viernes, 14 de octubre de 2016
Ser Argentino ¿Es para estar orgulloso? Publicado en Notiserrano 153
Ser Argentino
Ser argentino es una cosa rara. Son ejemplares disparatados, contradictorios, soberbios, nefastos, incoherentes, falsos; inmaduros, están en la etapa oral, en la que no tienen umbral de frustración y siempre están esperando y exigiendo lo que sea, sin conciencia de la realidad. Viven en un mundo entre la insatisfacción y la demanda constante; pero no se les ocurre considerar que la conducta y la acción que realizan es o debe ser parte de la solución o en su defecto de los conflictos que padecen generación tras generación, recargados.
No me equivoco si digo que esta disfuncionalidad es fundacional; llegó con los barcos, se unió al originario de estas tierras y creó un híbrido emocional ciento por ciento, con tendencia a la vagancia, a la exaltación de fetiches, caudillos, y se acogió a los beneficios de esperar que otros resuelvan los problemas.
Es su naturaleza desconocer las leyes asumiendo con ese mote de “piolas” un rasgo peculiar y abusivo, en pos de tratar de hacerle una gambeta a las situaciones, eludir responsabilidades y encontrar salidas oportunistas, casi siempre unidas al famoso “amiguismo” con el poder que sea que corresponda.
Está muy de moda exigir “derechos” en lo que sea, y son astutos en encontrar la forma de hacerse de beneficios, sin su correspondiente esfuerzo.
Cuando están en la mala, se vuelven mansitos, piden con una humildad forzada y cuando son levantados de su caída, por lo general, muerden la mano del benefactor; lo juzgan y comienzan a exigir y a compararse con su benefactor, demandándole, no de acuerdo con su valía, sino con los bienes del otro.
Siempre tratan de sacar ventaja.
Siempre especulan.
Siempre usufructúan del trabajo ajeno.
Los corroe la envidia.
Se compara todo el tiempo con los demás y hacen lo posible por emularlo.
Cada vez son más ignorantes.
Reniegan del que sabe y siempre están dispuestos a considerar que ellos en su lugar harían las cosas mejor.
Todo Argentino, sabe lo que hay que hacer y tiene las soluciones para todo, pero no como alguien que duda; sino con la más absoluta certeza.
Si el gobierno de turno lo favorece en lo personal, NO LE IMPORTA DEL RESTO, NI DEL PAÍS, defenderá hasta que las papas quemen a su benefactor, aún a sabiendas que es corrupto, y malversa los fondos públicos.
Tiene la capacidad para dar vuelta en el aire los desaguisados y encontrarle un lado que le convenga.
Le caen simpáticos los dirigentes carismáticos y se enfilan detrás sin medir consecuencias.
El argentino despotrica contra todo, pero si puede, se aprovecha de lo que le ofrezca su adversario, sea persona, grupo, o país.
Es falso, hace como el tero, pone los huevos en un lado y grita en otro para despistar.
Adolece de autenticidad, y cuando por fortuna deja de ser pobre o clase media, se vuelve un nuevo rico insoportable, con lo cual pone en evidencia su mediocridad.
Ser argentino es una tarea que requiere un trabajo de veinticuatro horas para mantener alineadas las dos o más caras de su personalidad.
Vive de ideales; cree ser de izquierda mientras vive de derecha.
Es hipócrita.
Ya ganado por un populismo nefasto, producto del aumento indiscriminado de la población más ignorante y limitada en todo sentido, se acentúan aún más los males genéticos, fundacionales.
La educación está en caída vertiginosa y para colmo de males se cumplen las palabras de Discépolo: Lo mismo un burro que un gran profesor……/ todo es igual, nada es mejor….
Ser argentino es un dolor que “se lleva en el costado, sin palabra, ni grito” parafraseando al poeta Leopoldo Marechal.
Se sufre ser argentino, si se tiene conciencia, y se ve la vertiginosa caída moral, ética, democrática y republicana. Son sólo palabras vacías de contenido.
