pudo proteger sus conquistas para siempre, que ningún Dios humano, logró la eternidad?
El odio, los enfrentamientos, las divisiones, las persecuciones terminan con la propia vida y convierten la vida en sociedad en un desierto que nos comienza a tragar desde adentro.
El perseguido se vuelve perseguidor.
Sólo el amor nos libera y nos hace fuertes e invencibles.
Todo es una gran ilusión. Todo pasa. Lo bueno y lo malo.
La vida es un río constante que fluye hacia la nada o hacia el todo.
El amor une y da felicidad.
No conozco a nadie que sea feliz sin amor, solo, y lleno de temor de perder los poderes o bienes materiales, que se empeña en guardar y aumentar celosamente.
El amor no necesita bancos para ser guardado, cabe en el corazón y va siempre con uno. No puede ser robado ni fragmentado, ni siquiera puede ser confiscado.
Y mientras más se lo da, más se tiene.
Y con él llega la comprensión y cuando uno comprende se da cuenta que: Los argentinos somos uno. ¿Cómo se puede dividir el pasado que nos hizo? ¿Cómo se puede anular la multiplicidad de ideas que nos forjaron? ¿Cómo borrar de un plumazo el trabajo y el esfuerzo de tantos millones que nos trajeron hasta el presente?
No olviden mis querido hermanos que estamos hechos de instintos y deseos; ellos siempre impulsan nuestros actos, el tema es cómo lo hacemos, si perdemos el equilibrio, la mesura, la sobriedad, indefectiblemente caemos en desgracia, aunque por un tiempo nos parezca que hemos triunfado.
Parece que somos diferentes, pero detrás de cada máscara estamos sujetos a las misma leyes universales, nacer, comer, eliminar los desechos, morir. Todo lo demás son anécdotas, ilusiones, espejismos.
Todos y cada uno de nuestros muertos nos reclaman unidad, “porque ahora que están muertos” se han dado cuenta que no les sirvió la intransigencia.
Tengamos en cuenta que cuando hay caos se habla de patriotismo y lealtad. Y comenzamos a dividirnos y toda división lleva al enfrentamiento y sobreviene la destrucción, pero no hay victorias ni derrotas, puesto que todo pasa, se transforma, y muere.
No se engañen pensando que aturdidos por fuegos artificiales no existe la profunda oscuridad de la tumba. No se engañen creyendo que podemos polarizarnos y que alguno de esos polos permanecerá por siempre ejerciendo su supremacía; una de las leyes de la naturaleza es el ritmo: la alternancia de los mismos, o sea de todo lo que es y se manifiesta: lo que está arriba, baja y viceversa.
Hermanitos argentinos no dejemos de vernos a los ojos porque ellos reflejan la argentina que nos dio la vida. El amor y la compresión abren fronteras insospechadas hacia la paz y el bienestar, todo lo demás son espejitos de colores, su brillo es efímero, “sólo por un tiempo”, luego el reverso, la nada.

