Como en
Guerra Civil
por José Luis Thomas
(Artículo aparecido en Notiserrano Nº 99- 2009)
Sin bombas y sin misiles. Silenciosamente, entre nos, como si todo estuviera bien.
¡Estamos en guerra civil!
¿Qué escribe este hombre? –dirá usted y agregará –¡Está loco! ¡Es un exagerado! ¡Delira!
Y le respondo: es posible. Tal vez usted tenga razón. Sólo que la realidad me avala. —No comprendo –agrega usted.
¡Calma! Trataré de darle mi visión –respondo.
Es posible que mi afirmación con la que comienzo esta reflexión parezca a primera vista exagerada y propia de una visión pesimista; pero cuando uno dedicó su vida a mirar más allá de lo que está a la vista y a leer bajo el agua; realiza conexiones abstractas que revelan la trama de la realidad iluminada desde un ángulo liberado de pudores, pruritos, convencionalismos, temores y acomodaciones a esa realidad que vivimos y sentimos en carne propia, pero que al mismo tiempo no queremos asumir, porque duele demasiado y porque asusta la desmesura de lo que revelan los hechos, que nos involucran y que no podemos soportar.
Los hechos son la médula de la sustancia social. Y esos hechos son ejecutados por cada uno de nosotros. Devienen de lo que hay en nuestra conciencia; es decir en nuestra mente y nuestro corazón. Sólo que en el convencimiento de estar ejerciendo nuestra supervivencia, entramos en el juego, revistiendo con un viso de normalidad, y justificando los desajustes, en virtud de considerarnos influenciados por el medio. Es en este mismo concepto de responder a la influencia del entorno, donde se comienza a trazar el perfil del accionar belicoso soterrado y solapado. Lisa y llanamente: cada uno hace la suya, y sálvese quien pueda. Así lo decimos a diario, lo escuchamos y lo hacemos.
Tenemos la idea de que estar en guerra es cuando hay bombas, misiles, tiros, toques de queda y violencia explícita extrema de unos contra otros. De un bando y del otro. Pero una guerra civil, usted lo sabe, es una guerra entre hermanos y ésa es la guerra que siento que estamos librando cada día de manera consecuente y creciente, y no porque nos arrojemos bombas; nos arrojamos resentimiento de clases, discriminación, odios, competiciones, fraudes, especulaciones, anomia, entre otras peligrosos explosivos.
Y no estoy hablando de la inseguridad, que es violencia explícita y declarada, asumida y tolerada por todos nosotros y por la cúpula inservible de los gobiernos; sino por la raíz de esa violencia que lentamente nos lleva a enfrentarnos, a desconfiar, a temer, a atrincherarnos de manera obsesiva y psicótica tratando de asegurar nuestra integridad, que por cierto siempre está expuesta.
¿De qué guerra civil hablo?
De la que libramos cada día entre nosotros tratando de sobrevivir. Estamos unos contra otros, aunque nos hablemos, nos sonriamos, y nos abracemos…todo eso "hasta ahí nomás".
En todo momento me refiero a la generalidad que hace la realidad, no a los casos excepcionales dispersos y mínimos; porque como dice el refrán: una golondrina no hace verano.
Estar en guerra es haber perdido de vista al otro como parte de la unidad humana.
Estar en guerra es olvidar que nuestra conciencia es igual a la conciencia de los demás y que uno, es los demás.
Estar en guerra es permitir que el fraude, el engaño, la estafa, la desidia, la inoperancia, la falta de profesionalismo, y la delincuencia oficializada desde los gobiernos de turno nos impongan la pena de ser rehenes de sus incoherencias, ignorancias, desfachateces, desvergüenzas y que amparados en una multiplicidad de reglamentos fraudulentos intenten hacernos creer que están ordenando el caos. Lo que nosotros hacemos es "soportar", "escondernos" "agazaparnos".
No se puede ordenar el caos si no hay moral. Y no hablo de la moral de manual de colegio; hablo de la moral que implica integrar la vida toda en el sentido de formar parte de ella y en el respeto que de esa conciencia se infiere,considerarnos mutuamente.
