viernes, 29 de abril de 2011
Publicado en Notiserrano 112
Libertad de expresión
¿Vale para todos o sólo pueden expresarse los que están de acuerdo con el oficialismo?
Es notorio ver cómo los perseguidos se convierten en perseguidores.
El artículo 14 de la Constitución Argentina dice “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber:.. de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”…”
Los bloqueos que impidieron la salida de camiones de distribución de los Diarios Clarín y Nación es un hecho muy grave.
Los argentinos nos hemos habituado a desconocer la Ley y es parte de la idiosincrasia vernácula transgredir todo lo que se pueda a sabiendas que “estamos fuera de la ley”, pero al mismo tiempo como si quisiéramos demostrar que somos piolas y que nada nos importa ni nos manipula. Desgraciadamente somos unos peleles y desde hace décadas somos manejados, justamente porque los poderes de turno que conocen esta particularidad y desde ella nos manipulan.
El pueblo en su conjunto, frente al atropello ejercido contra la prensa; contra la libertad de expresión y contra la libertad de los individuos en general (es decir la de cada uno a elegir lo que desea) ha permanecido pasiva; tan pasiva como suele ser siempre –a excepción de algunas circunstancias en las que el gobierno les mete la mano en el bolsillo o por alguna razón ve amenazada su “generosa comida diaria”. Los demás temas, los miramos por televisión, como si le pasara a otros o como si debieran resolverlo, pura y exclusivamente los involucrados directamente. Es más, casi diría, que se complace, que hay algo de morbo y de un resentimiento muy avieso que goza viendo a una parte de sus compatriotas –a los que considera poderosos- debatirse. Es casi un motivo de distracción; algo más de lo que hablar, sin comprometerse, pero dejando en claro su posición; que en definitiva es lo mismo que nada, puesto que en sus actos cae en la tibieza más repugnante y conformista.
Los argentinos somos insufribles. Tenemos desidia, inoperancia, resentimiento, soberbia, ignorancia, y una deleznable capacidad de ser expertos en todo tipo de mecanismos capaces de propiciar fraudes inimaginables. Con el agravante iniciado en los años cincuenta de haber perdido “la cultura del trabajo”, generando vagos que dependen del gobierno que los ayuda a multiplicarse para tener votos.
Vivimos en un mundo teórico y somos una contradicción que camina, o mejor dicho se arrastra por un fango que se inició con la fundación.
No somos para nada inocentes. Y todos los temas que nos aquejan como sociedad son mucho más complejos que lo que un debate objetivo sobre algo puntual puede mostrar.
No tenemos sentido de patria, ni del ser nacional. Todo es una concepción teórico-emocional-sensiblera, que nos permite avivar ese sentido hipócrita que tan bien manejamos de acuerdo con las circunstancias que nos aquejan.
Nos encantan los eufemismos. Y tenemos una rara, rarísima concepción de “Los Derechos Humanos”.
Somos irracionales y con una gran capacidad para el olvido y siempre estamos dispuestos a señalar a los demás, intentando en ese juicio descalificativo, vernos a nosotros mismos como seres incontaminados.
Somos rápidos para juzgar, dilapidar, y hacer leña del árbol caído. Amamos dividir, revolver, mezclar, complicar; es casi una pasión ese sentido carroñero que nos impulsa, aún cuando hayamos cubierto todas las apariencias “De eso no se habla”; “El qué dirán” están tan vivos como nunca; sólo que hemos aprendido a disimular aún más.
Nos ensañamos de maneras inimaginables cuando podemos hacerlo contra alguien que es culpable de algo.
Y no nos damos cuenta que hacemos lo mismo que aquellos a quienes estamos juzgando.
Ej: Los militares eran totalitarios, masacraron a la sociedad; ahora la sociedad es totalitaria, y masacra y se ensaña contra los militares y los juzga tantas veces como puede y les da condena sobre condena, cuando con una sola condena perpetua seria suficiente. Es como si a alguien que está muerto, cada uno pasara y gozara asestándole un golpe más para hacer ver su posición.
Y por supuesto olvidamos que en los años setenta, el país era un caos y la mayoría de la sociedad “pedía por los militares para restablecer el orden”: lo que no tuvieron en cuenta los que tal cosa pedían, es que “los militares son militares”, están adiestrados para jugar a la guerra (resabio de cuando eran chiquitos y jugaban con soldaditos de plomo, que seguramente las mamás de entonces, les compraban complacidas para que el nene jugara”, para la brutalidad, para la obsecuencia; jamás para el Derecho, la libertad, la justicia basada en leyes y en jueces y jurados responsables.