José Luis Thomas

Contaminación sonora - Nota Publicada en Notiserrano 127


Contaminación sonora, 

Los ruidos externos e internos 


Por José Luis Thomas

¿Será que la gente gusta de hacer ruido porque necesita afirmar su personalidad, porque no tiene algo mejor para destacarse?
El ruido, enmarcado y aumentado por altísimos niveles de volumen o lo que sería igual, la desarmonía de sonidos,  representan, expresan  o reflejan el estado mental, emocional y evolutivo de quienes han perdido el sentido del equilibrio; encerrados en su mundo desconocen la simultaneidad de la convivencia con otros congéneres. Con toda seguridad muchos de los que hablan de “discriminación” y de “derechos humanos” son los que más quiebran las leyes naturales de la socialización respetuosa con el semejante, el  otro, que como siempre digo –el otro, es uno mismo, visto desde su lugar- o lo que sería lo mismo todos somos “el otro”.
El problema va en aumento y como siempre que emergen estas cuestiones relacionadas con la sociedad y sus conductas individuales y grupales, los gobernantes, los que hacen y deben aplicar las leyes, están en otro mundo o tal vez en este, pero comprometidos con ciertas conveniencias personales que les impiden legislar y gobernar  acorde con la realidad. Ya no es un problema partidario, es más una forma de ser, que desconoce la verdadera razón y el justo sentido que tiene al asumir la responsabilidad de conducir los destinos del conjunto de la sociedad.
El ciudadano está desprotegido, no cuenta con los recursos legales adecuados a las variables de la sociedad y se ve forzado a enfrentar, la más de las veces, en estado de franca violencia, sacado de su control habitual, en busca de restablecer un orden medio que permita una convivencia en paz. Vemos ese descontrol como una infección en aumento día a día.
Y sólo se habla al respecto.
Y no es que los legisladores no puedan votar leyes para paliar estos males, puesto que todos vemos que cuando a “ellos” les conviene, votan lo que sea, sin siquiera discutir.
Y también vemos, cómo nos toman el pelo entrando en debates absurdos, cuando los temas no los tocan partidariamente.
Estamos  acéfalos de gobernantes atentos a la realidad. Sí tapados de inescrupulosos arribados al poder para solucionar sus propias vidas. Hacer política ha dejado de ser una profesión honorable, para convertirse en una salida laboral; por eso vemos, escuchamos y soportamos a tantos advenedizos a quienes les chorrea la ignorancia. Ni siquiera tienen sentido común.
Vivimos en un caos en todo sentido. Somos parte de una caída vertiginosa de valores; es ahora que se desconocen las leyes naturales, por eso es necesario que los que gobiernan, estén atentos a los problemas reales, que dejen de lado las diferencias partidarias, que dejen de estar preocupados por los votos de la próxima elección,  puesto que si  el pueblo “ve y siente” que están trabajando como corresponde, los apoyarán. Que gobiernen para todos, no sólo para los partidarios.
Para esta nota tomé el tema de la contaminación sonora entre una infinidad de males que nos empujan a vivir mal, a soportar la supremacía de la arrogancia de quienes no tienen nada para perder y que amparados en “los derechos humanos” avanzan desconociendo el sentido de las cosas y el orden natural –no hablo del orden intelectual- sólo el natural, que da el sentido común y que permite reconocer que somos parte de una cadena evolutiva –cada uno tiene un lugar y desde ese espacio debe contribuir a ejercer la fuerza justa de presión para que la circulación no se rompa.
Los espacios no se ganan atropellando, desconociendo o confrontando a quienes son o han llegado a ser y a tener valores y bienes materiales; la evolución es parte del esfuerzo sostenido en una conciencia que se respeta y se permite la posibilidad de ejercer la virtud de hacer coincidir lo que se piensa con lo que se dice y hace.  Que el discurso esté en concordancia con la acción.
Pero esto parece un ideal imposible. No es redituable.
Todo se relaciona con todo, aunque nos hayan enseñado a dividir y a separar, a seleccionar y a marginar, como si nada tuviera que ver con nada.
Sucede que es más fácil manipular si las diferencias que hacen al todo están separadas,  y mejor si confrontan entre sí, estableciendo la supremacía de unas sobre otras, si descalifican.
Vivimos en un tiempo en el que todo vale, se desconocen las capacidades y a quienes se han esforzado por hacer de sus vocaciones una profesión digna, edificante y que a lo largo de sus vidas han construido una trayectoria. Aún se cree que se pude dividir al mundo en capitalistas y comunistas. Todavía no se ha visto la falacia de tales ideales porque se desconoce la verdadera naturaleza humana, de qué estamos hechos  y cómo somos presa fácil de los instintos más básicos que perviven en nosotros como especie aunque parezcamos tan sofisticados.
Todo ser humano quiere satisfacer sus necesidades, lo que le mandan los instintos –el control de esos mandatos depende de la formación integral del individuo, es decir el equilibrio entre su cuerpo físico, mental y espiritual.

