Carta a mis compatriotas
Por José Luis ThomasSoy argentino nacido en “la Argentina”, de padres argentinos que descendían, como tantos, de inmigrantes europeos –sin distinción de nacionalidades- que le dieron al país trabajo, cimiente y riqueza. Me eduqué en escuelas públicas excelentes. Soy hijo de la misma historia, de los mismos próceres, de las mismas batallas, de las mismas luchas y conquistas; y también hace mi esencia el grito del indio. Me corren por las venas el folklore y el tango y enriquecen mi cultura todos los artistas y escritores sin distinciones intelectuales, populares, o clasistas. Me curaron médicos extraordinarios que salieron de nuestras universidades. Hicieron mi casa arquitectos y albañiles consustanciados con la tierra que nos sostiene. Soy parte de la historia que fueron haciendo el pueblo con sus políticos. Viví parte de esa historia, de sus luchas, enfrentamientos, masacres, diferencias, de la alternancia democrática y totalitaria en el proceso evolutivo por el que pasan los pueblos. Y siempre los que nos han gobernado salieron del pueblo.
Y todos éramos y somos argentinos.
Lo repito:
Éramos y somos argentinos.
Sin distinción de clase, religión o partido político. Somos hermanos, hijos del mismo país.
Nos nutrió la misma savia, nos cobijaron los mismos árboles, nos sació la sed la misma agua de tantos ríos, y nos iluminó los ojos cada día, el esplendor de pampas, montañas, cielos y mares.
Nos hemos nutrido del productos de nuestros campos.
No encuentro nada que nos diferencie. Nada que nos enfrente. Nada que nos obligue a rechazar a uno de ustedes, hermanos míos. No podría desconocer esa historia geopolítica que nos recorre la espina dorsal.
Sería un absurdo pensar que somos enemigos.
Que se nos instale la idea de que hemos perdido la esencia argentina.
Les escribo esta carta hermanos míos porque nos está pasando algo que nos sale del corazón y que “como perro que perdió el olfato” ataca a su propio dueño.
Sólo veo, huelo y siento a hermanos argentinos empujados hacia un abismo de odios, rencores, divisiones y desprecios que descorren por mi mente esa pantalla invisible que proyecta la historia de la que venimos, los seres que nos dieron vida, la tierra que nos sostuvo y nos hizo ser lo que somos.
Mi queridos hermanos, por estos días estamos vivos, pero es cuestión de tiempo “estar muertos” ¿qué sentido puede tener pretender poseer la verdad, o alguna cosa para siempre como si fuera única y absoluta?
¿Qué sentido puede tener el odio si vamos a morir?
¿Qué sentido puede tener juntar cosas materiales si vamos a dejarlas?
¿Qué sentido puede tener aplastar a los enemigos si cualquier enfermedad puede acabar con nosotros de la misma manera?
¿Qué sentido puede tener pretender vivir en la persecución constante del placer si por el mismo acto de hacerlo se nos socava la vida?
Mis queridos compatriotas: la humanidad ya ha pasado por todas las conjugaciones del poder, la política y la religión, ¿vieron que ninguna duró para siempre? Que ningún ídolo fue eterno, que ningún prócer pudo proteger sus conquistas para siempre, que ningún Dios humano, logró la eternidad?
El odio, los enfrentamientos, las divisiones, las persecuciones terminan con la propia vida y convierten la vida en sociedad en un desierto que nos comienza a tragar desde adentro.
El perseguido se vuelve perseguidor.
Sólo el amor nos libera y nos hace fuertes e invencibles.
Todo es una gran ilusión. Todo pasa. Lo bueno y lo malo.
La vida es un río constante que fluye hacia la nada o hacia el todo.
El amor une y da felicidad.
No conozco a nadie que sea feliz sin amor, solo, y lleno de temor de perder los poderes o bienes materiales, que se empeña en guardar y aumentar celosamente.
El amor no necesita bancos para ser guardado, cabe en el corazón y va siempre con uno. No puede ser robado ni fragmentado, ni siquiera puede ser confiscado.
Y mientras más se lo da, más se tiene.
Y con él llega la comprensión y cuando uno comprende se da cuenta que: Los argentinos somos uno. ¿Cómo se puede dividir el pasado que nos hizo? ¿Cómo se puede anular la multiplicidad de ideas que nos forjaron? ¿Cómo borrar de un plumazo el trabajo y el esfuerzo de tantos millones que nos trajeron hasta el presente?
No olviden mis querido hermanos que estamos hechos de instintos y deseos; ellos siempre impulsan nuestros actos, el tema es cómo lo hacemos, si perdemos el equilibrio, la mesura, la sobriedad, indefectiblemente caemos en desgracia, aunque por un tiempo nos parezca que hemos triunfado.
Parece que somos diferentes, pero detrás de cada máscara estamos sujetos a las misma leyes universales, nacer, comer, eliminar los desechos, morir. Todo lo demás son anécdotas, ilusiones, espejismos.
Todos y cada uno de nuestros muertos nos reclaman unidad, “porque ahora que están muertos” se han dado cuenta que no les sirvió la intransigencia.
Tengamos en cuenta que cuando hay caos se habla de patriotismo y lealtad. Y comenzamos a dividirnos y toda división lleva al enfrentamiento y sobreviene la destrucción, pero no hay victorias ni derrotas, puesto que todo pasa, se transforma, y muere.
No se engañen pensando que aturdidos por fuegos artificiales no existe la profunda oscuridad de la tumba. No se engañen creyendo que podemos polarizarnos y que alguno de esos polos permanecerá por siempre ejerciendo su supremacía; una de las leyes de la naturaleza es el ritmo: la alternancia de los mismos, o sea de todo lo que es y se manifiesta: lo que está arriba, baja y viceversa.
Hermanitos argentinos no dejemos de vernos a los ojos porque ellos reflejan la argentina que nos dio la vida. El amor y la compresión abren fronteras insospechadas hacia la paz y el bienestar, todo lo demás son espejitos de colores, su brillo es efímero, “sólo por un tiempo”, luego el reverso, la nada.
José Luis Thomas
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