Polarizados
Discapacidad para
integrar las diferencias
Por José Luis Thomas
A la luz y el fervor de tantos acontecimientos socio-políticos que suceden a diario en nuestro país, uno intenta conocer esta realidad desde un lugar que permita ver “lo que es” despojado de inclinar la balanza en uno u otro sentido. Para tal fin es preciso instalar una capacidad para mirar que vaya de lo general a lo particular –el individuo y su acción- y partiendo de técnicas propias de la didáctica, ir de lo cercano a lo lejano. Ambos aspectos imbricados en la sucesión simultánea del tiempo y las relaciones entre los hombres y las cosas, permite mirar con una visión holística e integradora. Todo tiene dos polos y una infinidad de grados entre ambos, que a medida que nos acercamos a uno lo comenzamos a convertir en el otro y viceversa. Se trataría entonces de pasar por encima de la fluctuación del ritmo constante y vibrar en una longitud de onda que no se quede pegada a ninguno de los extremos.
La realidad actual de los argentinos nos impone un país dividido, polarizado, con una creciente discapacidad para integrar las diferencias. Atomizados de tal forma que se pierde la capacidad para revisar la propia actitud, las acciones y los ideales que conforman la realidad a la que respondemos, que no es otra “que la misma que creamos” con nuestros movimientos devenidos, como es natural, de una concepción personal de la vida y de lo que ésta debería ser, o como nos gustaría que nos fuera en ella. El tema es complejo o muy simple, depende, como todo, del lugar en el que nos situemos en esa polaridad constante de todo lo que acontece.
¿De dónde surge la realidad? ¿Qué factores la conforman? La realidad es un conjunto de fenómenos fácticos e ideales que a la velocidad de la luz pasan de uno a otro y muestran una instantánea que con la misma velocidad pasa a otra; sólo que nuestra mente se queda pegada a una de esas muestras y sobre su base construye lo que llama realidad, como si ésta estuviera fija y fuera a permanecer así eternamente; y dependiendo de cómo nos sentimos dentro de esa ilusión, queremos que sea eterna o pase lo más rápido posible. Si nos gusta y nos da placer, la queremos para siempre y la aceptamos, y si por el contrario nos disgusta y nos hace sentir mal, intentamos alejarla. Hay sectores de la población, en su mayoría conformados por “los que no tienen nada que perder, a los que les place recibir no importa de dónde ni a qué costo” y otros que ven peligrar sus conquistas personales a fuerza de trabajo por medidas que, en su concepción podrán ser loables pero que son aplicadas en forma abusiva y arbitraria por -y esto es lo peligroso (siempre para los afectados, los otros están en su nube)- sujetos que responden casi fanáticamente a ideales y concepciones de poder autoritarias que -y esto es fatal- en su conjunto y en grupo son corruptas, incluidos grandes sectores de la Justicia. En todo este juego continuo perdemos de vista un eslabón técnico que sería “la aceptación de eso “que es” en el momento en “que es” tanto si nos place como si no”. La tendencia natural es considerar a la aceptación en el sentido y significado de “resignación” y nada es más distante. Sólo cuando se acepta “lo que es” se puede hacer algo al respecto; mientras se quiera permanecer “ignorante”, los ojos del equilibrio permanecerán cerrados y los de “la tan mentada justicia” abiertos, pero fijos, sin vida, adheridos a uno solo de los polos.
Pero ¿qué nos vuelve tan ciegos, tan apegados a las circunstancias?: el placer, el deseo constante e inconsciente de permanecer inmersos en él, adheridos a todo aquello que nos asegura -en lo personal, pocas veces con vista a lo general (es decir incluyendo a todos lo que conformamos el tejido social)- una permanencia del goce y del bienestar, y ésta necesidad descontrolada, impulsa a tomar partido por aquello que nos proporcionaría esa continuidad. Pero cuando nos volvemos partidarios, nos situamos de un solo lado de los polos y nos volvemos ciegos para integrar al otro, que aunque no estemos conscientes del movimiento ni de la continuidad, siempre están en balanceo, pero al apegarnos a esa realidad que queremos eterna, dejamos de ver la otra mitad de todo lo que es. ¿Está mal querer sentir placer? NO, pero pretender su continuidad nos vuelve psicóticos puesto que la realidad es el balance continuo entre el placer y el displacer, desconocer este mecanismo, es un aviso de falta de evolución. El problema surge cuando se reacciona con absolutismo frente a cualquiera de los dos polos que se manifiestan pretendiendo su permanencia o su ausencia. La reacción interior, la respuesta desde el punto de vista conductual es el estímulo que se infringen unos a otros los sujetos que conforman la sociedad y se incentivan mutuamente en un sentido u otro, creando divergencias que llegan a ser irreconciliables y fragmentan la realidad, la enfrentan y generan conflictos constantes. Es una forma de guerra solapada, de lucha intermitente por imponer un lado u otro.
