Reyna Carranza
Cuando la palabra cobra vida y trasciende universos
Por José Luis Thomas - Norberto García Yudé


-¿De qué manera llegó a vos la palabra?
-Como el aire, el agua, o el pan de cada día. Pero no es el aire lo que nos hace humanos, el pan o el agua, sino la palabra. La palabra nos dio identidad; es el logro más notable y profundo del ser humano. La escritora Angélica Gorodisher dice que sin palabras no existiríamos como sociedad y, en consecuencia, sin literatura no existiríamos como seres destinados a la trascendencia.
Me atrevería a decir que nací enamorada de la palabra escrita,
porque nadie me enseñó a escribir: lo aprendí leyendo. Y aprendí a escribir novelas leyendo novelas. Todo se dio sin el menor esfuerzo, como un juego maravilloso, producto de la lectura.
-¿Es la palabra un modo de estar en el mundo?

-¿Tenías apoyo del entorno?
-Desde que aprendí a leer me regalaron libros de cuentos en mis cumpleaños. Mi padre me regaló mis primeros libros de poesía, y mi madre la colección de veinte tomos de “El tesoro de la juventud”, cuando tenía ocho años. Todavía los conservo. Libros que despertaron en mí el amor por la belleza y lo sublime. Todo lo que soy se lo debo a la literatura.
-¿Cómo considerás a los escritores y a vos misma en este rol?
-En la adolescencia no lo tenía claro; la mayoría de los
autores que leía estaban muertos; hasta llegué a pensar que 
-¿Era parte de tu universo la idea de entregar tu vida a la literatura?

-¿Primero escribir y luego vivir, o a la inversa?
-Puedo afirmarlo sin la menor duda: primero vivir. No es fácil escribir sin tener experiencia de vida y un respetable bagaje cultural, de lo contrario se corre el riesgo de caer en obviedades, o en argumentos muy auto-referenciales que poco aportan al lector. No obstante, los genios existen, y a veces surgen escritores muy jóvenes con una gran obra.
-¿Qué escritores te influenciaron?
-Muchos. Entre los catorce y los treinta años leí casi todo lo que había que leer. Autores griegos, mitología, clásicos, existencialistas, contemporáneos, rusos, europeos, americanos. Cada uno de ellos me enseñó algo. Pero sobrevino el boom de autores latinoamericano con Gabriel García Márquez a la cabeza y entonces leer se convirtió más que nunca en una auténtica fiesta. De todos modos, hasta encontrar “mi propia voz” recibí
mucha influencia de Lawrence Durrell, William Faulkner, Juan Ramón Jiménez, Hermann Hesse y Enrique Heine.
-¿Haber nacido en Argentina y en una provincia fuerte y combativa como lo es Córdoba en tantos aspectos, determina tu decir?