Los argentinos son astutos para manipular las palabras y usarlas en relatos y discursos encendidos -emocionales, como decía al comienzo- puesto que sabe que esa condición es propia de sus congéneres.
La conciencia produce impotencia.
La conciencia nos deja solos ante la devastación.
Nuestro país, en el que viven los argentinos, está como luego de una larga inundación: mientras más bajan las aguas, más se pronuncia y muestra el desastre.
El mayor desastre es la naturaleza argentina; la conducta de los argentinos, la moral de los argentinos; si eso no cambia, todo es cartón pintado.
Seguro que al terminar de leer esta nota usted se considerará la excepción:
Le tengo un secreto: todos los argentinos consideran lo mismo.
Pero no se preocupe: hay excepciones, no tantas como uno quisiera, pero podrían alcanzar para transformar o CAMBIAR este hermoso país.
José Luis Thomas
¿Es para estar orgulloso?
Por José Luis ThomasSer argentino es una cosa rara. Son ejemplares disparatados, contradictorios, soberbios, nefastos, incoherentes, falsos; inmaduros, están en la etapa oral, en la que no tienen umbral de frustración y siempre están esperando y exigiendo lo que sea, sin conciencia de la realidad. Viven en un mundo entre la insatisfacción y la demanda constante; pero no se les ocurre considerar que la conducta y la acción que realizan es o debe ser parte de la solución o en su defecto de los conflictos que padecen generación tras generación, recargados.
No me equivoco si digo que esta disfuncionalidad es fundacional; llegó con los barcos, se unió al originario de estas tierras y creó un híbrido emocional ciento por ciento, con tendencia a la vagancia, a la exaltación de fetiches, caudillos, y se acogió a los beneficios de esperar que otros resuelvan los problemas.
Es su naturaleza desconocer las leyes asumiendo con ese mote de “piolas” un rasgo peculiar y abusivo, en pos de tratar de hacerle una gambeta a las situaciones, eludir responsabilidades y encontrar salidas oportunistas, casi siempre unidas al famoso “amiguismo” con el poder que sea que corresponda.
Está muy de moda exigir “derechos” en lo que sea, y son astutos en encontrar la forma de hacerse de beneficios, sin su correspondiente esfuerzo.
Cuando están en la mala, se vuelven mansitos, piden con una humildad forzada y cuando son levantados de su caída, por lo general, muerden la mano del benefactor; lo juzgan y comienzan a exigir y a compararse con su benefactor, demandándole, no de acuerdo con su valía, sino con los bienes del otro.
Siempre tratan de sacar ventaja.
Siempre especulan.
Siempre usufructúan del trabajo ajeno.
Los corroe la envidia.
Se compara todo el tiempo con los demás y hacen lo posible por emularlo.
Cada vez son más ignorantes.
Reniegan del que sabe y siempre están dispuestos a considerar que ellos en su lugar harían las cosas mejor.
Todo Argentino, sabe lo que hay que hacer y tiene las soluciones para todo, pero no como alguien que duda; sino con la más absoluta certeza.
Si el gobierno de turno lo favorece en lo personal, NO LE IMPORTA DEL RESTO, NI DEL PAÍS, defenderá hasta que las papas quemen a su benefactor, aún a sabiendas que es corrupto, y malversa los fondos públicos.
Tiene la capacidad para dar vuelta en el aire los desaguisados y encontrarle un lado que le convenga.
Le caen simpáticos los dirigentes carismáticos y se enfilan detrás sin medir consecuencias.
El argentino despotrica contra todo, pero si puede, se aprovecha de lo que le ofrezca su adversario, sea persona, grupo, o país.
Es falso, hace como el tero, pone los huevos en un lado y grita en otro para despistar.
Adolece de autenticidad, y cuando por fortuna deja de ser pobre o clase media, se vuelve un nuevo rico insoportable, con lo cual pone en evidencia su mediocridad.
