jueves, 7 de febrero de 2013

Carta a mis compatriotas - Nota publicada en Notiserrano 127


Carta a mis compatriotas 

Por José Luis Thomas

Soy  argentino nacido en “la Argentina”, de padres argentinos que descendían, como tantos, de inmigrantes europeos –sin distinción de nacionalidades- que le dieron al país trabajo, cimiente y riqueza. Me eduqué en escuelas públicas excelentes. Soy hijo de la misma historia, de los mismos próceres, de las mismas batallas, de las mismas luchas y conquistas; y también hace mi esencia el grito del indio. Me corren por las venas el folklore y el tango y enriquecen mi cultura todos los artistas y escritores sin distinciones intelectuales, populares, o clasistas. Me curaron médicos extraordinarios que salieron de nuestras universidades. Hicieron mi casa arquitectos y albañiles consustanciados con la tierra que nos sostiene. Soy parte de la historia que fueron haciendo el pueblo con sus políticos. Viví parte de esa historia, de sus luchas, enfrentamientos, masacres, diferencias, de la alternancia democrática y totalitaria en el proceso evolutivo por el que pasan los pueblos. Y siempre los que nos han gobernado salieron del pueblo.
Y todos éramos y somos argentinos.
Lo repito:
Éramos y somos argentinos.
Sin distinción de clase, religión o partido político. Somos hermanos, hijos del mismo país.
Nos nutrió la misma savia, nos cobijaron los mismos árboles, nos sació la sed la misma agua de tantos ríos, y nos iluminó los ojos cada día, el esplendor de pampas, montañas, cielos y mares.
Nos hemos nutrido del productos de nuestros campos.
No encuentro nada que nos diferencie. Nada que nos enfrente. Nada que nos obligue a rechazar a uno de ustedes, hermanos míos. No podría desconocer esa historia geopolítica que nos recorre la espina dorsal.
Sería un absurdo pensar que somos enemigos.
Que se nos instale la idea de que hemos perdido la esencia argentina.
Les escribo esta carta hermanos míos porque nos está pasando algo que nos sale del corazón y que “como perro que perdió el olfato” ataca a su propio dueño.
Sólo veo, huelo y siento a hermanos argentinos empujados hacia un abismo de odios, rencores, divisiones y desprecios que descorren por mi mente esa pantalla invisible que proyecta la historia de la que venimos, los seres que nos dieron vida, la tierra que nos sostuvo y nos hizo ser  lo que somos.
Mi queridos hermanos,  por estos días estamos vivos, pero es cuestión de tiempo “estar muertos” ¿qué sentido puede tener pretender poseer la verdad, o alguna cosa para siempre como si fuera  única y absoluta?
¿Qué sentido puede tener el odio si vamos a morir?
¿Qué sentido puede tener juntar cosas materiales si vamos a dejarlas?
¿Qué sentido puede tener aplastar a los enemigos si cualquier enfermedad puede acabar con nosotros de la misma manera?
¿Qué sentido puede tener pretender vivir en la persecución constante del placer si por el mismo acto de hacerlo se nos socava la vida?
