La palabra
De tanto usarla, las más de las veces sin sentido, pierde su valor y en lugar de comunicarnos, nos vuelve extraños y distantes.
Por José Luis Thomas
La palabra es el vehículo que lleva el ser; lo expresa, es decir, lo saca de preso, lo libera de todas las fronteras reales y de aquellas que cada uno crea con sus ideas y lo comparte para integrarse a la danza singular de las relaciones humanas; ese juego estructural donde debe primar la cordura para que no perdamos el equilibrio que nos mantiene unidos al concierto sideral.
Pero no queda ahí su alcance y la dimensión de su esplendor; es la que crea un puente comunicacional indiscutible con todos los seres que integran los reinos naturales. El ser humano, entonces, tiene el deber de cuidar de la naturaleza, puesto que entiende y razona, la palabra crea los conceptos por medio de los cuales se hace evidente la realidad.
Tan importante como la sangre por el cuerpo, mantiene viva las conexiones funcionales. Su tarea primordial, la comunicación, pasa a ser parte del mecanismo por el cual habremos de entendernos intentando hablar un mismo lenguaje, a pesar de las diferencias lingüísticas, esa palabra viva ha de significar lo mismo en cada idioma: amor, comprensión, tolerancia, respeto, unión, amistad, servicio, y otras que son parte indiscutible de la armonía.
La palabra ha de ser clara, precisa, mientras más sencilla mejor; que contenga no sólo la iluminación del intelecto sino la esencia vital del amor. No se puede avanzar por la vida sin integrar la inteligencia del intelecto con la inteligencia emocional. Podemos disentir en muchos temas con respecto a las visiones del mundo y sus cosas, pero bajo ninguna circunstancia debemos permitirnos crear divisiones que nos lleven a pensar, siquiera por un instante, en la posibilidad de tomar la vida de algún semejante, porque no podemos acordar con él en algún sentido; tanto en lo individual como en lo general, entre dos seres humanos como entre dos naciones.
La humanidad lleva muchos años en este planeta y aún es víctima de los mismos errores a pesar de los avances tecnológicos y científicos; aún no logra prioritar el amor como base fundamental para su desenvolvimiento en la tierra. Todavía no comprende aquello de que “lo esencial es invisible a los ojos” que decía le petit prince. Aún nos dejamos encandilar por los efectos fulgurantes de los sentidos, que apelan a nuestros deseos para arrastrarnos en pos de naderías, permitiendo que la palabra pierda su valor, que sea lo mismo decir una cosa que otra.
Estamos viendo una era en la que se destaca el avance de las comunicaciones, con internet a la cabeza; sin embargo, cada vez estamos más incomunicados. La comunicación virtual no es comunicación, puesto que no entraña compromiso. Se puede mentir, distorsionar, falsear e inventar lo que sea, utilizando photoshop y otros mecanismos técnicos para generar una realidad que nada tienen que ver con la verdad. Así se manipulan o se siguen manipulando las emociones, los deseos y la servidumbre a dioses de barro.
Los seres humanos nos estamos vaciando de contenido, y la palabra como herramienta, tiende a desaparecer y soterrar su riqueza expresiva en favor de signos que nos impulsan a una comunicación rápida y superficial, que no se proyecta desde el amor, sino que es urgida por las apetencias sensuales, las demandas consumistas.
Entonces pregunto ¿apurados para llegar a dónde? En lugar de aquietarnos y dejar que fluya nuestro universo interior que contiene todo lo que necesitamos, somos estimulados a buscar fuera algo especial y supremo, que está en un futuro equidistante que nos aleja irremediablemente de nosotros mismos, del calor esencial de la palabra que lleva el amor, la comprensión y el servicio. Y aunque se hable de unión, todo conduce a desunir, a dividir, a separar, y cuando eso sucede se crean campos contrarios, adversarios, y aparecen los conflictos; las luchas de poder y con él ese deseo malsano de pretender imponer la supremacía del más fuerte.
Por eso la palabra no debe perder su vigor, para no dejar morir los conceptos que hablan de todos esos temas que nos permiten mantener viva la llama del amor, y de la unión con cada uno de los seres vivos del planeta tierra, nuestra única casa en el universo.
Hombres y Naciones unidos por la paz y el amor, trabajando al unísono, reconociéndonos como herederos permanente de la vida.
José Luis Thomas