Ser argentino es una tarea que requiere un trabajo de veinticuatro horas para mantener alineadas las dos o más caras de su personalidad.
Vive de ideales; cree ser de izquierda mientras vive de derecha.
Es hipócrita.
Ya ganado por un populismo nefasto, producto del aumento indiscriminado de la población más ignorante y limitada en todo sentido, se acentúan aún más los males genéticos, fundacionales.
La educación está en caída vertiginosa y para colmo de males se cumplen las palabras de Discépolo: Lo mismo un burro que un gran profesor……/ todo es igual, nada es mejor….
Ser argentino es un dolor que “se lleva en el costado, sin palabra, ni grito” parafraseando al poeta Leopoldo Marechal.
Se sufre ser argentino, si se tiene conciencia, y se ve la vertiginosa caída moral, ética, democrática y republicana. Son sólo palabras vacías de contenido.
Los argentinos son astutos para manipular las palabras y usarlas en relatos y discursos encendidos -emocionales, como decía al comienzo- puesto que sabe que esa condición es propia de sus congéneres.
La conciencia produce impotencia.
La conciencia nos deja solos ante la devastación.
Nuestro país, en el que viven los argentinos, está como luego de una larga inundación: mientras más bajan las aguas, más se pronuncia y muestra el desastre.
El mayor desastre es la naturaleza argentina; la conducta de los argentinos, la moral de los argentinos; si eso no cambia, todo es cartón pintado.
Seguro que al terminar de leer esta nota usted se considerará la excepción:
Le tengo un secreto: todos los argentinos consideran lo mismo.
Pero no se preocupe: hay excepciones, no tantas como uno quisiera, pero podrían alcanzar para transformar o CAMBIAR este hermoso país.
José Luis Thomas
viernes, 27 de mayo de 2016
Lo que pasa y nosotros ¿Somos activos o pasivos? Nota Publicada en Notiserrano 150
Lo que pasa y nosotros
¿Somos activos o pasivos?
Por José Luis Thomas
Pasan muchas cosas en nuestro país; más de las que podemos asimilar. Noticias, más noticias que se suman y no dan tregua. La mayoría opta por desentenderse para poder seguir adelante, me pregunto ¿es eso lo que hay que hacer? Por el hecho de desentendernos ¿las cosas cambian? ¿cerrar los ojos es suficiente para que lo malo desaparezca? ¿es preferible ver o no ver? ¿hay que involucrarse o dejar pasar? ¿dónde está el límite de la identidad?
Es difícil responder desde la totalidad, o desde una solución lo más abarcativa posible, por eso, elijo hacerlo desde mí; mi experiencia, que involucra, por otro lado, mi cintura, es decir mi capacidad para enfrentar lo que es. Cada uno tiene una dimensión de cintura. Eso sí, todos somos argentinos, por nacimiento, por elección o por accidente permanente o temporario; lo que hace uno, repercute en los demás, aunque no lo veamos.
Pero no quiero apartarme de mi decisión de hablar de mí.
Soy argentino, tengo 62 años, tengo una vida, soy una persona, por lo tanto puedo elegir cómo ser y cómo vivir, lo cual involucra deberes y responsabilidades. Soy parte de la sociedad y lo que digo y hago está circunscripto por esos dos valores fundamentales dentro del ser ético y moral: el deber y la responsabilidad.
Puedo hacer lo que quiero; es decir, puedo avenirme a las reglas y respetarlas o ser trasgresor; las dos opciones tienen validez para vivir en sociedad, el tema es: ¿cómo vivo? y ¿cómo lo hago en relación a los demás? Hasta dónde el respeto y hasta dónde, cómo y cuando la transgresión.
Y al mismo tiempo soy un ser libre y autónomo, puedo elegir cada cosa que digo y hago, siempre dentro de esos dos caminos: dentro o fuera del orden.
