Contaminación sonora,
Los ruidos externos e internos
Por José Luis Thomas
¿Será que la gente gusta de hacer ruido porque necesita afirmar su personalidad, porque no tiene algo mejor para destacarse?El ruido, enmarcado y aumentado por altísimos niveles de volumen o lo que sería igual, la desarmonía de sonidos, representan, expresan o reflejan el estado mental, emocional y evolutivo de quienes han perdido el sentido del equilibrio; encerrados en su mundo desconocen la simultaneidad de la convivencia con otros congéneres. Con toda seguridad muchos de los que hablan de “discriminación” y de “derechos humanos” son los que más quiebran las leyes naturales de la socialización respetuosa con el semejante, el otro, que como siempre digo –el otro, es uno mismo, visto desde su lugar- o lo que sería lo mismo todos somos “el otro”.
El problema va en aumento y como siempre que emergen estas cuestiones relacionadas con la sociedad y sus conductas individuales y grupales, los gobernantes, los que hacen y deben aplicar las leyes, están en otro mundo o tal vez en este, pero comprometidos con ciertas conveniencias personales que les impiden legislar y gobernar acorde con la realidad. Ya no es un problema partidario, es más una forma de ser, que desconoce la verdadera razón y el justo sentido que tiene al asumir la responsabilidad de conducir los destinos del conjunto de la sociedad.
El ciudadano está desprotegido, no cuenta con los recursos legales adecuados a las variables de la sociedad y se ve forzado a enfrentar, la más de las veces, en estado de franca violencia, sacado de su control habitual, en busca de restablecer un orden medio que permita una convivencia en paz. Vemos ese descontrol como una infección en aumento día a día.
Y sólo se habla al respecto.
Y no es que los legisladores no puedan votar leyes para paliar estos males, puesto que todos vemos que cuando a “ellos” les conviene, votan lo que sea, sin siquiera discutir.
Y también vemos, cómo nos toman el pelo entrando en debates absurdos, cuando los temas no los tocan partidariamente.
Estamos acéfalos de gobernantes atentos a la realidad. Sí tapados de inescrupulosos arribados al poder para solucionar sus propias vidas. Hacer política ha dejado de ser una profesión honorable, para convertirse en una salida laboral; por eso vemos, escuchamos y soportamos a tantos advenedizos a quienes les chorrea la ignorancia. Ni siquiera tienen sentido común.
Vivimos en un caos en todo sentido. Somos parte de una caída vertiginosa de valores; es ahora que se desconocen las leyes naturales, por eso es necesario que los que gobiernan, estén atentos a los problemas reales, que dejen de lado las diferencias partidarias, que dejen de estar preocupados por los votos de la próxima elección, puesto que si el pueblo “ve y siente” que están trabajando como corresponde, los apoyarán. Que gobiernen para todos, no sólo para los partidarios.
Para esta nota tomé el tema de la contaminación sonora entre una infinidad de males que nos empujan a vivir mal, a soportar la supremacía de la arrogancia de quienes no tienen nada para perder y que amparados en “los derechos humanos” avanzan desconociendo el sentido de las cosas y el orden natural –no hablo del orden intelectual- sólo el natural, que da el sentido común y que permite reconocer que somos parte de una cadena evolutiva –cada uno tiene un lugar y desde ese espacio debe contribuir a ejercer la fuerza justa de presión para que la circulación no se rompa.
Los espacios no se ganan atropellando, desconociendo o confrontando a quienes son o han llegado a ser y a tener valores y bienes materiales; la evolución es parte del esfuerzo sostenido en una conciencia que se respeta y se permite la posibilidad de ejercer la virtud de hacer coincidir lo que se piensa con lo que se dice y hace. Que el discurso esté en concordancia con la acción.
Pero esto parece un ideal imposible. No es redituable.
Todo se relaciona con todo, aunque nos hayan enseñado a dividir y a separar, a seleccionar y a marginar, como si nada tuviera que ver con nada.
Sucede que es más fácil manipular si las diferencias que hacen al todo están separadas, y mejor si confrontan entre sí, estableciendo la supremacía de unas sobre otras, si descalifican.
Vivimos en un tiempo en el que todo vale, se desconocen las capacidades y a quienes se han esforzado por hacer de sus vocaciones una profesión digna, edificante y que a lo largo de sus vidas han construido una trayectoria. Aún se cree que se pude dividir al mundo en capitalistas y comunistas. Todavía no se ha visto la falacia de tales ideales porque se desconoce la verdadera naturaleza humana, de qué estamos hechos y cómo somos presa fácil de los instintos más básicos que perviven en nosotros como especie aunque parezcamos tan sofisticados.
Todo ser humano quiere satisfacer sus necesidades, lo que le mandan los instintos –el control de esos mandatos depende de la formación integral del individuo, es decir el equilibrio entre su cuerpo físico, mental y espiritual.
El problema no es “ser rico o pobre”, porque detrás de ellos hay un ser humano urgido por necesidades; si no evolucionó en su integridad, el dinero no hará la diferencia.
