Libertad de expresión
¿Vale para todos o sólo pueden expresarse los que están de acuerdo con el oficialismo?
Es notorio ver cómo los perseguidos se convierten en perseguidores.
El artículo 14 de la Constitución Argentina dice “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber:.. de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”…”
Los bloqueos que impidieron la salida de camiones de distribución de los Diarios Clarín y Nación es un hecho muy grave.
Los argentinos nos hemos habituado a desconocer la Ley y es parte de la idiosincrasia vernácula transgredir todo lo que se pueda a sabiendas que “estamos fuera de la ley”, pero al mismo tiempo como si quisiéramos demostrar que somos piolas y que nada nos importa ni nos manipula. Desgraciadamente somos unos peleles y desde hace décadas somos manejados, justamente porque los poderes de turno que conocen esta particularidad y desde ella nos manipulan.
El pueblo en su conjunto, frente al atropello ejercido contra la prensa; contra la libertad de expresión y contra la libertad de los individuos en general (es decir la de cada uno a elegir lo que desea) ha permanecido pasiva; tan pasiva como suele ser siempre –a excepción de algunas circunstancias en las que el gobierno les mete la mano en el bolsillo o por alguna razón ve amenazada su “generosa comida diaria”. Los demás temas, los miramos por televisión, como si le pasara a otros o como si debieran resolverlo, pura y exclusivamente los involucrados directamente. Es más, casi diría, que se complace, que hay algo de morbo y de un resentimiento muy avieso que goza viendo a una parte de sus compatriotas –a los que considera poderosos- debatirse. Es casi un motivo de distracción; algo más de lo que hablar, sin comprometerse, pero dejando en claro su posición; que en definitiva es lo mismo que nada, puesto que en sus actos cae en la tibieza más repugnante y conformista.
Los argentinos somos insufribles. Tenemos desidia, inoperancia, resentimiento, soberbia, ignorancia, y una deleznable capacidad de ser expertos en todo tipo de mecanismos capaces de propiciar fraudes inimaginables. Con el agravante iniciado en los años cincuenta de haber perdido “la cultura del trabajo”, generando vagos que dependen del gobierno que los ayuda a multiplicarse para tener votos.
Vivimos en un mundo teórico y somos una contradicción que camina, o mejor dicho se arrastra por un fango que se inició con la fundación.
No somos para nada inocentes. Y todos los temas que nos aquejan como sociedad son mucho más complejos que lo que un debate objetivo sobre algo puntual puede mostrar.
No tenemos sentido de patria, ni del ser nacional. Todo es una concepción teórico-emocional-sensiblera, que nos permite avivar ese sentido hipócrita que tan bien manejamos de acuerdo con las circunstancias que nos aquejan.
Nos encantan los eufemismos. Y tenemos una rara, rarísima concepción de “Los Derechos Humanos”.
Somos irracionales y con una gran capacidad para el olvido y siempre estamos dispuestos a señalar a los demás, intentando en ese juicio descalificativo, vernos a nosotros mismos como seres incontaminados.
Somos rápidos para juzgar, dilapidar, y hacer leña del árbol caído. Amamos dividir, revolver, mezclar, complicar; es casi una pasión ese sentido carroñero que nos impulsa, aún cuando hayamos cubierto todas las apariencias “De eso no se habla”; “El qué dirán” están tan vivos como nunca; sólo que hemos aprendido a disimular aún más.
Nos ensañamos de maneras inimaginables cuando podemos hacerlo contra alguien que es culpable de algo.
Y no nos damos cuenta que hacemos lo mismo que aquellos a quienes estamos juzgando.
Ej: Los militares eran totalitarios, masacraron a la sociedad; ahora la sociedad es totalitaria, y masacra y se ensaña contra los militares y los juzga tantas veces como puede y les da condena sobre condena, cuando con una sola condena perpetua seria suficiente. Es como si a alguien que está muerto, cada uno pasara y gozara asestándole un golpe más para hacer ver su posición.
Y por supuesto olvidamos que en los años setenta, el país era un caos y la mayoría de la sociedad “pedía por los militares para restablecer el orden”: lo que no tuvieron en cuenta los que tal cosa pedían, es que “los militares son militares”, están adiestrados para jugar a la guerra (resabio de cuando eran chiquitos y jugaban con soldaditos de plomo, que seguramente las mamás de entonces, les compraban complacidas para que el nene jugara”, para la brutalidad, para la obsecuencia; jamás para el Derecho, la libertad, la justicia basada en leyes y en jueces y jurados responsables.
Las Madres y Abuelas, se han convertido en lo mismo que persiguen, las alienta el odio, los resentimientos, promueven las divisiones, los enfrentamientos, los partidismos, “quieren sangre”, pero bajo la máscara de una inocencia que hace tiempo perdieron o quizás nunca tuvieron.
En la Argentina nos perseguimos unos a otros. El gobierno promueve todo tipo de enfrentamientos.
La oposición es una multiplicidad de gente en grupúsculos que hablan “boludeces” todo el tiempo con el agravante de padecer más que nadie esa característica nacional de “siempre saber lo que hay que hacer” “los famosos cienciológos” del verso, de la simulación, de la inoperancia, de las teorizaciones infinitas, hablan, hablan, hablan, dicen, contradicen, discuten, repiten, cambian de bando (señal de que sus teorías son oportunistas), y siempre hablan del “otro”, culpan al “otro”, sin ver que son el “otro” para el “otro” al que enjuician.
En verdad en argentina “hay una profesión que se llama “Oposición”; cualquier partido que sea trabaja para descalificar. Nunca lo hace para contribuir al todo, o sea “al País”. Crean confusión, divisiones y resentimientos.
No estoy diciendo que no deba haber oposición como un cuerpo objetivo que controla el hacer del oficialismo; lo que digo es “oposición y gobierno deberían trabajar conjuntamente por el bien de todos”, y esto para nosotros, los argentinos, es una utopía.
Al país no lo tiene que parar un camionero mafioso, sin escrúpulos; al país lo tenemos que para los argentinos por generación espontánea, cuando suceden hechos como el de impedir la libertad de prensa; pero para eso tendríamos que tener conciencia de país, de nación, de unidad; amor por la Argentina, más allá de partidismos y politiquerías.
Por eso cualquiera puede tomar el poder y hacer lo que quiera; nosotros, el pueblo, hemos perdido o nunca tuvimos nutrientes valederas; somos arena que el viento junta en diversos médanos; no tenemos el poder de la tierra que genera y retiene la vida; somos una masa amorfa instintiva, irracional, que sólo salta cuando ve amenazado su estómago o su bienestar personal.
De lo demás, eso que llaman Gobierno, Justicia, que se encarguen otros, nosotros, el pueblo, somos extraterrestres.
José Luis Thomas