Pero no todo es blanco o negro, las dos posturas se tiñen de gris cuando la vida nos pone ante situaciones que requieren una respuesta vital.
Y dentro de este sistema binario, puedo elegir ser pasivo o activo; es decir, hacer o dejar que otros hagan, lo cual nuevamente me pone ante la disyuntiva de ser coherente con los resultados.
Yo elijo y elegí siempre ser activo, es decir comprometerme con la realidad en el marco de mi naturaleza y mi profesión ¿qué quiero decir con esto? Que tengo límites: no impulso la violencia, no adhiero a los enfrentamientos belicosos en ningún sentido; no avalo las guerras, ni los totalitarismos; no suscribo nada que sea populista, ni comparto ideales o acciones fascistas, neonazis o fundamentalistas.
Puesto esto en claro, en el ejercicio de mi naturaleza activa, hago algunas cosas o acciones propias de quienes tenemos ésa dinámica: voy al frente, digo lo que considero que debo decir sin temor a represalias, utilizo mi pensamiento y mis conocimientos profesionales para aportar desde ellos, conceptos o filosofías tendientes a elevar el nivel de información de mis congéneres y acercar, por medio de la palabra, claridades, que a veces, no son vistas por las mayorías o por quienes en su condición de pasivos, no han podido o no se atreven a discernir.
Utilizo la “asociación” de ideas, conceptos y fundamentos históricos, para evaluar la realidad y realizar de manera espontánea un relevamiento que me permita inferir de los hechos, aquellos comportamientos y acciones permanentes dentro de las variables relativas del accionar político y social. Mi naturaleza activa, que por otro lado cultivo con placer, tiene una funcionalidad de radar alerta que me permite ver la realidad sin dejarme atrapar por ideales, emociones, sentimientos religiosos o motivaciones de índole costumbrista; puesto que la vida es una energía en constante cambio; pero el ser humano, por muchos motivos, permanece anclado en ciertas determinaciones que lo descalifican para seguir ese movimiento natural del universo; por eso vemos que a los largo de su extensa historia en el planeta, aún pelea y sufre por las mismas cosas. Nada ha cambiado en su naturaleza básica e instintiva: amor, odio, violencia, envidia, gula, avaricia, lujuria, entre otras, las sigue ejerciendo con la particularidad de haber sofisticado sus mecanismos de ejecución. Es notorio que en el curso del tiempo en el que todo parece repetirse, porque no ha evolucionado hacia coordenadas superiores, no haya aprendido a utilizar la libertad para liberarse de esos atavismos fatuos.
Todavía no aprendió que los cambios son individuales y de conciencia. Aún espera que las transformaciones fundamentales vengan de afuera, de líderes, organizaciones, revoluciones, religiones, etc. En lugar de volver a su interior, a la observación de su propia naturaleza y conductas –asociarlas al resto de los mortales, a los que juzga y de quienes se despega comparándose– y realizar una verdadera y fundamental trasformación de conciencia: ya que así como es su pensamiento, es su vida; los sucesos que la avalan y las relaciones con los demás.
La acción individual, el aporte personal a las problemáticas socio-políticas, convertidas en actos y conductas referenciales, sin dudas funciona como disparador y despertador de otras conciencias sumidas en la impotencia, la desvalorización y los determinismos culturales que le impiden pensar por sí mismo.
El temor es parte de ese engranaje fatal para vivir vidas íntegras. Es más fuerte el fantasma del temor de lo por venir, que lo que en verdad sucede cuando nos atrevemos a tomar las riendas de la propia vida y llevarla adelante con determinación y autenticidad, y será esa imagen misma la que refrendará con su energía los espacios y situaciones donde nos toque actuar. Ésa es la energía transformadora que se da sin palabras, sin necesidad de pertenecer a ningún credo o agrupación anclada en alguna ideología; ese compartir con sencillez, por medio de actos claros, espontáneos, auténticos y libres, hace contacto con la energía de los demás y les aporta una luz en el camino hacia la propia transformación.
