Ideologías
El peligro de ser fanáticos
Por José Luis Thomas
Hablamos de ideologías, somos ideologías, nos movemos en un ámbito de ideologías; a cada acto, hecho o circunstancia de la vida los convertimos en ideologías, dejamos de ver el hecho como hecho, porque lo miramos a través de ese prisma que lo descompone en lo que la suma de ideas y conceptos preconcebidos, nos indican. Toda la sencillez de la vida y de los actos humanos los agrupamos de acuerdo con esa manera de considerar, juzgar, lo que es, y por lo tanto, dejamos de ver “lo que es”, porque “lo que es”, es parte del presente y las ideas a través de las cuales interpretamos los hechos, son parte del pasado. Todo fluye constantemente y cambia ante nuestra mirada, pero lo juzgamos de acuerdo con esa suma de ideas que adquirimos en la creencia de estar dotando a nuestro ser de identidad, y en base a esa visión nos agrupamos tratando de ser mayoría o por lo menos un grupo fuerte, pero como no se puede ser la mayoría absoluta, es que vemos una multiplicidad de grupos convocados por distintos ideales y en continua disputa, en la creencia “absurda” de ser cada uno portadores de la verdad; aún cuando la humanidad ya sabe que toda verdad es relativa. Es decir, partimos de una falsedad (creernos dueños de la verdad), por lo tanto, si seguimos la lógica sólo podemos arribar a una respuesta falsa. Aún así, cada grupo defiende su ideología, y a pesar de tener una enorme porción de historia detrás que muestra que todo pasa y cómo las ideologías pierden vigencia ante el avance de la vida que las deja fuera de servicio, los individuos que hacen la humanidad insisten en el error. ¿Por qué será? El primer motivo es el temor, el miedo ancestral inconsciente a sentirse solo y aislado; por eso busca en la idea asumir un rol que lo identifique como parte de una mayoría que lo defienda y lo proteja. En esta creencia no duda en enfrentarse a otros individuos o grupos tratando de imponer su verdad, su relativa y miserable verdad. Para eso apela a recursos técnicos alienantes tales como: no escuchar, no ver, no aceptar, no comprender, no vivir el presente como único espacio en el que su vida tiene lugar para ser. Amparado en el pasado refuerza su identidad y proyectando hacia el futuro se engaña en la idea de supervivencia. De tales, resulta que vive fuera de la realidad en la que la vida se manifiesta y donde su propia vida tiene lugar. Lucha entonces por cosas muertas o por imaginaciones proyectadas. Mientras este mecanismo avieso sucede, la vida se le escurre, no ama, porque espera hacerlo en un futuro mejor; no comprende, porque considera que no están dadas las condiciones; no acepta, porque piensa que si lo hace perderá identidad; no se detiene a contemplar lo que es y sucede ante sus sentidos, porque los tiene confiscados por el pasado y el futuro; siempre lo que pasó lo llena de angustia y lo por venir de ansiedad. Juzga la vida y los hechos del vivir como absolutos y se aferra a la idea de la eternidad; no soporta la levedad de su ser, no quiere hablar de la muerte, ni de la finitud de todo. No quiere quedar como un tonto que no tiene opinión sobre la multiplicidad de ideas que llevan a la gente ha realizar actos, que luego en un interminable círculo vicioso deberá juzgar, y sobre los que siempre tomará partido.
Sucede también que la valoración material de la vida, el apego a los objetos en paridad con sus ideas, se vuelve una posesión que lo comprometen y lo guían por un sendero de insatisfacción constante; no puede abstenerse de todo lo que el mundo sensorial le propone porque en algún punto de su memoria ancestral asoció “posesión como parte de la identidad forjada en los ideales o lo que éstos prometen” es decir, de lo que le corresponde a las ideas en el aspecto materio-sensorio, para ser. La persecución de lo ideal (lo que deviene del mundo de las ideas-deseos) busca trocarse en materia y la materia quiere más materia, así como el pensamiento quiere más pensamiento. Necesita de una parafernalia de objetos e ideas para crear una imagen de sí ante las otras imágenes que los otros proyectan de sí mismos. Esto es indiscutible, está totalmente aceptado y por esto mi reflexión puede parecer una perogrullada, una estupidez o una incoherencia. Es que hay cosas que no se plantean porque hacerlo equivale a desnudar la máscara que recubre la falsa identidad hecha con altos ideales. Y eso no se hace. Se prefiere seguir en la mentira y la falsedad. Se prefiere morir creyendo que hay un cielo y un infierno fuera de nosotros mismos. Es que el temor maneja al hombre.
La vida es muy simple. Las ideas la han sofisticado, la revisten de una seriedad prefabricada y le aportan vicios de conducta que determina la relación malsana entre los individuos que la componen. Uno de estos flagelos es “la división”; la mente necesita separar un concepto de otro y parcializa todo lo que adquiere para poder manipularlo. De esta división se alimentan todos los enfrentamientos.