El problema no es “ser rico o pobre”, porque detrás de ellos hay un ser humano urgido por necesidades; si no evolucionó en su integridad, el dinero no hará la diferencia.
Ser pobre no es una virtud ni sinónimo de bondad, humildad y buenas formas y costumbres,  así como ser rico no es  sinónimo de maldad.
Lo malo o lo bueno siempre es el ser que manipula el poco o mucho dinero; todo es cuestión de cantidad. La necesidad de poder subyace en cada ser humano,  lo vemos en la cotidianidad, quién sea que tiene un poquito de poder siente placer de ejercerlo sobre el subordinado; todo es cuestión de rangos.
Hacer ruido no es privativo de pobre ni de ricos, es la consecuencia de individualidades que desconocen el sentido de vivir en sociedad. Que necesitan del aturdimiento para no escuchar sus voces interiores que los acosan, porque la conciencia siempre habla y si la escuchamos nos dice lo que está bien lo y lo que está mal, sin necesidad de controles externos, pero preferimos taparla con conceptos e ideales que presentan una realidad virtual, hecha a nuestro gusto, a cómo nos gustaría que fuera la vida, desconociendo la realidad porque ella sin dudas nos impone respuestas directas, comunicación, incorporación del otro a nuestro universo autista.
El individuo suma su conducta a la sociedad y la sociedad le devuelve multiplicado su equilibrio o su desequilibrio; los gobernantes deberían trabajar para restablecer el orden, pero ellos vienen en carreta, el traqueteo de sus propias mezquindades les impide responder a los requerimientos de sus votantes.
Estamos envueltos en una maraña de mentiras, manipulaciones, fraudes y confrontación de ideales, mientras la realidad se nos escapa como el agua entre los dedos. La acción y la corrección es inmediata, no es difícil de ver y llevar a cabo si tan solo nos permitimos escuchar a nuestra conciencia que siempre grita la respuesta; claro si no la tapamos con soluciones ideales que “siempre deberían ejecutar otros”. Los cambios comienzan por uno; si uno no cambia, ¿por qué van a cambiar los demás?
Por eso todo sigue. No espere milagros, ni soluciones mágicas que lo liberen de hacer el esfuerzo.
El ruido es parte de esas conductas individuales.
Nuestros legisladores y gobernantes también hacen ruido por eso no pueden legislar acorde a las necesidades que la realidad impone.
Por otro lado el ruido no es sólo sonoro, es una metáfora  que representa la exageración y la suma de todas las conductas confusas que tienden a embarrar la cancha: en todo sentido. Ej: Meter miedo, discriminación, odios, represalias, discursos vacíos de contenido, confrontaciones, enfrentamientos, inseguridad, fraudes, corrupción, partidos de fútbol, etc, son modos de imponer voces, pensamientos y acciones que por su gravedad y su impacto social intentan tapar las voces genuinas. Así como en mi medio serrano, vecinos que vienen de las grandes ciudades, ponen su música, imponen su gusto, a todo volumen cubriendo el sonido natural de estos lugares “que son elegidos para descansar” -veasé la contradicción- justamente porque son tranquilos, y desplazan el silencio, el ulular del viento en los árboles, y el variadísimo, fino y equilibrado canto de los pájaros. Escapan de la “locura ciudadana” para trasplantarla  rompiendo el equilibrio natural.
Por eso digo que todo tiene que ver con todo: quien hace ruido físico es porque genera ruido en su conducta y “ya está sordo” para darse cuenta del ruido que hacen los demás, sobre todo los gobernantes.
Por qué digo que quienes legislan están en sus torres de marfil: porque la vida es algo en continuo cambio –es una obviedad dirán- sí lo es, pero no hacen lo necesario para adaptarse legalmente.
Antes se pasaba música con un winco o algún tocadiscos (hablo siempre de los ruidos vecinales), ahora la tecnología ha generado aparatos de sonido de altísimo nivel que suenan como una orquesta en vivo. Aún desde los automóviles.
Cuando se llama a la policía de la zona para que intervenga responden amablemente que no pueden hacer nada, a lo sumo acercarse e intentar ver si los “ruidosos no están tan emborrachados o drogados” y aún conservan algo de sentido común y acceden a bajar el volumen.  No hay una ley de convivencia adecuada para estos casos que los autorice a poner límites y a ser obedecidos. Después lamentamos cuando un vecino fuera de sí, enfrenta a los “ruidosos” y hay heridos (por no decir muertos). Siempre nos lamentamos después. El ruido general de la conducta nos impide “prevenir” con leyes y ordenanzas que regulen los límites.
Otro ejemplo: Los gobernantes descubrieron que controlar el tránsito les permite recaudar “entonces hicieron propicia la necesidad de establecer controles” basado en el eufemismo de “cuidar a los ciudadanos”.  Y la gente poco a poco –hijos todos del rigor y sobre todo del bolsillo- comenzaron a respetar ciertas normas. Otras como hablar por celular aún necesitan control; seguramente porque los que gobiernan también son adictos al mismo.
Ya ven como el ruido es una contaminación que sale de adentro nuestro, de la conducta, de las emociones, del pensamiento y por ende genera acciones que alteran la armonía y la paz –que no es un utopía- depende siempre de nosotros.