Todo lo demás, grupos, organizaciones creadas para el bien, son espejismos que terminan por ceder a la explosión de la naturaleza desconocida e incontrolada de sus integrantes y a la larga pierden fuerza y se diluyen en la contundencia de la conducta humana instintiva, permisiva, sensual e ignorante de sus propias debilidades, aunque crea manejarlas con viveza, terminan por despojarlo de todo lo que no tiene asidero en la esencia sutil.
Pero cuando el ser se vuelve una luz para sí mismo y es honesto y está atento a su relación con la realidad cambiante de instante en instante, se convierte en una fortaleza y un faro sólido y cierto, no sólo para sí, sino para toda la vida y los seres con los que comparte la experiencia de vivir. Sin dudas cuando se llega a esta convicción se sabe cómo responder a las preguntas que dieron inicio a esta reflexión y se diluye el ego en la totalidad, en el bien común, en sintonía con la vida toda.
José Luis Thomas
¿Somos activos o pasivos?
Por José Luis Thomas
Pasan muchas cosas en nuestro país; más de las que podemos asimilar. Noticias, más noticias que se suman y no dan tregua. La mayoría opta por desentenderse para poder seguir adelante, me pregunto ¿es eso lo que hay que hacer? Por el hecho de desentendernos ¿las cosas cambian? ¿cerrar los ojos es suficiente para que lo malo desaparezca? ¿es preferible ver o no ver? ¿hay que involucrarse o dejar pasar? ¿dónde está el límite de la identidad?
Es difícil responder desde la totalidad, o desde una solución lo más abarcativa posible, por eso, elijo hacerlo desde mí; mi experiencia, que involucra, por otro lado, mi cintura, es decir mi capacidad para enfrentar lo que es. Cada uno tiene una dimensión de cintura. Eso sí, todos somos argentinos, por nacimiento, por elección o por accidente permanente o temporario; lo que hace uno, repercute en los demás, aunque no lo veamos.
Pero no quiero apartarme de mi decisión de hablar de mí.
Soy argentino, tengo 62 años, tengo una vida, soy una persona, por lo tanto puedo elegir cómo ser y cómo vivir, lo cual involucra deberes y responsabilidades. Soy parte de la sociedad y lo que digo y hago está circunscripto por esos dos valores fundamentales dentro del ser ético y moral: el deber y la responsabilidad.
Puedo hacer lo que quiero; es decir, puedo avenirme a las reglas y respetarlas o ser trasgresor; las dos opciones tienen validez para vivir en sociedad, el tema es: ¿cómo vivo? y ¿cómo lo hago en relación a los demás? Hasta dónde el respeto y hasta dónde, cómo y cuando la transgresión.
Y al mismo tiempo soy un ser libre y autónomo, puedo elegir cada cosa que digo y hago, siempre dentro de esos dos caminos: dentro o fuera del orden.
Pero no todo es blanco o negro, las dos posturas se tiñen de gris cuando la vida nos pone ante situaciones que requieren una respuesta vital.
Y dentro de este sistema binario, puedo elegir ser pasivo o activo; es decir, hacer o dejar que otros hagan, lo cual nuevamente me pone ante la disyuntiva de ser coherente con los resultados.
Yo elijo y elegí siempre ser activo, es decir comprometerme con la realidad en el marco de mi naturaleza y mi profesión ¿qué quiero decir con esto? Que tengo límites: no impulso la violencia, no adhiero a los enfrentamientos belicosos en ningún sentido; no avalo las guerras, ni los totalitarismos; no suscribo nada que sea populista, ni comparto ideales o acciones fascistas, neonazis o fundamentalistas.
