sábado, 15 de febrero de 2014

Argentina conducida a una calle sin salida

Argentina conducida a una calle sin salida


Si no renovamos la conciencia, si no la despertamos de su letargo, si no comprendemos la importancia de un Contrato Moral entre los argentinos, la salida es equidistante, ilusoria, fatua. 


Por José Luis Thomas

Próximo a cumplir sesenta años, miro hacia atrás y descorro el velo del tiempo. Me ubico en mi país y trato de armar un mapa para guiar el derrotero hasta hoy. Argentina es ese espacio de tierra inmensa que se devora a sí misma. La tierra, me pregunto, el piso que me sostiene ¿está  separada del hombre que la habita? No, me respondo, somos un todo, me digo y vuelvo a preguntar: ¿entonces por qué la destruimos? Porque desde hace sesenta años, y no quiero sino referirme al periodo que abarca mi vida, mi experiencia directa, para no depender de las interpretaciones de otros, ni de documentos, ni  de nada que no sea mi propia capacidad para ver, sentir, comprender y juzgar lo que me ha tocado vivir -deslindado de la evolución personal, que ha sido buena a pesar de la marea en contra, constante y consecutiva propiciada por “una forma de ser argentina” que está representada por la clase política, que no hace otra cosa que dividir y destruir- para extraer un sentido a lo que pareciera no tenerlo.
Es injustificable la naturaleza egoica de quienes detentan el poder, antes y ahora (con la excepción de Arturo Umberto Illia y de Raúl Alfonsín).
Desde otras filas han guiado al pueblo a la división, a la incentivación del odio y a la exacerbación de una clase contra la otra.
Los que han trabajado por la “justicia social” lo han hecho desde el odio y el resentimiento, por lo tanto, en lugar de reordenar la naturaleza emocional que induce al grueso de la población a expresarse por medio de palabras y acciones siempre teniendo un culpable “externo” a sí mismo. Siempre “el otro” es el responsable de su desgracia.
Se ha tratado a lo largo de décadas de marcar el ganado con sentimientos tales como:
Los ricos son malos – Los pobres son buenos.
Jamás trataron de hacer reflexionar sobre el absurdo de esos conceptos.
El ser humano es una energía en permanente cambio, tener dinero o no tenerlo,  es una circunstancia que puede vivirse en medio de la inconsciencia más profunda.  El dinero no es ni bueno ni malo. Como la vida está en permanente cambio, hay veces (infinitos casos) en que alguien con dinero deja de tenerlo y alguien sin dinero pasa a tenerlo. Allí se puede ver la naturaleza verdadera del ser y puede ser que “el rico, ahora pobre, sea un buen ser humano y que el pobre, ahora rico, sea una basura”.
Es como ensalzar al que muere aunque haya sido una mala persona; la muerte no nos hace mejores. Sólo es muerte, final del ego.
Siempre, en todo el proceder humano inconsciente hay hipocresía, temor, falsedad.
Los gobernantes, que salen del pueblo, de hecho, eventualmente son nuestros conocidos, parientes o vecinos, llevan la marca en el orillo.
Tienen ideales fatuos, separatistas, mediocres, egoístas, avaros de poder, de status, no sacrifican su espacio de poder en función de la totalidad del pueblo. Se relativizan a las filas de su partido y desconocen a las otras partes que conforman el todo.
Así, no puede haber crecimiento. Así no se puede avanzar, siempre se arrastran cadáveres.
Desde hace sesenta años no veo que se junten todos los políticos para “diagramar el país para todos” es decir creando políticas de Estado, que se mantengan, independiente de los gobernantes que puedan sucederse en el cargo.
Eso sería generosidad, altruismo, pensar en la Patria.
Por eso no son creíbles.
Por eso son despreciables.
Por eso son semillas malas que siempre están reproduciendo frutos de peor  calidad.
Desde hace años, son los mismos,  a los que suman las crías, sí las crías, porque hijos es otra cosa.
Desde hace años nos llevan a enfrentamientos inútiles; nos imponen arbitrariedades, contradicciones, fórmulas vacías de contenido, improvisaciones, desconocimiento, ignorancia.