¿Cómo atraviesa la joven Reyna la etapa de los descubrimientos en una sociedad caudillista, pacata, que mira a Europa?
Con absoluta naturalidad. Ya en la infancia los cuentos de hadas, reyes y princesas (en su mayoría de autores europeos) me ayudaron a descubrir que existen otras culturas, otras maneras de ser y de pensar. Después, los estudios y la literatura universal acabaron por introducirme en el mundo y me enseñaron que una sociedad es producto de muy diversas circunstancias. Por esta razón, del caudillismo argentino sólo tomé sus valores positivos, y toleré con una media sonrisa la tendencia europeizante de la clase media y alta
de mi país. Más tarde, leyendo historia argentina pude ampliar criterios y me sirvió para reflexionar y escribir sobre nuestro siglo XIX, como lo hice en “Una sombra en el jardín de Rosas” y “El secreto del guerrero”.
-¿Escribir es una tarea sencilla, natural, compulsiva, desgarradora?
-Escribir es todo eso y más. En mi caso es una necesidad como respirar, también un placer y, al mismo tiempo, una aventura catártica: prodigioso intercambio de energías del que siempre salgo fortalecida. El acto creativo en lugar de agotar la mente, la estimula, la incita a abrir caminos hacia el infinito.
¿Se termina de escribir en algún momento o sólo es una tarea sin solución de continuidad?
Las dos cosas. Pero una novela debe tener un principio, un desarrollo y un final. No obstante, luego de la última página, en mi cabeza continúo
imaginando hasta que algo me dice que ya estoy lista para comenzar a escribir otra historia.
¿Se puede prescindir de la pasión?
Depende de la naturaleza del escritor. En mi caso, soy una persona apasionada y amo lo que hago; en consecuencia, mis textos traslucen sentimientos muy fuertes. Pero, en general, la pasión (por lo que sea) es un ingrediente que nunca debe faltar en una novela.
¿Cuánto de la propia vida dejaste en el camino por escribir?
Nada dejé en el camino porque desde muy joven supe que escribir era lo que más me gustaba. Y no tuve hijos casualmente por eso. Antes de cumplir los veinte entendí que por mi manera de ser no había nacido para tener hijos, sino para escribir libros. Además, al ser rebelde por naturaleza los mandatos culturales no pudieron conmigo. Hoy suelo decir que puedo maternar con los libros.
-¿Con cuál de los géneros literarios te sentís más cómoda?
-Definitivamente con el género novela. No obstante, he escrito muchos cuentos, publicados en once antologías de cuentistas
argentinos. Pero no es lo mío. La brevedad me cuesta. Cuando me surge una idea indefectiblemente viene repartida en más de doscientas páginas.
-¿Escribir es innato o se aprende? ¿Sirven los talleres literarios? ¿Cuánta importancia tiene en el escritor la lectura?
-La vocación ayuda pero no alcanza; al talento hay que desarrollarlo, pulirlo. A escribir se aprende leyendo buena literatura. Pero no todos los que escriben son Escritores, con mayúscula. Como en cualquier disciplina del arte hay artistas buenos, regulares y malos. En el terreno de las letras pasa lo mismo. No todo es publicar un libro, cualquiera puede hacerlo. Pero el don “divino” no se aprende, nace con uno. En consecuencia, en los talleres literarios se puede aprender a redactar; se pueden aprender las técnicas de la novela, el cuento, o la poesía, pero lo que un taller literario nunca podrá enseñar es el talento.
RECORDEMOS:
“Cinco hombres” la escribí en España y se publicó apenas regresé al país, en 1984. Trata sobre la búsqueda de la identidad
sexual, y fue la primera novela en Córdoba que, en ese terreno, llamó a las cosas por su nombre; una historia que inventé y cavé a mi alrededor a modo de trinchera para olvidar una realidad tan agobiante como lo fue la última dictadura militar en Argentina.
“Para ahogar un loco amor” me marcó el camino. Quiero mucho esta novela. Es breve e impactante. Su temática y su estructura adelantaron lo que iba a ser el signo distintivo de mi estilo: apasionado y transgresor.
¿”Tanto infierno, tanta belleza” es sólo un título o parte del legado que recibiste como ciudadana argentina?
Título y argumento de esa novela es una apretada síntesis de nuestra historia contemporánea. En ella me atreví a contar parte de mi propia vida. Auto ficción que nació producto de una catarsis, dicho de otro modo, nació por la necesidad imperiosa de volcar en palabras los horrores que sacudieron a Argentina en la década del setenta, pero en realidad es la historia de un gran amor.
-Fui finalista del Premio Planeta 2003 con “Una sombra en el jardín de Rosas”. Por esta novela obtuve el reconocimiento del público y de la prensa. En ella mezclé ficción con historia argentina, narrada en primera persona por boca de Juan Bautista, el hijo mayor y casi desconocido de Juan Manuel de Rosas. Desde su aparición hasta el presente esta novela se viene reeditando con el mismo éxito.

El “trabajo paralelo” fue en aumento a medida que me fui haciendo conocida, al punto de quitarme tiempo para escribir novelas, que es lo que a mí me gusta. Pero no me quejo, me ayuda a llegar a otros públicos. Y, en muchas oportunidades, los acepto porque están bien remunerados. Este año, por ejemplo, el exceso de trabajo extra me ha quitado tiempo para la novela que estaba escribiendo. De todos modos, no tengo apuro para terminarla, sé que está ahí esperándome, y esa es la maravilla de este oficio, nunca termina, siempre está comenzando de nuevo.
Otra novela inquietante y muy bien escrita es “Donde vive la loba”. En ella abordás la locura, la muerte, y un más que turbulento universo femenino. ¿Cómo surge este tema y de qué manera elegís resolverlo desde el punto de vista de la estructura?
“Donde vive la loba” es la continuación de “Para ahogar un loco
amor”. La historia de Rolanda Ferraz merecía una segunda parte; una mujer que se hace pasar por loca cuando la acusan de haber matado a su padre y a su único hermano. Esta continuación narra esa locura: un mundo donde la loba entona su himno, sin edad, eterno. Su estructura difiere de mis otras novelas porque en ella incluyo una historia que se entrelaza al argumento principal, protagonizada por un enano que dirige un coro formado por niños de la calle, que por las noches cantan en el Parque Sarmiento. Submundo de drogas y abusos que resolví narrar en términos casi mágicos, casualmente para que esta realidad tan cruel de nuestro tiempo no caiga en el panfleto de denuncia.
Llegamos a “Hablame de Tosco”, un hombre singular, de una vida apasionante, ¿cuál fue el motivo que te llevó a abordarlo?
Escribí sobre Agustín Tosco a pedido de la editorial “Raíz de Dos”, para su colección Cordobeses por cordobeses. Fue un auténtico desafío para mí, del que creo salí airosa. En la primera parte hablo de la Argentina que le tocó vivir a Tosco. Pero es en la segunda parte donde decidí poner el acento, ya que mi objetivo era descubrir el Tosco íntimo, el de puertas adentro, el
hombre que se jugó por amor del mismo modo que lo hizo por los derechos de los trabajadores.
¿Qué hay en Juan Lavalle que te dio el impulso de abordarlo en “El secreto del guerrero”?