No se puede administrar justicia si se vive en el desorden. Desorden que surge de la discapacidad para relacionar de manera armoniosa: lo que se piensa con lo que se dice y con lo que se hace.
No se puede eliminar la delincuencia si desde los estamentos oficiales se delinque bajo el amparo de fueros y amiguismos que tejen y destejen la misma trama con diferentes colores.
Estar en guerra civil es sentir que no se puede confiar en los médicos, ni en los profesionales de la rama que sea; que enfermarse pasa a ser una experiencia desoladora que nos enfrenta con el mercantilismo salvaje de los entes de la salud.
Estar en guerra civil es haber perdido el rumbo del sistema educativo.
Estar en guerra civil es padecer lo que hace apenas unos días, ciertos gremios le hicieron a sus congéneres. (Y que le seguirán haciendo). Cuando ya no hay sentimientos de patria, cuando se ha perdido el sentido de ser parte de todo lo que el país es, y se vulneran con violencia desmedida los espacios comunes, se está tirando del gatillo sin importar nada.
Estar en guerra civil es la actitud contenida de violencia que se expresa yoicamente exponiendo los instintos más irracionales, en virtud de disponer de un razonamiento personal que desconoce al otro como parte integral de la realidad. No se pueden consensuar los diferentes puntos de vista, en el sentido de trabajar por un Estado objetivamente separado de partidos e ideologías multipartidarias, para conformar una identidad con proyectos comunes tendientes al bienestar de todos y "no de una parte" de la sociedad.
Se está en guerra civil cuando uno descubre que "todo parece estar bien" mientras no se tengan problemas" Es decir, mientras no se necesite a un médico, a un hospital, a un oficial de justicia, a un abogado, a un arquitecto, a un albañil, a un… lo que sea que usted esté necesitando; porque será en ese instante en que se dará cuenta que el otro es alguien que está agazapado y escudado detrás de su título o su oficio para abusar de su confianza. Eso es estar en guerra. No poder confiar en nadie. Cualquiera puede herirnos de muerte. Ya no se honran las profesiones y oficios; cualquiera puede ser cualquier cosa.
Estar en guerra es sufrir el deterioro de las instituciones. Es sentir que las excepciones, o sea, hacer lo que se debe hacer, son hechos loables, destacables, cuando debieran ser parte de la naturaleza de lo que es.
Estar en guerra es estar, como nosotros estamos, considerando que cuando un ladrón nos asalta "por lo menos no nos mata" y no hacer nada.
Estar en guerra civil es tener legisladores onanistas que desconocen la realidad, no porque no se den cuenta de lo que ocurre, sino porque no les conviene corregir lo que sucede, ya que a río revuelto ganancia de pescadores. Legislar y darle al país leyes adecuadas a los tiempos que corren parece ser una tarea que los supera.
Estar en guerra es atacar al hombre común, al ciudadano, con impuestazos, pagos dislocados de servicios que aumentan indiscriminadamente, multas que parecen devenir, no de una necesidad de educar, sino de recaudar; donde los dagnificados deben someterse al juicio de sujetos que ejecutan órdenes y aplican sanciones sin capacidad para discriminar un acto de otro.
Cada uno de los aspectos que conforman el tejido social es una trinchera desde la que se ataca al hermano sin importar nada.
Estar en guerra civil es atentar contra nuestros semejantes en la creencia de que estamos cuidando nuestra propia vida.
Y finalmente estamos en guerra civil porque no nos interesa nuestro compatriota, a menos que podamos sacarle algo que nos permita continuar creyendo que estamos vivos; regidos por un pensamiento psicótico de bienestar, donde ya no queda espacio para la comprensión, ni para el amor, ni la amistad, ni el compañerismo. Y lo más grave: «parece que somos humanos, sólo parece»… hasta que nos quitan el velo de la simulación, de la hipocresía, de las innumerables agachadas con las que respondemos, siempre en la creencia de estar defendiéndonos de quien nos ataca, salvaguardando lo que consideramos nuestra vida, enajenada, del resto de las vidas.
Por eso y por mucho más estamos en guerra civil y porque además los argentinos «no nos levantamos pensando en lo que podemos hacer para mejorar nuestra interioridad, sino en ver cómo hacer para embromar al prójimo.
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