Mis queridos compatriotas: la humanidad ya ha pasado por todas las conjugaciones del poder, la política y la religión, ¿vieron que ninguna duró para siempre? Que ningún ídolo fue eterno, que ningún prócer pudo proteger sus conquistas para siempre, que ningún Dios humano, logró la eternidad?
El odio, los enfrentamientos, las divisiones, las persecuciones terminan con la propia vida y convierten la vida en sociedad en un desierto que nos comienza a tragar desde adentro.
El perseguido se vuelve perseguidor.
Sólo el amor nos libera y nos hace fuertes e invencibles.
Todo es una gran ilusión. Todo pasa. Lo bueno y lo malo.
La vida es un río constante que fluye hacia la nada o hacia el todo.
El amor une y da felicidad.
No conozco a nadie que sea feliz sin amor, solo, y lleno de temor de perder los poderes o bienes materiales, que se empeña en guardar y aumentar celosamente.
El amor no necesita bancos para ser guardado, cabe en el corazón y va siempre con uno. No puede ser robado ni fragmentado, ni siquiera puede ser confiscado.
Y mientras más se lo da, más se tiene.
Y con él llega la comprensión y cuando uno comprende se da cuenta que: Los argentinos somos uno. ¿Cómo se puede dividir el pasado que nos hizo? ¿Cómo se puede anular la multiplicidad de ideas que nos forjaron? ¿Cómo borrar de un plumazo el trabajo y el esfuerzo de tantos millones que nos trajeron hasta el presente?
No olviden mis querido hermanos que estamos hechos de instintos y deseos; ellos siempre impulsan nuestros actos, el tema es cómo lo hacemos, si perdemos el equilibrio, la mesura, la sobriedad, indefectiblemente caemos en desgracia, aunque por un tiempo nos parezca que hemos triunfado.
Parece que somos diferentes, pero detrás de cada máscara estamos sujetos a las misma leyes universales, nacer, comer, eliminar los desechos, morir. Todo lo demás son anécdotas, ilusiones, espejismos.
Todos y cada uno de nuestros muertos nos reclaman unidad, “porque ahora que están muertos” se han dado cuenta que no les sirvió la intransigencia.
Tengamos en cuenta que cuando hay caos se habla de patriotismo y lealtad. Y comenzamos a dividirnos y toda división lleva al enfrentamiento y sobreviene la destrucción, pero no hay victorias ni derrotas, puesto que todo pasa, se transforma, y muere.
No se engañen pensando que aturdidos por fuegos artificiales no existe la profunda oscuridad de la tumba. No se engañen creyendo que podemos polarizarnos y que alguno de esos polos permanecerá por siempre ejerciendo su supremacía; una de las leyes de la naturaleza es el ritmo: la alternancia de los mismos, o sea de todo lo que es y se manifiesta: lo que está arriba, baja y viceversa.
Hermanitos argentinos no dejemos de vernos a los ojos porque ellos reflejan la argentina que nos dio la vida. El amor y la compresión abren fronteras insospechadas hacia la paz y el bienestar, todo lo demás son espejitos de colores, su brillo es efímero, “sólo por un tiempo”, luego el reverso, la nada.

