miércoles, 11 de septiembre de 2019

Notiserrano 179 Reportaje a Jorge Torres Zavaleta




Jorge Torres Zavaleta 

Uno de nuestros grandes escritores contemporáneos, en una charla imperdible con Notiserrano.

Por José Luis Thomas y Norberto García Yudé

Nos conocemos con Jorge desde la aparición de su libro El Palacio de Verano en 1989, Primer Premio de la Fundación Fortabat (1987). Hemos seguido su notable trayectoria, su coherencia y su auténtica pasión por la creación literaria.
Comenzamos recordando sus comienzos.
Creo que desde siempre mi punto fuerte fue la imaginación, la capacidad de fantasear, de crear historias y tomarme en serio mis ocurrencias. Un hermano mío, muy querido, de tres años, murió de polio cuando yo tenía cuatro años. Yo también me enfermé pero en mí no quedaron secuelas. Creo que por eso, me acostumbré a vivir solo y a inventar. A los siete años leí mi primera novela, e+n inglés, se llama The Wind in the Willows y es un libro que se puede disfrutar a cualquier edad. Tengo un gran cariño por sus personajes, pequeños animales que en realidad tienen todas las características de los seres humanos, son auténticas creaciones que también nos describen y apelan siempre a nuestros deseos de aventura y amistad. Leí mucho de chico, desde revistas inglesas que recibía la generación anterior de mi madre y mis tíos, hasta los tomos de El tesoro de la juventud, enciclopedias de toda especie, los libros de Guillermo De Richard Compton, los de Enid Blyton, con sus emocionantes aventuras, revistas de historietas mejicanas, todos los cuentos de hadas de Perrault, de los hermanos Grimm y de Andersen, La Fontaine, Esopo y demás, También historias sobre la Independencia Argentina y luego los libros de Julio Verne, Alejandro Dumas, Swift con sus historias de Gulliver, casi todo Stevenson, incluso sus ensayos gracias a los que entablé con él una firme amistad de más grande con la certeza de que era una persona de excepción; también y desde luego Alicia en el país de las maravillas. Y Las mil y una noches, además, que en inglés se traducía como The Arabian Nights.
Cuentos sobre exploradores, aventureros, caballos, Black Beauty, Ivanhoe, y otros muchos de Walter Scott, y de chicos que conquistaban el cariño de un abuelo peor que el Scrooge de Dickens, —Little lord Fauntelroy—; me acuerdo de su madre con mucha simpatía porque me parecía igual de buena que la mía. También The Water Babies, y luego los libros de Sandokan del inolvidable Emilio Salgari, cuentos de fantasmas, Sheridan la Fanu, lord Dunsany, los Ingoldsby Legends, Wilde, luego libros de viajeros en inglés que tenía mi abuelo y después a los tan gratos libros de la generación del 80, Mansilla Wilde, Cané.
A los diecisiete ocurrió mi deslumbramiento con Borges –así que también era posible escribir con la inteligencia al desnudo–, eso fue un descubrimiento, como también lo fue Hudson del que me hice amigo para siempre; recuerdo con emoción mi lectura de Allá Lejos y hace tiempo, y más tarde La tierra purpúrea que Inglaterra perdió, maravillosa novela mezcla de aventuras y de relatos de campo con algo de picaresca porque el inglés de la novela es un enamoradizo picaflor, íntegro, pero, sí, enamoradizo. Y qué decir de las novelas de Dickens, de Oliver Twist, por ejemplo, y todos sus personajes y aventuras y villanos y la gran calidad de su prosa y de su Cuento de Navidad, que es una especie de exploración psicológica que retrotrae a Scrooge al pasado a los momentos donde ha faltado compasión de su parte y así tiene una nueva chance. Al revés de lo que dicen, me parece una novela psicológica bien profunda, muy anterior a Freud que hace regresar al personaje a los nudos de sus traumas. Años después decidí que su novela más perfecta era Great Expectations. En fin, voy a acortar esta respuesta porque sería de nunca acabar y me dejo unos cuántos libros muy queridos fuera de mi lista. Las novelas policiales las dejo para más adelante, Sherlock Holmes y The Hound of the Baskervilles es un ejemplo insigne, pero debo haber leído casi todo Ágata Cristie que, cuando yo era adolescente, se vendía en los kioscos, y más adelante algo de la novelas negras norteamericanas, que parece un género propicio para la argentina actual