Puesto esto en claro, en el ejercicio de mi naturaleza activa, hago algunas cosas o acciones propias de quienes tenemos ésa dinámica: voy al frente, digo lo que considero que debo decir sin temor a represalias, utilizo mi pensamiento y mis conocimientos profesionales para aportar desde ellos, conceptos o filosofías tendientes a elevar el nivel de información de mis congéneres y acercar, por medio de la palabra, claridades, que a veces, no son vistas por las mayorías o por quienes en su condición de pasivos, no han podido o no se atreven a discernir.
Utilizo la “asociación” de ideas, conceptos y fundamentos históricos, para evaluar la realidad y realizar de manera espontánea un relevamiento que me permita inferir de los hechos, aquellos comportamientos y acciones permanentes dentro de las variables relativas del accionar político y social. Mi naturaleza activa, que por otro lado cultivo con placer, tiene una funcionalidad de radar alerta que me permite ver la realidad sin dejarme atrapar por ideales, emociones, sentimientos religiosos o motivaciones de índole costumbrista; puesto que la vida es una energía en constante cambio; pero el ser humano, por muchos motivos, permanece anclado en ciertas determinaciones que lo descalifican para seguir ese movimiento natural del universo; por eso vemos que a los largo de su extensa historia en el planeta, aún pelea y sufre por las mismas cosas. Nada ha cambiado en su naturaleza básica e instintiva: amor, odio, violencia, envidia, gula, avaricia, lujuria, entre otras, las sigue ejerciendo con la particularidad de haber sofisticado sus mecanismos de ejecución. Es notorio que en el curso del tiempo en el que todo parece repetirse, porque no ha evolucionado hacia coordenadas superiores, no haya aprendido a utilizar la libertad para liberarse de esos atavismos fatuos.
Todavía no aprendió que los cambios son individuales y de conciencia. Aún espera que las transformaciones fundamentales vengan de afuera, de líderes, organizaciones, revoluciones, religiones, etc. En lugar de volver a su interior, a la observación de su propia naturaleza y conductas –asociarlas al resto de los mortales, a los que juzga y de quienes se despega comparándose– y realizar una verdadera y fundamental trasformación de conciencia: ya que así como es su pensamiento, es su vida; los sucesos que la avalan y las relaciones con los demás.
La acción individual, el aporte personal a las problemáticas socio-políticas, convertidas en actos y conductas referenciales, sin dudas funciona como disparador y despertador de otras conciencias sumidas en la impotencia, la desvalorización y los determinismos culturales que le impiden pensar por sí mismo.
El temor es parte de ese engranaje fatal para vivir vidas íntegras. Es más fuerte el fantasma del temor de lo por venir, que lo que en verdad sucede cuando nos atrevemos a tomar las riendas de la propia vida y llevarla adelante con determinación y autenticidad, y será esa imagen misma la que refrendará con su energía los espacios y situaciones donde nos toque actuar. Ésa es la energía transformadora que se da sin palabras, sin necesidad de pertenecer a ningún credo o agrupación anclada en alguna ideología; ese compartir con sencillez, por medio de actos claros, espontáneos, auténticos y libres, hace contacto con la energía de los demás y les aporta una luz en el camino hacia la propia transformación.
Todo lo demás, grupos, organizaciones creadas para el bien, son espejismos que terminan por ceder a la explosión de la naturaleza desconocida e incontrolada de sus integrantes y a la larga pierden fuerza y se diluyen en la contundencia de la conducta humana instintiva, permisiva, sensual e ignorante de sus propias debilidades, aunque crea manejarlas con viveza, terminan por despojarlo de todo lo que no tiene asidero en la esencia sutil.
Pero cuando el ser se vuelve una luz para sí mismo y es honesto y está atento a su relación con la realidad cambiante de instante en instante, se convierte en una fortaleza y un faro sólido y cierto, no sólo para sí, sino para toda la vida y los seres con los que comparte la experiencia de vivir. Sin dudas cuando se llega a esta convicción se sabe cómo responder a las preguntas que dieron inicio a esta reflexión y se diluye el ego en la totalidad, en el bien común, en sintonía con la vida toda.
José Luis Thomas
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