Las Madres y Abuelas, se han convertido en lo mismo que persiguen, las alienta el odio, los resentimientos, promueven las divisiones, los enfrentamientos, los partidismos, “quieren sangre”, pero bajo la máscara de una inocencia que hace tiempo perdieron o quizás nunca tuvieron.
En la Argentina nos perseguimos unos a otros. El gobierno promueve todo tipo de enfrentamientos.
La oposición es una multiplicidad de gente en grupúsculos que hablan “boludeces” todo el tiempo con el agravante de padecer más que nadie esa característica nacional de “siempre saber lo que hay que hacer” “los famosos cienciológos” del verso, de la simulación, de la inoperancia, de las teorizaciones infinitas, hablan, hablan, hablan, dicen, contradicen, discuten, repiten, cambian de bando (señal de que sus teorías son oportunistas), y siempre hablan del “otro”, culpan al “otro”, sin ver que son el “otro” para el “otro” al que enjuician.
En verdad en argentina “hay una profesión que se llama “Oposición”; cualquier partido que sea trabaja para descalificar. Nunca lo hace para contribuir al todo, o sea “al País”. Crean confusión, divisiones y resentimientos.
No estoy diciendo que no deba haber oposición como un cuerpo objetivo que controla el hacer del oficialismo; lo que digo es “oposición y gobierno deberían trabajar conjuntamente por el bien de todos”, y esto para nosotros, los argentinos, es una utopía.
Al país no lo tiene que parar un camionero mafioso, sin escrúpulos; al país lo tenemos que para los argentinos por generación espontánea, cuando suceden hechos como el de impedir la libertad de prensa; pero para eso tendríamos que tener conciencia de país, de nación, de unidad; amor por la Argentina, más allá de partidismos y politiquerías.
Por eso cualquiera puede tomar el poder y hacer lo que quiera; nosotros, el pueblo, hemos perdido o nunca tuvimos nutrientes valederas; somos arena que el viento junta en diversos médanos; no tenemos el poder de la tierra que genera y retiene la vida; somos una masa amorfa instintiva, irracional, que sólo salta cuando ve amenazado su estómago o su bienestar personal.
De lo demás, eso que llaman Gobierno, Justicia, que se encarguen otros, nosotros, el pueblo, somos extraterrestres.
José Luis Thomas
¿Vale para todos o sólo pueden expresarse los que están de acuerdo con el oficialismo?
Es notorio ver cómo los perseguidos se convierten en perseguidores.
El artículo 14 de la Constitución Argentina dice “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber:.. de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”…”
Los bloqueos que impidieron la salida de camiones de distribución de los Diarios Clarín y Nación es un hecho muy grave.
Los argentinos nos hemos habituado a desconocer la Ley y es parte de la idiosincrasia vernácula transgredir todo lo que se pueda a sabiendas que “estamos fuera de la ley”, pero al mismo tiempo como si quisiéramos demostrar que somos piolas y que nada nos importa ni nos manipula. Desgraciadamente somos unos peleles y desde hace décadas somos manejados, justamente porque los poderes de turno que conocen esta particularidad y desde ella nos manipulan.
El pueblo en su conjunto, frente al atropello ejercido contra la prensa; contra la libertad de expresión y contra la libertad de los individuos en general (es decir la de cada uno a elegir lo que desea) ha permanecido pasiva; tan pasiva como suele ser siempre –a excepción de algunas circunstancias en las que el gobierno les mete la mano en el bolsillo o por alguna razón ve amenazada su “generosa comida diaria”. Los demás temas, los miramos por televisión, como si le pasara a otros o como si debieran resolverlo, pura y exclusivamente los involucrados directamente. Es más, casi diría, que se complace, que hay algo de morbo y de un resentimiento muy avieso que goza viendo a una parte de sus compatriotas –a los que considera poderosos- debatirse. Es casi un motivo de distracción; algo más de lo que hablar, sin comprometerse, pero dejando en claro su posición; que en definitiva es lo mismo que nada, puesto que en sus actos cae en la tibieza más repugnante y conformista.
Los argentinos somos insufribles. Tenemos desidia, inoperancia, resentimiento, soberbia, ignorancia, y una deleznable capacidad de ser expertos en todo tipo de mecanismos capaces de propiciar fraudes inimaginables. Con el agravante iniciado en los años cincuenta de haber perdido “la cultura del trabajo”, generando vagos que dependen del gobierno que los ayuda a multiplicarse para tener votos.