—El vínculo con lo rural desde tu literatura parece ser parte de vos… 
En cuanto a mi fascinación por la palabra escrita siempre se vinculó con lo oral. Me encantaba oír cómo hablaba la gente de campo y toda clase de gente y prestaba mucha atención a sus expresiones y modismos. Por algo uno de mis libros, Las voces del reino está contado por tres voces que en el texto aparecen con colores distintos: Verde, azul y rojo. Hay unos textos sólo unos pocos, en color celeste que intercala los epígrafes, el índice y la palabra fin. Las voces son continuas, los colores nos dicen a qué personaje pertenecen. No tiene puntos aparte pero creo una vez aceptado este juego de los colores es un libro fácil de leer.
Como te digo, los colores son los relatores, voces de un río con varias corrientes que se alternan y donde uno puede abrevar o, digamos, de un trama que puede leerse de corrido. Todo esto está contemplado en el argumento, no es capricho. Les gusta a la gente de imaginación y a los adolescentes y ya en la tapa hay un microcuento que habla de las propiedades mágicas de ese mismo libro. Con lo cual cumplí con mi ambición de crear un libro diferente que desde su mismo planteo se propusiera como un objeto mágico.
Volviendo a tu pregunta sobre lo rural, sí, ese fue el mundo que amé siempre. Iba a lo de mi padre en el oeste, en Huanguelen y a lo de mi abuelo, en Chapadmalal, Mar del Plata. Ambos lugares, muy distintos entre sí me enseñaron distintos aspectos del campo argentino y de a poco fui uniendo esas historias en una trilogía que aún no publiqué y que se llama El campo Salvaje. Creo que Tolstoi decía que si no fuera por su campo Yasnaya Polyana a lo mejor tendría más amplitud pero que seguramente tendría menos profundidad. Algo de eso me pasa a mí. Y tengo muy presente el ejemplo y la obra de Faulkner con su obra sobre el esplendor y estertores del sur. Así como los muchos tomos de la Comedie Humaine de Balzac que leí de grande.

—¿Cómo describirías la curva creativa desde tus comienzos hasta el presente?
Como la de una persona que a pesar de pensar que tenía que leer absolutamente todo, empezó a soltarse después de sus dos primeros libros que publiqué entre los 26 y 30 años, y que a lo largo de mi obra siempre ha tratado de hacer algo que no había hecho antes. Un artista debe cambiar, superar sus límites, no quedarse en su zona de comodidad, hay que plantearse desafíos, no vale la pena dedicarse a escribir si uno repite la misma novela o los mismos cuentos. He ensayado, escrito cuentos y novelas largos, cortos, trágicos, cómicos, tragicomedias, comedias negras, microrrelatos, siempre escribí lo que me nacía escribir, lo que deseaba expresar, sin condicionamientos de ninguna especie ni propios ni familiares ni de las editoriales. Agrego que esta trilogía del campo salvaje que comienza en 1873 está además continuada en varios de cuentos de distintos libros, éstas historias que cuentan la decadencia del lugar ocurren a partir de mediados de siglo XX y en una novela corta que se llama El verano del sol quieto. A veces los mismos personajes son protagonistas y otros personajes secundarios, quería que fuera como un calidoscopio, fueran variando las historias y que tuvieran argumentos y técnicas diferentes aunque convivan en una historia más grande que ellos.
Creo en la imaginación y en la libertad, el compromiso con los otros y la lealtad a los afectos. Lo creo profundamente, pero no me tiembla la mano si tengo que crear un personaje malvado. Como decía Bioy la literatura es un cuarto más de la vida, una habitación o quizás una casa, agrego, para el tamaño de cada uno de nosotros. Yo quiero entrar a todos los cuartos posibles; y estar más tiempo y conocer mejor los que más me interesan, con sus paisajes y personajes; por suerte a cada rato encuentro un cuarto nuevo.
—Los temas históricos que conforman tu itinerario novelístico ¿son curiosidad por el pasado o excusa creativa, filosófica y sociológica para redefinir el presente? 
—Hay algo de las dos cosas. Me parece que en la Argentina hay muchas historias que se han ido sumergiendo, entonces cuando uno las cuenta el lector las reconoce, se acuerda de algo que no tenía plena conciencia de conocer y le resultan vagamente familiares aunque no las conozca en detalle.
Me doy cuenta que busco, en la agitada vida de nuestro país, los momentos en que cambian las épocas. Así fue, para mí 1928, de La noche que me quieras. Es el último año de un país que todavía podía ilusionarse y pensar que no tenía problemas. Gardel debutaba en el famoso café Florida en la Rue Battignolle el 2 de octubre de 1928. La historia recorre 60 años, de 1928 a 1988 y cuenta la vida y los amores de Arturo y su pasión por Mora y creo que es mi novela de la picaresca porteña y del último esplendor de la Argentina, con sus viajes en transatlántico y su variada fauna nocturna de los argentinos en la noche de París, en tres boites principales: El Florida, El Garrón y El Palermo. Y por supuesto las carreras del hipódromo de Palermo porque está escrito con ese tono de época y los burros, como los llamaban en la popular eran esenciales porque la vida no podía concebirse sin carreras. Así que ese fue a mi criterio el último año de inocencia argentina. Después empezó todo lo que ya sabemos. Además si uno cuenta otra época automáticamente el lector la contrasta con la actual. Eso es inevitable.
En cuanto a El Malón Grande ocurre en otro punto de quiebre, 1873. Se libraba la Guerra del Paraguay, los fortines tenían pocos hombres y el cacique Cafulcurá, quien según decían algunos, tenía 101 años, estaba armando una invasión para arrasar Buenos Aires y expulsar al blanco de Sudamérica. En cuanto me enteré de eso supe que ahí había una novela. Me llama la atención que en la Argentina no haya, desde la ficción, aunque hay investigaciones y memorias muy sagaces y meritorias, novelas que reflejen el mundo de los indios de y la frontera. Creo que hemos negado la historia de los indios, que al poblarse la llanura desapareció en gran medida su recuerdo y con ello parte de nuestro pasado con todas sus alternativas. Eso nos quita profundidad, humanidad y realismo. Escribir estas dos novelas fue como desenterrar continentes sumergidos, especialmente en caso de El Malón Grande. Me asombra que a esta altura sea la primera novela que trata en profundidad el tema de la declinación del poder de los indios a través del destino de tres de sus grandes caciques: Calfucurá, Catriel y Sayhueque así como de sus penosos devenires.

