Nota publicada en Notiserrano 110
Revisemos este ideal para hacerlo practicable
Trabajar por el bien común ¿qué significa? Seguramente lo hemos escuchado muchas veces, pensando que es algo que “tiene que hacer el otro”, o sea esa persona desconocida a la que consideramos la sociedad y a la que responsabilizamos por todo lo malo que nos ocurre; sólo que no nos damos por aludidos y no nos damos cuenta que “esos otros” somos nosotros, para los demás.
Relacionemos palabras: Común-comunidad-comuna (en caso de las pequeñas poblaciones), municipalidad, gobernación, presidencia… dejémoslo ahí. Didácticamente iremos de lo pequeño a lo lejano, lo grande, lo que se nos hace más abstracto, más difícil de reconocer. Por eso comenzamos por lo chiquito, cercano; yo-uno, comunidad en la que me desenvuelvo.
Los seres humanos estamos muy desatentos y nos dejamos arrebatar por los sentidos y deslumbrados por el avance tecnológico y científico que nos permite sofisticar la vida, perdemos el contacto con lo esencial, con la naturaleza del camino, que es la vida que cada uno tiene que vivir. Y he ahí el comienzo de todos los problemas. Nos creemos omnipotentes, el ego nos impide ver la naturaleza exacta de las cosas del vivir. Nos volvemos torpes, nos apegamos a todo lo que nos da alguna idea de seguridad –y fijaos que digo “idea”-“ideal” dos conceptos que remiten a “lo que no existe” a lo que no es real, a lo que “no tiene contento en sí mismo y cada vez demanda más para mantenernos en un nivel de (otra vez la palabra) “idea”, de felicidad que se nos escapa. Y se nos escapará siempre porque partimos impulsados por los deseos que no tienen umbral de frustración, es decir siempre quieren más y nunca ven lo que sí tienen. Tener ideales, ideas nos tranquiliza la conciencia, pero en el ahora y aquí donde tenemos que poner en práctica esas teorías que nos llenan de orgullo, se nos quema el libreto.
Volvamos entonces a eso del bien común; nos situamos en nuestra comunidad; ese espacio que elegimos para vivir porque cuando lo vimos por primera vez nos permitió gozar la armonía de la naturaleza en su despliegue auténtico donde, el aire, las plantas, los animales silvestres, el silencio hacían propicia nuestra realización en busca de paz y armonía; lejos de aquello de lo que huíamos, la gran ciudad, el ruido, la inseguridad entre otras cosas; pero claro, no es lo mismo “huir de algo” que “cambiar interiormente”; cuando se huye guiado por los sentidos jineteados por los deseos de “tener” siempre se llegará a la infelicidad. No se pude huir de nada, hay que enfrentar lo que el camino propone, porque lo que está afuera es un espejo de lo que tenemos adentro, en nuestra mente, en nuestros corazones; a través de las relaciones aprendemos a conocernos, y en el campo de la realidad resolvemos lo que nos molesta; pero para eso hay que verlo y aceptarlo.
La aceptación es la base fundamental de todo cambio; y a partir de allí con el desapego de (no sólo lo material, como se piensa en primer término) sino de odios, resentimientos, ideas de poder, conceptos obsoletos, dogmas inútiles, practicas que han perdido todo sentido, entre otras cosas; puesto que todo es relativo y la vida cambia de instante en instante, podemos encontrarnos con eso que somos.
Trabajar por el bien común es en primer término reconocer que uno es parte del todo; que para que la armonía reine debemos aceptar al otro como parte de lo que somos. Trabajar por el bien común es dialogar, no discriminar, establecer objetivamente lo que consideramos que ha de contribuir al “bien común”, pero antes tenemos que discriminar “qué consideramos bien común”; si por ejemplo: unos quieren ruido y los otros silencio, son dos posturas antagónicas, que deberemos resolver entre todos en pos de ese bien común.