Vivimos en un mundo teórico y somos una contradicción que camina, o mejor dicho se arrastra por un fango que se inició con la fundación.
No somos para nada inocentes. Y todos los temas que nos aquejan como sociedad son mucho más complejos que lo que un debate objetivo sobre algo puntual puede mostrar.
No tenemos sentido de patria, ni del ser nacional. Todo es una concepción teórico-emocional-sensiblera, que nos permite avivar ese sentido hipócrita que tan bien manejamos de acuerdo con las circunstancias que nos aquejan.
Nos encantan los eufemismos. Y tenemos una rara, rarísima concepción de “Los Derechos Humanos”.
Somos irracionales y con una gran capacidad para el olvido y siempre estamos dispuestos a señalar a los demás, intentando en ese juicio descalificativo, vernos a nosotros mismos como seres incontaminados.
Somos rápidos para juzgar, dilapidar, y hacer leña del árbol caído. Amamos dividir, revolver, mezclar, complicar; es casi una pasión ese sentido carroñero que nos impulsa, aún cuando hayamos cubierto todas las apariencias “De eso no se habla”; “El qué dirán” están tan vivos como nunca; sólo que hemos aprendido a disimular aún más.
Nos ensañamos de maneras inimaginables cuando podemos hacerlo contra alguien que es culpable de algo.
Y no nos damos cuenta que hacemos lo mismo que aquellos a quienes estamos juzgando.
Ej: Los militares eran totalitarios, masacraron a la sociedad; ahora la sociedad es totalitaria, y masacra y se ensaña contra los militares y los juzga tantas veces como puede y les da condena sobre condena, cuando con una sola condena perpetua seria suficiente. Es como si a alguien que está muerto, cada uno pasara y gozara asestándole un golpe más para hacer ver su posición.
Y por supuesto olvidamos que en los años setenta, el país era un caos y la mayoría de la sociedad “pedía por los militares para restablecer el orden”: lo que no tuvieron en cuenta los que tal cosa pedían, es que “los militares son militares”, están adiestrados para jugar a la guerra (resabio de cuando eran chiquitos y jugaban con soldaditos de plomo, que seguramente las mamás de entonces, les compraban complacidas para que el nene jugara”, para la brutalidad, para la obsecuencia; jamás para el Derecho, la libertad, la justicia basada en leyes y en jueces y jurados responsables.
Las Madres y Abuelas, se han convertido en lo mismo que persiguen, las alienta el odio, los resentimientos, promueven las divisiones, los enfrentamientos, los partidismos, “quieren sangre”, pero bajo la máscara de una inocencia que hace tiempo perdieron o quizás nunca tuvieron.
En la Argentina nos perseguimos unos a otros. El gobierno promueve todo tipo de enfrentamientos.
La oposición es una multiplicidad de gente en grupúsculos que hablan “boludeces” todo el tiempo con el agravante de padecer más que nadie esa característica nacional de “siempre saber lo que hay que hacer” “los famosos cienciológos” del verso, de la simulación, de la inoperancia, de las teorizaciones infinitas, hablan, hablan, hablan, dicen, contradicen, discuten, repiten, cambian de bando (señal de que sus teorías son oportunistas), y siempre hablan del “otro”, culpan al “otro”, sin ver que son el “otro” para el “otro” al que enjuician.
En verdad en argentina “hay una profesión que se llama “Oposición”; cualquier partido que sea trabaja para descalificar. Nunca lo hace para contribuir al todo, o sea “al País”. Crean confusión, divisiones y resentimientos.
No estoy diciendo que no deba haber oposición como un cuerpo objetivo que controla el hacer del oficialismo; lo que digo es “oposición y gobierno deberían trabajar conjuntamente por el bien de todos”, y esto para nosotros, los argentinos, es una utopía.
Al país no lo tiene que parar un camionero mafioso, sin escrúpulos; al país lo tenemos que para los argentinos por generación espontánea, cuando suceden hechos como el de impedir la libertad de prensa; pero para eso tendríamos que tener conciencia de país, de nación, de unidad; amor por la Argentina, más allá de partidismos y politiquerías.
Por eso cualquiera puede tomar el poder y hacer lo que quiera; nosotros, el pueblo, hemos perdido o nunca tuvimos nutrientes valederas; somos arena que el viento junta en diversos médanos; no tenemos el poder de la tierra que genera y retiene la vida; somos una masa amorfa instintiva, irracional, que sólo salta cuando ve amenazado su estómago o su bienestar personal.