—¿Para vos qué es escribir?
En general yo diría que escribir es como soñar, pero es un sueño dirigido. Es como si uno supiera en que dirección general quiere ir. Pero es de noche y uno está en un auto solo y los faros sólo alumbran unos pocos metros del camino. A medida que avanzamos vamos viendo nuevos tramos de la ruta pero, aunque sepamos esa dirección general no sabemos, no podemos saber, qué nos espera, por la oscuridad, que hay más allá. Uno tiene, sí, una especie de mapa mental. No es lo mismo escribir sobre 1928 que sobre la frontera en 1873 o sobre un reino medieval imaginario o una estancia a la europea en 1965, como en El verano del sol quieto. Pero los detalles del mapa, van cambiando más de lo que hemos imaginado al principio. Hay que aceptar esos cambios. Es como un pintor que pinta, necesita la acción de pintar.
Y a veces hay sorpresas: una capítulo se transforma en tres, hay personajes que uno decidió liquidar pero al conocerlos mejor, al irlos escribiendo uno se da cuenta que ellos también tienen que recorrer nuestra trama, que no puede prescindir de ellos. Se resisten a irse. Y tienen razón. Y uno también se resiste a que se vayan, así que ahí los obedezco o me obedezco porque a esa altura ese lugar quedaría vacío y si hay personajes que no se van es porque todavía tienen un papel para actuar. Una vez cumplido su rol se van a ir tranquilamente. Ya no queda más por decir. Por otra parte escribir es encontrar un espacio propio. Por algo García Marquez decía que escribir es como levitar.

—¿Los personajes responden con facilidad a tus demandas, o son ellos los que te demandan para que los exorcises del peso de la historia que los condenó a determinismos culturales? —¿Cómo se conjuga lo histórico con la ficción?