El ruido está aliado a comercio, desarrollo indiscrimando, adulteración de los espacios públicos, desestimación de la naturaleza del lugar en su sentido original al que se llegó por considerarlo especial; proliferación de artificios que impresionen los sentidos buscando atraer la atención de los que no pueden estar a solas consigo mismos y necesitan aturdirse para acallar las voces internas, los miedos, las frustraciones, las faltas de aceptación de lo que se es, las miserias personales, entre otros aspectos aunque todo esto suele esconderse tras la fachada de la “importancia del desarrollo y vivir la vida a pleno”.
El silencio está aliado con una necesidad de ser parte integral de “lo que es” en armonía con la naturaleza. Búsqueda de lo que nos relaciona con la paz, el amor, la comprensión, el respeto por los reinos con los que compartimos la vida y la valoración de la posibilidad de escuchar lo que no tiene sonido, lo que se manifiesta a través del silencio, pero que trae las más significativas revelaciones.
Y esto no es sectario ni religioso ni gregario; es sólo coherencia entre lo que se siente, se piensa se dice y se hace. El lugar elegido para vivir es parte de esos valores y debemos conservarlo como tal.
Las necesidades se han mezclado o se han ido mezclando sin que hiciéramos nada para armonizarlas —igual estamos a tiempo, siempre se está a tiempo— hay que tomar conciencia, dejar de lado el ego, el deslumbramiento que producen los sentidos al creer que podemos arremeter contra todo, y reconocer que nuestra felicidad depende “no, de lo que tenemos” sino “de lo que somos” y que no se alcanza la felicidad sumando objetos, condecoraciones, alabanzas; la felicidad sobreviene de instante en instante al darnos cuenta del presente como único tiempo para realizar el equilibrio de vivir (y no sólo en los velorios, ante la exquisita presencia de la muerte que pone todo en su justo lugar y nos reduce de tal manera que por un instante nos hacemos conscientes de lo inútil de luchar; lo absurdo de tratar de imponer lo que los deseos y sentidos muestran como verdadero).
Trabajar por el bien común es reconocer que tenemos que establecer reglas claras y cumplirlas y sobre todo decidir qué queremos; qué clase de comunidad queremos tener; qué país nos parece podrá contener la multiplicidad de etnias que nos conforman puesto que vivimos acá, y usufructuamos lo que esta naturaleza nos brinda generosamente y sobre todo, claro, no ser egoístas; no dividirnos por medio del pensamiento y las ideas antagónicas. Y la mejor manera es comenzar por uno mismo; por el entorno más inmediato, la casa, el hogar, la familia, los amigos. Establecer lazos auténticos, valorar el servicio, la solidaridad, la comprensión, el amor.
Si esto no es así; seguiremos caminando por el fondo, esperando que alguien haga algo (y en este país hemos tenidos muchos de esos “alguien”, pero como podemos ver, esos egos, esas voluntades no construyeron un país sólido, unificado, hermanado, solidario; es fácil de ver cómo estamos unos contra otros, aunque nos sonriamos y nos demos la mano; andamos con el cuchillo bajo el poncho, y no hablo de las altas esferas con las bajas; hablo del llano, donde esta el pueblo haciéndose porquerías entre sí .
Y para terminar quiero decir que hay lugar para todos y para cada necesidad. Hay ciudades y pueblos comerciales, ruidosos, llenos de todo lo que puede sobornar los sentidos en la falsa creencia de que eso es vida, energía, felicidad; los que desean ese tipo de vida pueden llevarla a cabo sin molestarse entre sí, porque todos quieren lo mismo.
Luego hay poblados pequeños, villas residenciales, cuya única solvencia es el silencio, la majestad de los verdes, los espacios serenos para gente que sólo pretende estar en armonía con la naturaleza. Estos poblados no son adecuados para quienes desean vida agitada, tener un comercio y vivir de él; deben escoger el poblado anterior y dejar en paz a los que han elegido otra forma de vida.
Para unos el progreso es vida y para otros lo es el transcurrir dejando a la naturaleza hacer todo a su tiempo y ritmo.
Trabajar por el bien común es reconocer estas diferencias y respetarlas, no invadirnos mutuamente.
José Luis Thomas