De lo demás, eso que llaman Gobierno, Justicia, que se encarguen otros, nosotros, el pueblo, somos extraterrestres.
José Luis Thomas
Nota aparecida en Notiserrano 112
Cambiar
el punto de vista
No mirar desde el ego, para “VER” lo que en verdad “ES”.
Si miramos el mundo desde adentro nos creemos poderosos, pero si lo miramos desde afuera, desde el universo, somos apenas un pixel; sin embargo la conciencia de esta dimensión es casi nula. La actitud humana frente a esta realidad encierra más soberbia que comprensión. El hombre se ve a sí mismo desde su obra inteligente y olvida su estado natural que debiera estar integrado y en mutua correspondencia con la naturaleza.
La inteligencia es maravillosa, pero tiene, como todo, dos lados, dos posibilidades; puede crear o destruir; generar bienestar sin interferir con los demás reinos o maltratar el sistema que da origen a la vida. Como hablamos de mega dimensiones, que escapan a la conciencia ordinaria, y como todo lo que se tiene en demasía, pierde valor, lo malversamos.
Sólo paramos la actitud destructiva cuando vemos afectado nuestro micro mundo. Ese íntimo espacio personal en el que nos movemos separándonos del resto y creyendo que “todo lo demás” debe estar a nuestro servicio para utilizarlo a destajo.
Vivimos en un estado casi psicótico, que está tan asumido por el conjunto que nos parece normal. O mejor dicho hemos subido el límite de lo irrazonable en forma tácita para continuar depredando sin sentirnos culpables o autodiscriminarnos por enfermos.
Todo se hace sin conciencia de consecuencia; somos atropellados por nuestros propios deseos que jamás encuentran satisfacción y actúan siguiendo la generalidad en la presuposición de que si los demás lo hacen debe estar bien o, por el contrario, no queremos quedar excluidos del sistema y continuamos destruyendo, a pesar de saber que nos dirigimos a la destrucción. Y esto es grave; es un signo de enfermedad mental seria: nos autodestruimos a sabiendas de lo que significa.
Estamos anestesiados; hemos perdido el sensor natural, los valores de la intuición; siempre tenemos un “pero” que nos auto engaña para continuar haciendo lo que sabemos que no debemos hacer.
Los logros tecnológicos han deteriorado el sentido de la vida introduciendo la idea de “todopoderosos”; la supremacía de la evolución material como consecuencia de la inteligencia artificial, descalifica la incomparable importancia de la inteligencia emocional que se alinea con el circuito total de la vida en el planeta. Es la inteligencia que parte de la conciencia del propio ser en situación accionando en relación al resto e incluyéndose como parte del todo, del que luego vuelven las reacciones.
El “tener” se sobrevalora en desmedro del “ser” y el “hacer” y cuando se “Hace” es desde un criterio puramente material imponiendo el reflejo pasajero que estimula los sentidos y que no puede bajar su umbral de frustración por lo que pide sin cesar más y más. Quedar atrapado en su juego invalida todos los canales de sentir naturalmente como “humano”, es decir “sensible”. Darnos cuenta de que lo deseado se vuelve insatisfactorio, nos neurotiza, porque nos vemos obligados a querer “más”, sabiendo que no ha de satisfacernos.
Detenerse, silencio, sobriedad, conciencia de satisfacción, austeridad, compresión, compasión, amor, solidaridad, son estados, que el hombre no quiere sentir, porque todos ellos implican asumir-se como entidades finitas que deben auto regularse equilibrando su funcionalidad con todo lo que lo rodea y esto significa trabajar en forma consciente sin esperar nada.
El hombre espera del afuera, de la tecnología, de la ciencia “esa fórmula mágica” que le evite hacerse cargo de sí mismo y sentir la vida como algo vivo en constante fluir, en una suerte de ciclos, que van de un polo a otro; tener conciencia de sí propio, significa detenerse mientras se contempla sin apasionamiento, cómo todo pasa y se diluye, siempre y cuando no pretendamos apoderarnos de él. Así lo bueno y lo malo pasarán.
La tierra se está manifestando. Japón nos ha dado un ejemplo extraordinario; seguramente ya lo hemos olvidado; pero la tierra no.
Japón, primer mundo, la vida aparentemente resuelta, para caer en la cuenta de que son “nada”, tienen “nada” .
Lo único que en verdad poseemos es lo que damos; es lo que somos, no en su estado material, sino en el espiritual. Los valores que cuentan para “estar feliz” son: el presente, el amor, la comprensión, el perdón, la compasión, y no interferir con los deseos en la ruta, que de instante en instante nos marca el camino.