No sé si los personajes se dan cuenta del todo del peso de la historia, pero hay momento es que indudablemente toman conciencia, aunque eso implique una derrota o tal vez una victoria secreta. En todo caso les da una dimensión más humana y a veces más trágica, conocer, tomar conciencia. Generalmente cuando uno cscribe dentro de un período de la historia busca personajes poco conocidos que por algún motivo están dentro de los grandes hechos de la historia. Una personaje que sobrelleva una tragedia adquiere dimensiones heroicas y eso nos lleva también a la épica. Y eso puede escribirse aunque sean nombres que nos resultan familiares. Yo creo que los jefes indios de mi novela tienen una dimensión épica. Cada uno a su manera son personajes heroicos. Por ejemplo me enteré que Cafulcurá tuvo un secretario francés que le redactaba sus documentos, porque recordemos que desde la época de Rosas, Calfucurá era uno de los hombres más poderosos del país, junto con Rosas eran los dos hombres más poderosos. Lo que este francés Guinard contó era una memoria de su cautiverio con los indios, más que nada costumbres de los mismos, a la altura en que lo leí, cuando empezaba a prepararme para escribir la novela, todo todo eso ya se sabía. Entonces pensé que este señor francés, a quien apodé el Monsieur en la novela, había perdido una gran oportunidad. A Cafulcurá los diarios de Buenos Aires lo llamaban el Talleyrand de las pampas o el Napoleón de vincha, fue un gran guerrero, gran estratega y diplomático, y creó una gran confederación india, se carteaba no sólo con los comandantes de frontera sino con los presidentes argentinos.
Su ambición y de eso trata El Malón Grande era arrasar Buenos Aires y expulsar al blanco de Sudamérica. Por supuesto ya era imposible a esa altura, ya estaba llegando el telégrafo, el ferrocarril y las remingtons e iba llegando la inmigración. Pero está visto que Cafulcurá pensaba a lo grande y se mantuvo desde la década del veinte en el poder como jefe supremo de los indios Y este francés desaprovechó la oportunidad para narrar cómo era. Y eso me dio un gran espacio para inventar, El francés mío era un boulevardier, que extrañaba París, un hombre de letras ambicioso y algo tirifilo al que no le gusta nada ser cautivo de los indios, pero que poco a poco se va dando cuenta que en ese territorio salvaje para él, Cafulcurá está siempre dos pasos delante. Y ahí, descubre, al fin, a diferencia de Guinard, que si él se empeña en contar lo que ve puede salir un gran libro y hasta es probable que lo reciban en la Academia Francesa, En fin María Rosa Lojo ha dicho que en esa interacción de caracteres tan disímiles se producen algunos de los mejores momentos de la novela.
—¿En qué momento del proceso creativo te sentís más cómodo: cuando abordás los hechos del pasado, o cuando te enfrentás a la necesidad de recrearles una entidad real en el tiempo y el espacio?
Me siento libre en todo momento pero esa libertad se gana. En el caso de una novela que ocurra en el pasado hay que leer e investigar mucho para crear sobre nuestro cerebro o dentro de él una red que es una memoria suplementaria sin la cual no podríamos escribir esa novela. Esa memoria suplementaria es clave para ubicar bien la novela en un determinado tiempo y espacio. Y esos recuerdos de muchos libros se van internalizando así que no es sorprendente tener que leer mucho, no voy a decir cuánto, pero si uno quiere ser verosímil debe ser bastante exhaustivo. Porque hay que entender la época y sus causas y además hay que hacer vivir la novela con la vida de la ficción que son los detalles. Los detalles van vivificando las escenas. Creamos escenas con los detalles y las escenas son como vehículos para que los personajes entren de una manera y salgan de otra manera a como entraron, lo cual ocurrirá de forma definitiva cuando se termine la novela o el cuento y entonces el lector cree en lo que leyó. Los personajes desean determinadas cosas, que para ellos son importantes y por eso actúan.
O porque nada les parece importante no actúan —o actúan con apatía o desatinadamente –como Merseault en El extranjero de Camus— y esa indiferencia es su destino. Y al final de todo cuando finalmente llegamos, si el texto está bien, el silencio habla y eso completa la novela y decimos: “Ah, era esto” y hay como un hueco en el aire que nos habla. Y de alguna manera no queremos abandonar eso, como nos ocurre con las películas de los grandes directores. Mientras uno va saliendo del cine ve personajes parecidos a los que vimos, el director tuvo un mirada tan poderosa que parece que siguiéramos en la película. Y esto se debe a las escenas y los detalles que acarrean convicción sobre ellas. 
Indudablemente si uno narra una época que conoció, la parte de investigación es menor, porque hay cosas que sabemos pero siempre hay que corroborar y averiguar ciertas cosas. También podemos inventar por entero un lugar, un país o una historia como hice con Las voces del reino.
—¿Qué personajes te permiten mayor libertad: los varones o las mujeres?
Cada uno, hombres y mujeres tienen, según su época y su carácter y su situación sus propias libertades y restricciones. Me parece que un escritor es como un actor que se mete en la piel de los distintos personajes, no por eso pierde su individualidad, vuelve a sí mismo, pero antes, durante su vida, ha observado, leído, inventa y eso produce gente, personajes, que pueden ser muy diferentes entre sí y además muy diferentes a él: Yo he sido todos mis personajes, aun los que me desagradan o mejor dicho: seguramente no me identificaba con los que más me desagradan, pero están observados como para que el lector los imagine con la mayor claridad.