Pero la vida, independiente de los sujetos y sus deseos, está afectada por el balanceo constante entre los polos de todo lo que es.
Si no se percibe este fundamento de la vida, se tiene y se vive en una constante idea de división y desintegración.
Los hombres de este mundo (no de este pan-universo, porque en verdad no tenemos pruebas de cómo pueden los seres de esos otros mundos posibles), desde que podemos datar nuestra existencia, nos movemos en el marco de una suma y sucesión de emociones primarias que la evolución del cerebro no ha logrado equilibrar como una respuesta automática en las expresiones propias de nuestra vida de relación; pesa mucho más la amígdala donde el cerebro guarda la memoria ancestral, que los procesos donde tiene lugar la conjunción de la lógica en un juego de equilibrio, entre las emociones y el pensamiento. Pareciera que somos civilizados, que nos movemos desde un impulso unificador y una concepción de la vida, no sólo como algo personal, sino total, es decir, la propia vida, la del otro y la de todas las especies que conforman el planeta, pero sólo nos movemos desde la perspectiva egoísta de conformarnos con un permanente umbral de placer que no admite frustración. Si miramos la historia, está jalonada de sistemas de gobierno que han intentado manipular y eternizar posiciones que siempre han sido unilaterales. La idea que subyace es acaparar el “todo”, como si el todo, no estuviera integrado por “dos polos opuestos en constante fluctuación”; ese mecanismo avieso ha sido disfrazado con notables teorías que intentaron explicar la realidad desde un punto de vista “egocéntrico”; cada tanto muchos egos se unen y dan por ejemplo períodos nefastos como el hitlerismo, que en la persona de un ego (Hitler) se expresa el sentimiento solapado de otros. Eso por citar un ejemplo, (cada cual puede hacer las asociaciones que reflejen la actualidad). El sentimiento de imponerle a otro una idea, una forma o una política, es el signo más notable de expresiones que nada tienen que ver con la democracia o los derechos humanos. Intentar realizar cualquiera de los dos conceptos desde un único y partidario punto de vista, desconoce en su génesis al otro, al que “dice tener en cuenta”, por lo tanto siempre será nefasto.
Estamos viviendo un período muy extremo, en el que conviven varios aspectos y conductas nocivas para la vida en su conjunto, puesto que integran aviesamente y ex profeso conceptos de alta valía como son: “Democracia y Derechos Humanos e igualdad”, con prepotencia, corrupción, obediencia ciega, manipulación, extorsión, clientelismo, desculturalización, empobrecimiento de la concepción laboral como medida de la ética y de la virtuosidad de un hombre en sociedad, cohersión, manipulación de voluntades en virtud de “excitar esos deseos de placer continuo y fácil” que mencionaba antes, obsesión enfermiza por “el poder”; aún viendo lo que éstos mandatos eternizados producen o han producido en otras sociedades, que tienen la idea mesiánica de ser los únicos capaces de salvar al pueblo -a una parte del pueblo- pero PUEBLO es todo el conjunto de la población (no un sector), porque sino: ¿dónde quedan “los Derechos Humanos de aquellos a los que se hostiga, para manipular la emocionalidad de cierta clase social?
Ser partidistas, lejos de unirnos y como se podría suponer, nos convierte en individuos con ideas fijas, y nos aleja de una concepción integral que deviene, como lo vemos en la actualidad, en una sociedad dividida por un oficialismo totalitario que intenta imponerse desconociendo el otro polo de la realidad.
¿Por qué ser partidistas nos desune? Porque cada uno de los individuos que conciben una ideología, en el mismo acto de adherir a ella se quedan pegados repitiendo modelos que desconocen la realidad cambiante, pero sobre todo porque esos individuos desconocen (no por discapacidad intelectual) sino por conveniencia personal, que los deseos con su multiplicidad de placeres obnubilan la conciencia, llevándola a un estado de enajenación del acontecer real para intentar imponerlo de forma indefinida.
Ya viene siendo necesaria una visión integradora de la situación social en su conjunto. Basta de partidos que en su concepción parecen partir de puntos de vista diferente, pero que allegados al poder responden todos de la misma manera. Oficialismo y oposición son dos aspectos del poder, dos polos que deben funcionar al unísono balanceando su energía en función de un solo objetivo: el pueblo en su conjunto.
Es importante “ver lo que es”, no “lo que quisiéramos que fuera”; lo que es, existe en el aquí y ahora y podemos cambiarlo o cambiar nuestra visión acerca de él; lo que quisiéramos que fuera es un ideal que jamás podrá ser realizado si no “actuamos primero sobre “lo que es”, y tal vez entonces lo que se construya en el futuro tenga visos de haber evolucionado sobre las bases de la realidad concebida como un todo en la que nos integramos prioritando la vida en general y no sólo algunas de sus variables.
José Luis Thomas