Ser pobre no es una virtud ni sinónimo de bondad, humildad y buenas formas y costumbres, así como ser rico no es sinónimo de maldad.
Lo malo o lo bueno siempre es el ser que manipula el poco o mucho dinero; todo es cuestión de cantidad. La necesidad de poder subyace en cada ser humano, lo vemos en la cotidianidad, quién sea que tiene un poquito de poder siente placer de ejercerlo sobre el subordinado; todo es cuestión de rangos.
Hacer ruido no es privativo de pobre ni de ricos, es la consecuencia de individualidades que desconocen el sentido de vivir en sociedad. Que necesitan del aturdimiento para no escuchar sus voces interiores que los acosan, porque la conciencia siempre habla y si la escuchamos nos dice lo que está bien lo y lo que está mal, sin necesidad de controles externos, pero preferimos taparla con conceptos e ideales que presentan una realidad virtual, hecha a nuestro gusto, a cómo nos gustaría que fuera la vida, desconociendo la realidad porque ella sin dudas nos impone respuestas directas, comunicación, incorporación del otro a nuestro universo autista.
El individuo suma su conducta a la sociedad y la sociedad le devuelve multiplicado su equilibrio o su desequilibrio; los gobernantes deberían trabajar para restablecer el orden, pero ellos vienen en carreta, el traqueteo de sus propias mezquindades les impide responder a los requerimientos de sus votantes.
Estamos envueltos en una maraña de mentiras, manipulaciones, fraudes y confrontación de ideales, mientras la realidad se nos escapa como el agua entre los dedos. La acción y la corrección es inmediata, no es difícil de ver y llevar a cabo si tan solo nos permitimos escuchar a nuestra conciencia que siempre grita la respuesta; claro si no la tapamos con soluciones ideales que “siempre deberían ejecutar otros”. Los cambios comienzan por uno; si uno no cambia, ¿por qué van a cambiar los demás?
Por eso todo sigue. No espere milagros, ni soluciones mágicas que lo liberen de hacer el esfuerzo.
El ruido es parte de esas conductas individuales.
Nuestros legisladores y gobernantes también hacen ruido por eso no pueden legislar acorde a las necesidades que la realidad impone.
Por otro lado el ruido no es sólo sonoro, es una metáfora que representa la exageración y la suma de todas las conductas confusas que tienden a embarrar la cancha: en todo sentido. Ej: Meter miedo, discriminación, odios, represalias, discursos vacíos de contenido, confrontaciones, enfrentamientos, inseguridad, fraudes, corrupción, partidos de fútbol, etc, son modos de imponer voces, pensamientos y acciones que por su gravedad y su impacto social intentan tapar las voces genuinas. Así como en mi medio serrano, vecinos que vienen de las grandes ciudades, ponen su música, imponen su gusto, a todo volumen cubriendo el sonido natural de estos lugares “que son elegidos para descansar” -veasé la contradicción- justamente porque son tranquilos, y desplazan el silencio, el ulular del viento en los árboles, y el variadísimo, fino y equilibrado canto de los pájaros. Escapan de la “locura ciudadana” para trasplantarla rompiendo el equilibrio natural.
Por eso digo que todo tiene que ver con todo: quien hace ruido físico es porque genera ruido en su conducta y “ya está sordo” para darse cuenta del ruido que hacen los demás, sobre todo los gobernantes.
Por qué digo que quienes legislan están en sus torres de marfil: porque la vida es algo en continuo cambio –es una obviedad dirán- sí lo es, pero no hacen lo necesario para adaptarse legalmente.
Antes se pasaba música con un winco o algún tocadiscos (hablo siempre de los ruidos vecinales), ahora la tecnología ha generado aparatos de sonido de altísimo nivel que suenan como una orquesta en vivo. Aún desde los automóviles.
Cuando se llama a la policía de la zona para que intervenga responden amablemente que no pueden hacer nada, a lo sumo acercarse e intentar ver si los “ruidosos no están tan emborrachados o drogados” y aún conservan algo de sentido común y acceden a bajar el volumen. No hay una ley de convivencia adecuada para estos casos que los autorice a poner límites y a ser obedecidos. Después lamentamos cuando un vecino fuera de sí, enfrenta a los “ruidosos” y hay heridos (por no decir muertos). Siempre nos lamentamos después. El ruido general de la conducta nos impide “prevenir” con leyes y ordenanzas que regulen los límites.
Otro ejemplo: Los gobernantes descubrieron que controlar el tránsito les permite recaudar “entonces hicieron propicia la necesidad de establecer controles” basado en el eufemismo de “cuidar a los ciudadanos”. Y la gente poco a poco –hijos todos del rigor y sobre todo del bolsillo- comenzaron a respetar ciertas normas. Otras como hablar por celular aún necesitan control; seguramente porque los que gobiernan también son adictos al mismo.
Ya ven como el ruido es una contaminación que sale de adentro nuestro, de la conducta, de las emociones, del pensamiento y por ende genera acciones que alteran la armonía y la paz –que no es un utopía- depende siempre de nosotros.
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