—Ernesto Schóo habla de secreta poesía en tus novelas y cuentos: ¿la poesía es tal vez el hilo conductor que oxigena la prosa? 
—Todo tiene que ver con cómo se cuentan las cosas y eso está condicionado con la historia y por qué se cuenta. El estilo tiene que ser como un guante que se adapta a la historia y por eso tiene que ir variando de libro en libro. Por supuesto, como dice Woody Allen siempre va a ser comida china. Con esto quiero decir que siempre llevará nuestra marca, pero uno puede ir ejercitándose en dejar atrás lo logrado como quien sale de un potrero que ya conocemos para ir a otro más grande.
Me parece que parte de la emoción que sentimos al escribir es porque nos aventuramos a una zona que al principio desconocemos. Creo que recién al terminar de corregir a fondo conocemos plenamente, al fin, lo que escribimos.
Lo entendemos a pleno en ese momento y entonces ya nos deja de interesar. En cuanto a la poesía, me importa mucho, tiene que ver, como el humor, que es como un soplo, con la vida de un texto y con la misma vida y su percepción y es sólo levitando gracias a ella que podemos ver el paisaje entero, debe ser una consecuencia inevitable, no un fin en sí mismo, importado, pero, sí, debe ser inevitable.
Y la poesía está en la vida y depende de nosotros verla. Hay muchas maneras de manifestarla o en que se manifiesta Y nos da algo más grande que nosotros y aún que la historia que estamos contando. Es como una rendija por donde se cuela la eternidad, el momento de decir ah, con razón, esto es lo que cierra o completa o inicia bien un párrafo o una frase, mi historia o mi concepto o mi vida. Nos provoca una sensación de gratitud que se vincula con algo más amplio que nosotros, nos hace ver más lejos, nos hace levantar la mirada y nos conecta con los demás por un proceso de simpatía. Indudablemente como vos decís oxigena la prosa. Y nos oxigena a nosotros porque de repente vemos que tenemos más posibilidades.
Que el texto no es sólo la historia sino algo más. Y en nuestros buenos momentos quizás nosotros seamos algo más que nosotros mismos.
—¿Lo poético es en vos una reminiscencia del genio creativo de Silvina Ocampo?
La admiro y la quiero a Silvina me parece no sólo una gran escritora sino una gran poeta, sus poemas me hablan, pero yo tenía de entrada, aún antes de escribir mis primeros cuentos, algo parecido a un equipaje propio que quizás al principio no advertía. Con ella, con solo verla y hablar con ella —y desde luego con Bioy y en su medida con Borges— aprendí muchas cosas, gané mucho tiempo y me divertí mucho. Sus consejos y mis conversaciones con ella y el trato frecuente con Bioy y con Borges fue lo mejor que me pudo suceder entre los 18 y los 25 años, Recuerdo una película más o menos reciente de Woody Allen, Medianoche en Paris, en donde un joven guionista norteamericano que tiene escrita una novela, por un truco mágico del tiempo, que ocurre en París, se encuentra con todos los grandes escritores norteamericanos que en los años veinte vivieron en esa ciudad. Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein. Tiene suerte. Entabla diálogos con ellos, Gertrude Stein lee su novela, le gusta, y tiene conversaciones muy interesantes con Hemingway, que le repite cuando dices algo think about it, lo cual es un consejo; hay que pensar, considerar las cosas. Esto película de Woody Allen es inolvidable y se da casi como la realización de una posible fantasía de todo joven escritor norteamericano actual, que seguro piensa ojala los hubiera conocido a todos éstos, y me parece que a mí me pasó lo mismo pero de forma natural, sin intervención de un truco mágico en el tiempo; conocí a tres de los más grandes escitores de la argentina de manera completamente fácil y natural, sin artilugios mágicos, aunque hubo muchos momentos mágicos para mí en esos tiempos. Sucedió porque sí. Nos mudamos al primer piso de Posadas 1650, los Bioy vivían en el quinto piso y cuando estábamos haciendo la mudanza me llega una tarjetita de Silvina que decía: sé que escribís, porqué no subís a verme. Así que creo que cumplí el deseo de muchos escritores jóvenes argentinos y de muchos que todavía no nacieron. Creo que ese tiempo fue para mí un tiempo mítico y me ayudó a construir mi identidad y mis valores. He escrito un libro sobre Bioy que se llama Bioy Casares o la isla de la conciencia que refleja mis conversaciones con él y da una idea a la manera del Paris Review de cómo era ser recibido por él para conversar y entablar un reportaje.
A propósito de Silvina y Bioy, ¿en qué medida acompañan tu interioridad creativa, y de qué manera sus voces te advierten ante las dudas, los abismos y el rigor literario? 