Sus discursos van por un lado y sus acciones por otro. Salvo las excepciones mencionadas y algunas otras de la actualidad (Elisa Carrió) se enriquecen vilmente a costa del pueblo.
Se vacía al Estado; se entrega el país, gobierno tras gobierno, se lo reduce y desarticula. Los frutos de la tierra son malversados; el trabajo de los hombres ninguneado.
Desde hace sesenta años, espero coherencia, consolidación del bien común, desarrollo sustentable, educación como único medio de evolución, ¿y qué sigo viendo? Hambre, pobreza –en un país inmenso y rico- anomia, involución, inseguridad en todo sentido, destrucción de la cultura del trabajo, fraudes, corrupción, impunidad, coptación de la justicia, destrucción del Poder Judicial; la inmoralidad de los que gobiernan (salvo excepciones, pero con estas no refundamos la Patria –donde sea, pueblitos, provincia o nación- es de tal magnitud, que junto con los años me crece una desolación amarga. No por mí –yo José Luis– sino por mis congéneres, mis compatriotas, a quienes “les han robado las vidas”. A mí no han podido robármela porque no tengo una vida, soy la vida.
Tengo la fortuna de tener conciencia y estar alerta. Pero quienes viven en la inconsciencia y sufren en seco el embate de desinteligencia política de Argentina, tienen  justificado su pánico, sus miedos.
A mis casi sesenta años sé que si la conducta moral de los argentinos no toca fondo y cambia por generación espontánea, no hay salida.  Como dije antes,  las crías crecen y ponen huevos, por lo tanto es más de lo mismo, refritado.
¿Qué nos haría tocar fondo a los Argentinos?
El dolor, en aquellas cosas que a los argentinos nos afectan, hasta que no demos más. Porque cuando las tragedias son en Buenos Aires, el interior del país lo vive como algo de “los porteños” y cuando pasa en otra provincia, nunca se lo siente como propio (aunque haya cadenas solidarias).
Solidaridad no es salir corriendo sólo cuando sucede una catástrofe, solidaridad es una acción continua y conjunta de unión a favor de todos y cada uno de los habitantes.
La tragedia tiene que suceder al mismo tiempo en todos los ámbitos sin distingos de clases sociales, credos, políticas o lo que sea que crea una separación de hecho o de concepto.
¿Es duro? ¿Estoy loco? Puede ser. Siempre soy muy personal. No sigo modas ni conveniencias.
¿Que no tengo esperanza? ¿Que no soy optimista? No creo en la esperanza como un modo de permanecer en la indolencia, esperando que algo o alguien haga algo, que sucedan milagros.
El optimismo deviene de la conciencia despierta, pero si la mayoría está dormida, inconsciente y tratando de pasar el momento lo mejor posible, el optimismo en sí mismo no tiene sentido, sólo conduce a espejismos y a retardar el momento del despertar, que es personal.
Así como el individuo evoluciona cuando sufre y toca fondo;  cuando ya no puede sufrir más, acepta la derrota y cambia; así en lo micro como en lo macro. ¿Ven la relación individuo-país?
Por eso no veo salidas, aún hay una gran mayoría en la inconsciencia, en el egoísmo, inmersos en sus propias miserias que no ven y maquillan en la ilusión de “estar en otra realidad”,  lo mismo que proyectar ideales a futuro que no hacen más que alargar la agonía, aunque esté maquillada.
Hasta que cada individuo no sea consciente de sí y en esa conciencia integre al otro como parte de la vida que está viviendo, hasta que no acepte la realidad y deje de esperar  por utopías absurdas porque no quiere sufrir, seguirá sufriendo y el país estará a merced de todos los delincuentes posibles, en el llano y en las altas esferas.
Sesenta años, un privilegio, apenas una parte de la vida argentina en una película que se repìte ad infinitum. Sé que la vida es en presente, que sólo se puede cambiar ahora, no mañana; tomar conciencia, estar alerta y cambiar, podría evitarnos tener que pasar por largas tragedias, pero no sé si la gente que vive en la inconsciencia está dispuesta a cambiar, justamente porque no está alerta, no ve, se proyecta en un ideal, en una esperanza, en todo lo que no está en el presente.

José Luis Thomas