Juzgar, determinar y separar el flujo de la vida en bueno y malo, automáticamente antagoniza a los seres que preconcibieron la conveniencia de situarse en el lado relativo en la perioricidad de lo que considera bueno. Si no se puede ver esto con claridad buscar en la historia la cantidad de conceptos y concepciones consideradas buenas, bajo las que se agrupó la mayoría y como denostó y llevó a la muerte a quienes se los consideraba del lado malo o equivocado, cuando luego al evolucionar el sistema de creencias se demostró que mostraban una parte de otra verdad.
Esto es así porque no se vive en el presente y se considera que los hechos deben ser apresados y guardados en una caja a la que siempre se ha de recurrir para medir la realidad; pero la realidad está viva y no puede ser medida con sistemas de medición que fueron adecuados para un determinado tiempo espacio.
Sin dudas a esta altura de mi reflexión se pregunten ¿qué hay que hacer entonces para vivir sin ideales y sin preconceptos? ¿Cómo producir moral y ética y cómo convivir con las conductas que atentan contra la vida?
Sin dudas la respuesta no es la pueda surgir de un sistema de ideas, porque estaría contradiciendo lo antes expuesto.
La vida es en presente; somos la vida en expansión constante y el único radar que puede guiarnos es la conciencia; es decir somos más que la mente, somos un espacio mucho más amplio en el que la mente es sólo una parte y es en ese instante espacial en el que reconocemos lo que somos, que la mente no puede interferir. No hay un modo ni un sistema de control de esa continua verbalización de nuestra mente; lo único que podemos hacer es darnos cuenta, estar alertas y cada vez tomar conciencia del presente. Cuando esto sucede, podemos percibir la dimensión exacta de la vida real y cómo la persecución de ideales y derivaciones del sistema sensorio pierde autoridad. La identidad ya no depende de la volatilidad de sus impulsos sino que comprende y se hace una en la empatía con la presencia viva de todo lo que es. Así, poco a poco se dejan de lado los subterfugios creados por la mente que se relativizan a sí mismos en el mundo de la materia.
Las ideas tendrán su lugar para conducir los acontecimientos del vivir en el término del presente, en las cosas prácticas, ir de un lado a otro, realizar un trabajo, etc. Reconocer la futilidad de perseguir el futuro y de tratar de que esos ideales conformen la realidad porque la realidad escapa a todo ideal.
Las ideas políticas son una antigüedad; es obsoleto el sistema de creencias que las divide y que genera el ego del hombre y su necesidad de adquirir poder y materialidad en derechas, izquierdas, centro y todas las subdivisiones absurdas creadas por mentes inferiores. Hasta el presente no han hecho otra cosa que mantener al mundo en estado de semievolución; nada ha cambiado desde que el hombre apareció sobre la tierra; el sistema de ideas no iluminó la vida ni la humanizó; se mata como antes, pero en forma más sofisticada: se mata por religión, sexo, poder, odio, ambición, -todo derivado siempre de las ideologías- por polítca y tantas otras formas de parcelación del sistema ideario. El hombre desconoce la vida de otros reinos, atenta contra el planeta; depreda y corrompe todo lo que pasa por su miserable sistema de ideales.
De qué sirve la tecnología, los avances científicos, si hay odio, hambre, discriminación, imposibilidad de acceder a los beneficios que la ciencia ha puesto en el sistema de salud, si hay quienes mueren de sed, viven en estado de indigencia; se atropellan los derechos de las etnias, hay fundamentalismos religiosos que matan en nombre de Dios (nada más absurdo) o políticos corruptos que manifiestan altos ideales para manipular la emoción de las mayorías, pero que viven vidas fastuosas.
Es tal la incoherencia, entre el pensamiento, la palabra y la obra que evidencia la humanidad apoyada en el sistema de ideales, que han traído a la humanidad hasta este presente árido, como un derivado más del petróleo en el sentido plástico de sus sentimientos; y donde la comunicación pierde el contacto real para ser virtual, marco en el que se presupone generar “amistad”, una amistad sin cuerpo, sin conciencia real de lo que significa el intercambio de energía real, fundada en la percepción, en la palabra y los sentimientos que son expresados por medio del cuerpo que porta un espíritu.
Es necesario “darse cuenta” de la trampa de los ideales. Reconocer la vida como un acto en presente y seguir el flujo de la conciencia que nos precede y que siempre nos guía por el sendero de la esa verdad que nunca atenta contra otro ser de la tierra. En la conciencia hay una moral y una ética que no deviene de postulados teóricos, sino que se deriva de la sabiduría sideral que nos plantó en la tierra.
Antes de pensar en todo lo expuesto, cierre los ojos y busque dentro de sí ese espacio en el que la conciencia está viva y le habla desde el silencio; no espere escuchar lo que quiere oír; escuche sin proponer respuestas ni deseos, sea parte del silencio y de la nada; de allí surgirán las respuestas nuevas para su nueva vida.
José Luis Thomas