Son presencias cálidas que me hacen bien y recuerdo no sólo sus palabras de aliento sino sus advertencias, que ya tengo muy incorporadas. Silvina en ocasiones me decía: lo que a uno más le gusta a veces hay que sacarlo. Decía también que contar un cuento sin haberlo escrito era como destapar un perfume, se iba la esencia. En eso Bioy era distinto; el ensayaba los efectos de un cuento en sus interlocutores o, con más frecuencia con sus interlocutoras, aunque me acuerdo de más de una comida en casa de mis padres, en especial una, donde nos tuvo en vilo con un cuento largo muy gracioso, que luego apareció en Historias Desaforadas, una especie de comedia sexual donde interviene en la escena culminante la reina de Holanda. Otra cosa que decía Silvina era que a los cuentos hay que mirarlos como objetos, creo que con esto quiso decir que están separados de uno. No tiene que haber un orgullo malsano en no corregir y creer que de esa manera se es más auténtico. Lo importante es el cuento no el narcisismo de uno. Por lo general las cosas que parecen más fluidas son las que están más trabajadas. Ambos eran fanáticos de la corrección, de dejar que cada palabra valiera por si misma y yo, por las mías, creía también en eso pero ellos me lo pusieron en palabras y me dieron indicaciones prácticas, sobre todo Silvina. Hemos hablado mucho de libros y autores a medida que yo iba leyendo y me abrieron su biblioteca que leí con mucha atención y con un sentimiento de aventura que me conectaba directamente con el aprendizaje y el placer.
—Podrías hablarnos brevemente de la esencia de cada uno de tus libros…
Como te dije muchos de mis libros están interconectados, tanto cuentos como novelas. Así ocurre con El verano de sol quieto, Algunos cuentos de Cazar un tigre, otros de Memorias del viento y El borde peligroso y la trilogía a la que me referí brevemente titulada El campo Salvaje. Todos estos cuentos y novelas ocurren después del espacio temporal que por ahora ocupa la trilogía que va desde 1873 a 1885, cuando los indios se baten en retirada. El Malón Grande cuenta el ocaso de los indios y ya es otro momento del país. Y El campo salvaje ya no lo es. Esta trilogía sobre la que se apoyan los cuentos posteriores es, como te digo, todo un capítulo aparte, así que para no quedarme solo con eso y porque mi deseo lo requería también hice excursiones fuera de esa mundo narrativo. Eso se da en parte en La casa de la llanura;
El primer viaje, Las voces del reino y El dueño anterior, que trata de algo que siempre quise escribir: una historia de fantasmas. En este caso es en una vieja estancia desatendida ubicada en el corazón ganadero de la República. La cuenca del Salado. Está ubicado en el tiempo actual, Hay polars, ponchos, Direct TV y celulares y ahí volqué mis experiencias como ganadero novel. El fantasma, como lo indica el título, es el dueño anterior, un fantasma conservador que no quiere que las cosas cambien y que se resiste a las innovaciones del nuevo dueño. También es una novela sobre padres e hijos y el apego entrañable a la tierra, que crea un montón de dificultades en la vida de la gente, creo que eso se ve a través de todas estas obras, hay un precio que se paga, a veces queriendo y otras sin querer o porque es inevitable. Pero también creo que en mis trabajos hay muchos buenos momentos, bastante humor, cierta observación de personajes y de costumbres y de experimentos de lenguaje y de estilo que espero interesen al lector cuando mis libros estén más disponibles.
—¿Te sentís bien querido por la crítica y la gente, o sentís que no te perdonan tus ascendientes ilustres en lo literario (lo pregunto por estos tiempos de populismo decadente y rancio). —¿Cómo ves el panorama literario argentino?
—No, no veo que no me perdonen o me guarden rencor por haber conocido a Silvina, Borges y Bioy. Quiero escribir un libro más detallado sobre esa relación. Prefiero no meterme en lo que opinan los demás acerca de mí, algunos, mis amigos, espero, me querrán y otros quizás no tanto, pero muy pocas veces noté una real mala voluntad. Quizás yo no encajaba en el perfil de escritores que durante muchos años pedían las editoriales y mis temas eran propios y personales y no políticos o periodísticos, pero me alegro de haber persistido en ese camino porque creo que todo eso no se había contado desde ese punto de vista. El telón de fondo es la historia del país, así que no son historias del todo inocentes, el campo no está aislado del panorama del país, pasan cosas, de todo tipo, algunas buenas, otras malas, Hay muchos vaivenes emocionales, creo que el arco emocional es amplio y que en algunos libros hay una especie, diría, de paradójica esclavitud de la gente que tiene que llevar adelante esas empresas, esclavitud de la que en general no se dan cuenta del todo, porque les parece inevitable, pero que el lector va notando de a poco, creo. Y creo que hay cuentos que bucean en lo profundo de cada uno. Hasta donde sea. Yo creo que en mis cuentos di con historias muy intensas y espero que queden en la memoria del lector. Empecé escribiendo cuentos porque todo el asunto consiste en dominar desde el principio las unidades cortas y el cuento tiene una gran intensidad y poder por la compresión que impone. Nada puede sobrar, ni una palabra ni una sílaba y todo tiene que ver con el fondo sumergido que recién al final sale a la luz y se completa con el silencio, que debe hablar, como ya dije. El cuento debe ir profundizando en cada escena y revelando de a poco en ese ascenso acerca de qué realmente se está hablando. 
—¿Qué proyectos te rondan? —¿Cómo has conjugado la vida personal con la profesional, con el escritor y el pintor? –¿Qué papel juega la pasión en el oficio de escribir? 