Regreso al Paraíso nos habla de la confesión más terrible que un hombre puede hacer. Historia en la que el misterio y lo fantasmagórico, la vida y la muerte, el erotismo y la sexualidad, desbordan de manera inigualable. Sólo otro escritor puede crear un final diferente para una obra consagrada, como los Bomarzo de Mujica Lainez. Con gran talento y agallas, Reyna Carranza redimensiona ese final, lo retoca, lo trae al presente, y se sirve de él casi como una gracia. Es allí donde radica la mayor virtud de esta novela y su curioso hallazgo, rasgo que la convierte en un mojón bisagra de toda su obra.
-¿Podemos pasar a la cocina, al espacio íntimo de la escritora?
-Normalmente escribo seis horas diarias, casi siempre hasta que cae el sol. Cuando no escribo busco distracción con los amigos, la lectura, la
¿Corregís durante o al finalizar una novela?
Corregir me obsesiona, no soporto una coma mal puesta, un tiempo de verbo incorrecto, repetir adjetivos o adjetivar demasiado. Soy muy crítica de mi propia obra. Pero el placer más grande es cuando escribo sin darme cuenta del paso del tiempo, como si estuviera conectada a una inteligencia superior que me dicta letra.
¿Le das importancia a los premios?
No he recibido muchos premios, sólo los necesarios para sentir que lo que he hecho hasta ahora no ha sido en vano. Recibí el primer premio en la categoría cuentos (“El hombre de la capa de nutrias”) organizado por la Fundación Manuel Mujica Lainez y Anita de Alvear; varios años después fui finalista del Premio Planeta de Novela, y últimamente recibí dos premios que me llenan de orgullo: el Reconocimiento al Mérito Artístico otorgado por el Gobierno de la Provincia, y el premio Jerónimo Luis de Cabrera, otorgado por la Municipalidad de Córdoba, ambos por la obra realizada y los treinta años de aporte cultural a la Provincia.
La literatura actual pasa por un período muy prolífico, pero ¿hay excelencia?
Es cierto, se publica mucho, pero no todo lo que se publica es literatura. Proliferación que nos dice que hay muchos autores pero muy pocos escritores. Libros en los que se advierte la buena intensión, pero se nota demasiado el esfuerzo con que han sido escritos, el mismo esfuerzo que tiene que hacer el lector para poder leerlos. Confío que con el tiempo estos autores puedan alcanzar la excelencia.
Una charla con magia. Cada vez que hablamos con Reyna entramos en una zona única, sobrecogedora, de profundidades y vuelo de libélulas, que nos complace y reconcilia con el mundo de la creación, puesto que vivimos en una realidad y un tiempo donde la chabacanería, el absoluto desinterés por la importancia del trabajo y del respeto al pasado que nos ha hecho quienes somos, nos avasalla impiadoso, sin lograr su cometido de aniquilarnos porque estamos despiertos, conscientes y podemos separar las aguas.

Por eso, yo, José Luis Thomas escribí un ensayo sobre toda su obra: Literatura y subjetividad en la obra de Reyna Carranza: erotismo e ideología, necesitaba abarcar e integrar ese universo en el que su alma insufla vida, más allá de la vida, y de ese modo llegar a sus lectores y a todos los que aún no la conocen. Su paso por la literatura argentina y universal va mucho más allá de esta dimensión: alcanza universos paralelos y dignifica el arte de escribir.
Es una referente indiscutida para las nuevas generaciones, un faro.
Algo que destaca es su capacidad para no repetirse, para no copiarse a sí misma; cada vez se renueva y emprende caminos de los cuales no conoce el final; es decir no adhiere a modas ni sigue sus propios éxitos; ésto sin dudas es fibra de creador, y reverenciamos esa cualidad que está casi desaparecida.
Thomas-Yudé