José Luis Thomas
el punto de vista
No mirar desde el ego, para “VER” lo que en verdad “ES”.
Si miramos el mundo desde adentro nos creemos poderosos, pero si lo miramos desde afuera, desde el universo, somos apenas un pixel; sin embargo la conciencia de esta dimensión es casi nula. La actitud humana frente a esta realidad encierra más soberbia que comprensión. El hombre se ve a sí mismo desde su obra inteligente y olvida su estado natural que debiera estar integrado y en mutua correspondencia con la naturaleza.
La inteligencia es maravillosa, pero tiene, como todo, dos lados, dos posibilidades; puede crear o destruir; generar bienestar sin interferir con los demás reinos o maltratar el sistema que da origen a la vida. Como hablamos de mega dimensiones, que escapan a la conciencia ordinaria, y como todo lo que se tiene en demasía, pierde valor, lo malversamos.
Sólo paramos la actitud destructiva cuando vemos afectado nuestro micro mundo. Ese íntimo espacio personal en el que nos movemos separándonos del resto y creyendo que “todo lo demás” debe estar a nuestro servicio para utilizarlo a destajo.
Vivimos en un estado casi psicótico, que está tan asumido por el conjunto que nos parece normal. O mejor dicho hemos subido el límite de lo irrazonable en forma tácita para continuar depredando sin sentirnos culpables o autodiscriminarnos por enfermos.
Todo se hace sin conciencia de consecuencia; somos atropellados por nuestros propios deseos que jamás encuentran satisfacción y actúan siguiendo la generalidad en la presuposición de que si los demás lo hacen debe estar bien o, por el contrario, no queremos quedar excluidos del sistema y continuamos destruyendo, a pesar de saber que nos dirigimos a la destrucción. Y esto es grave; es un signo de enfermedad mental seria: nos autodestruimos a sabiendas de lo que significa.
Estamos anestesiados; hemos perdido el sensor natural, los valores de la intuición; siempre tenemos un “pero” que nos auto engaña para continuar haciendo lo que sabemos que no debemos hacer.
Los logros tecnológicos han deteriorado el sentido de la vida introduciendo la idea de “todopoderosos”; la supremacía de la evolución material como consecuencia de la inteligencia artificial, descalifica la incomparable importancia de la inteligencia emocional que se alinea con el circuito total de la vida en el planeta. Es la inteligencia que parte de la conciencia del propio ser en situación accionando en relación al resto e incluyéndose como parte del todo, del que luego vuelven las reacciones.
El “tener” se sobrevalora en desmedro del “ser” y el “hacer” y cuando se “Hace” es desde un criterio puramente material imponiendo el reflejo pasajero que estimula los sentidos y que no puede bajar su umbral de frustración por lo que pide sin cesar más y más. Quedar atrapado en su juego invalida todos los canales de sentir naturalmente como “humano”, es decir “sensible”. Darnos cuenta de que lo deseado se vuelve insatisfactorio, nos neurotiza, porque nos vemos obligados a querer “más”, sabiendo que no ha de satisfacernos.
Detenerse, silencio, sobriedad, conciencia de satisfacción, austeridad, compresión, compasión, amor, solidaridad, son estados, que el hombre no quiere sentir, porque todos ellos implican asumir-se como entidades finitas que deben auto regularse equilibrando su funcionalidad con todo lo que lo rodea y esto significa trabajar en forma consciente sin esperar nada.
El hombre espera del afuera, de la tecnología, de la ciencia “esa fórmula mágica” que le evite hacerse cargo de sí mismo y sentir la vida como algo vivo en constante fluir, en una suerte de ciclos, que van de un polo a otro; tener conciencia de sí propio, significa detenerse mientras se contempla sin apasionamiento, cómo todo pasa y se diluye, siempre y cuando no pretendamos apoderarnos de él. Así lo bueno y lo malo pasarán.
La tierra se está manifestando. Japón nos ha dado un ejemplo extraordinario; seguramente ya lo hemos olvidado; pero la tierra no.
Japón, primer mundo, la vida aparentemente resuelta, para caer en la cuenta de que son “nada”, tienen “nada” .
Lo único que en verdad poseemos es lo que damos; es lo que somos, no en su estado material, sino en el espiritual. Los valores que cuentan para “estar feliz” son: el presente, el amor, la comprensión, el perdón, la compasión, y no interferir con los deseos en la ruta, que de instante en instante nos marca el camino.
José Luis Thomas
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