Tengo todavía cuatro novelas inéditas y una a medio escribir. Son: la trilogía, otra más, ya corregida, me reservo de contarla, y otra que espero completar pronto. Y luego quisiera hacer varias excursiones fuera de tierra conocida, subirme a un barco por, así decirlo, como me sucedió con Las voces del reino y los otros libros que te contaba. 
Te cuento que de chico yo creía que iba a ser pintor pero de a poco al dedicarme a la literatura me pareció que ofrecía algo muy propio de mí, más que mis cuadros, y descubrí al ir trabajando que tenía muchas historias para contar que para mí eran muy naturales pero que a los demás les podían parece especiales, me di cuenta. Así que poco a poco dejé de pintar. Quizás me faltó encontrar un maestro, pero me siento bien dedicándome por entero a la literatura.
En cuanto a la pasión es el motivo de todo, si no hubiera sería muy inútil dedicarse a algo que a uno no le gusta o no le entusiasme.
Uno vibra como un diapasón al escribir algo. Yo vivo cada novela, cada cuento como una historia de amor que me ocupa totalmente y tengo que apartarme de ellos a los codazos para vivir una vida normal con afectos y amistades. Porque la vida cotidiana me gusta y le doy importancia y mucha, a mis hijos, a mis relaciones y a la amistad. En mi experiencia las novelas son como amores absolutos, totales, que hacen que el mundo receda un poco. El atractivo del cuento es que uno entra y sale con la historia hecha en relativamente poco tiempo. Así que da una sensación de variedad y no tiene la obligatoriedad que uno siente cuando tiene que terminar una novela. Y al escribir ocurren cosas, sincronías, uno encuentra las cosas a medida que las necesita, tengo muchas anécdotas sobre esto. Y si uno escribe una novela y además está enamorado, mejor todavía. Como dijo Hemingway las ventajas de estar enamorado son tantas que no hay necesidad de nombrarlas.

—¿Te parece que el libro tal como lo conocemos tiene futuro? —¿Hay lectores, o disminuyen a medida que avanza la tecnología y la informática? —Hay más gente que escribe o que lee, ¿Cuál es tu sensación? —¿Los que escriben ¿leen lo suficiente? (Tal vez si leyeran no escribirían, o por lo menos cuidarían más sus escritos). 
Te voy a tratar de contestar estas preguntas, como pueda, porque sé tan poco como todos. Creo que los lectores de verdad han sido siempre una minoría. En mi colegio, en mi clase yo era el único lector. Y lo mismo veo en los amigos de mis hijos. Mi hija Dulce de 20 años es lectora, acaba de darme una gran satisfacción porque estos días terminó la lectura de La noche que me quieras que le gustó mucho, me dijo, y estaba realmente encantada con la historia, sus vaivenes y su final, que yo creo que es como una nota de armonía y, espero, de coraje y continuidad. El telón no baja hasta que realmente termina la obra, es decir la vida de cada uno.
Obviamente la tecnología avanza y va a avanzar más. Yo he dado muchas clases, desde siempre he dado cursos y hace treinta años o más que tengo talleres literarios acá en mi casa pero también en la Universidad de San Andrés, en la Academia del Sur, en la UADE y en universidades de EEUU. Me encanta enseñar y me doy cuenta que a la gente le gusta aprender y se alegran porque los libros los sacan de la noria cotidiana de los problemas tan repetidos de nuestro país y sus vidas. Así que ahí esta él goce al que no debemos renunciar ni como lectores ni como escritores, porque la verdad es que es un privilegio muy de uno leer o escribir un cuento o una novela. Ninguna máquina lo puede hacer por uno, hasta ahora por lo menos porque entra la totalidad de la memoria, de las asociaciones, de la imaginación y creo que eso va a resultar dificilísimo para las computadoras. De todas maneras, yendo a la práctico también hay que aprender a tirar del carro, si estoy escribiendo una novela yo me conformo con escribir 2000 palabras por día en veinte días son 40.000 y aunque uno no llegue a eso es una buena cantidad. Acá en el colegio te decían composición. En el mundo anglo dan el marco o el formato, como si a un pintor le entregaran una hoja en blanco y él tendría que escribir dentro de eso. Graham Greene escribía 1000 palabras por día. Borges y García Márquez una página o sea 350 palabras. Aunque a García Márquez le creo poco. Creo que un novelista necesita recorrer más distancia. Eso sí, el trabajo de corregir es infinito y no se termina hasta que uno realmente encuentra que cada palabra está en el lugar debido, exactamente como y dónde debe estar. Hay que estar dispuesto a dedicarle mucho tiempo, muchas veces más de lo que se tardó en escribir la novela. Y creo que la inspiración sabe quién está interesado por ella y vuela muy cerca si uno se pone en actitud de ir contando la historia, que tiene que ir surgiendo de adentro. No es, por lo general, un rayo divino. Se presenta como una escena, una situación o hasta una voz que aparece en la página, aún cuando uno no sabe dónde va. Así me pasó con La voces del reino. Primero vino la voz roja, eran unas pocas frases y luego aparecieron las demás. Al poco tiempo tenía la estructura general de la novela, pero quería escribir a ciegas, sólo con la imaginación y fui inventado los episodios a medida que los escribía. Y todo cerró perfecto porque de vez en cuanto paraba y pensaba y siempre sucedía algo que me sorprendía a mí y me alegraba mientras contaba las evoluciones de mis personajes.
Por último me parece que nuestro trabajo es uno de los últimos trabajos artesanales del mundo y creo que de alguna manera resiste y va a resistir, quizás más arrinconado, pero a la vez el destino es tan impredecible que tal vez en algún momento muchos quieran oír una voz humana y eso se valore. Algo de esto está pasando con las series, creo que va haber una alianza entre la literatura y la imagen y que eso va a ser parte del mundo que vamos a vivir. Para terminar, leer, como te dije, muy pocos jóvenes leen, pero hay excepciones. Lo principal es enseñarles a pensar por su cuenta y a disfrutar y que sepan que sino entienden a Borges, por ejemplo, no es que sean tontos sino que les faltan algunas llaves, que les podés dar en una charla o una lectura guiada. Mi experiencia de profesor de taller literario y cursos es que mucha gente se encuentra con una gran sorpresa al acceder a la literatura. Tal vez porque si uno enseña con pasión siempre encuentran a la voz humana con sus grandeza, abismos, ocurrencias, personajes, humor, dramatismo y, sobre todo, libertad.


Un Jorge Torres Zavaleta entrañable, sencillo, auténtico y apasionado por su vocación; escritor con todas las letras que nos reeconforta en estos tiempos de tanto advenedizo. Hemos compartido su palabra sin cortes, ni acotaciones para que nuestros lectores tengan la oportunidad de reconocer las diferencias y a un verdadero escritor.


José luis Thomas-Norberto García Yudé

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