José Luis Thomas

Contaminación sonora - Nota Publicada en Notiserrano 127


Contaminación sonora, 

Los ruidos externos e internos 


Por José Luis Thomas

¿Será que la gente gusta de hacer ruido porque necesita afirmar su personalidad, porque no tiene algo mejor para destacarse?
El ruido, enmarcado y aumentado por altísimos niveles de volumen o lo que sería igual, la desarmonía de sonidos,  representan, expresan  o reflejan el estado mental, emocional y evolutivo de quienes han perdido el sentido del equilibrio; encerrados en su mundo desconocen la simultaneidad de la convivencia con otros congéneres. Con toda seguridad muchos de los que hablan de “discriminación” y de “derechos humanos” son los que más quiebran las leyes naturales de la socialización respetuosa con el semejante, el  otro, que como siempre digo –el otro, es uno mismo, visto desde su lugar- o lo que sería lo mismo todos somos “el otro”.
El problema va en aumento y como siempre que emergen estas cuestiones relacionadas con la sociedad y sus conductas individuales y grupales, los gobernantes, los que hacen y deben aplicar las leyes, están en otro mundo o tal vez en este, pero comprometidos con ciertas conveniencias personales que les impiden legislar y gobernar  acorde con la realidad. Ya no es un problema partidario, es más una forma de ser, que desconoce la verdadera razón y el justo sentido que tiene al asumir la responsabilidad de conducir los destinos del conjunto de la sociedad.
El ciudadano está desprotegido, no cuenta con los recursos legales adecuados a las variables de la sociedad y se ve forzado a enfrentar, la más de las veces, en estado de franca violencia, sacado de su control habitual, en busca de restablecer un orden medio que permita una convivencia en paz. Vemos ese descontrol como una infección en aumento día a día.
Y sólo se habla al respecto.
Y no es que los legisladores no puedan votar leyes para paliar estos males, puesto que todos vemos que cuando a “ellos” les conviene, votan lo que sea, sin siquiera discutir.
Y también vemos, cómo nos toman el pelo entrando en debates absurdos, cuando los temas no los tocan partidariamente.
Estamos  acéfalos de gobernantes atentos a la realidad. Sí tapados de inescrupulosos arribados al poder para solucionar sus propias vidas. Hacer política ha dejado de ser una profesión honorable, para convertirse en una salida laboral; por eso vemos, escuchamos y soportamos a tantos advenedizos a quienes les chorrea la ignorancia. Ni siquiera tienen sentido común.
Vivimos en un caos en todo sentido. Somos parte de una caída vertiginosa de valores; es ahora que se desconocen las leyes naturales, por eso es necesario que los que gobiernan, estén atentos a los problemas reales, que dejen de lado las diferencias partidarias, que dejen de estar preocupados por los votos de la próxima elección,  puesto que si  el pueblo “ve y siente” que están trabajando como corresponde, los apoyarán. Que gobiernen para todos, no sólo para los partidarios.
Para esta nota tomé el tema de la contaminación sonora entre una infinidad de males que nos empujan a vivir mal, a soportar la supremacía de la arrogancia de quienes no tienen nada para perder y que amparados en “los derechos humanos” avanzan desconociendo el sentido de las cosas y el orden natural –no hablo del orden intelectual- sólo el natural, que da el sentido común y que permite reconocer que somos parte de una cadena evolutiva –cada uno tiene un lugar y desde ese espacio debe contribuir a ejercer la fuerza justa de presión para que la circulación no se rompa.
Los espacios no se ganan atropellando, desconociendo o confrontando a quienes son o han llegado a ser y a tener valores y bienes materiales; la evolución es parte del esfuerzo sostenido en una conciencia que se respeta y se permite la posibilidad de ejercer la virtud de hacer coincidir lo que se piensa con lo que se dice y hace.  Que el discurso esté en concordancia con la acción.
Pero esto parece un ideal imposible. No es redituable.
Todo se relaciona con todo, aunque nos hayan enseñado a dividir y a separar, a seleccionar y a marginar, como si nada tuviera que ver con nada.
Sucede que es más fácil manipular si las diferencias que hacen al todo están separadas,  y mejor si confrontan entre sí, estableciendo la supremacía de unas sobre otras, si descalifican.
Vivimos en un tiempo en el que todo vale, se desconocen las capacidades y a quienes se han esforzado por hacer de sus vocaciones una profesión digna, edificante y que a lo largo de sus vidas han construido una trayectoria. Aún se cree que se pude dividir al mundo en capitalistas y comunistas. Todavía no se ha visto la falacia de tales ideales porque se desconoce la verdadera naturaleza humana, de qué estamos hechos  y cómo somos presa fácil de los instintos más básicos que perviven en nosotros como especie aunque parezcamos tan sofisticados.
Todo ser humano quiere satisfacer sus necesidades, lo que le mandan los instintos –el control de esos mandatos depende de la formación integral del individuo, es decir el equilibrio entre su cuerpo físico, mental y espiritual.

El problema no es “ser rico o pobre”, porque detrás de ellos hay un ser humano urgido por necesidades; si no evolucionó en su integridad, el dinero no hará la diferencia.
Ser pobre no es una virtud ni sinónimo de bondad, humildad y buenas formas y costumbres,  así como ser rico no es  sinónimo de maldad.
Lo malo o lo bueno siempre es el ser que manipula el poco o mucho dinero; todo es cuestión de cantidad. La necesidad de poder subyace en cada ser humano,  lo vemos en la cotidianidad, quién sea que tiene un poquito de poder siente placer de ejercerlo sobre el subordinado; todo es cuestión de rangos.
Hacer ruido no es privativo de pobre ni de ricos, es la consecuencia de individualidades que desconocen el sentido de vivir en sociedad. Que necesitan del aturdimiento para no escuchar sus voces interiores que los acosan, porque la conciencia siempre habla y si la escuchamos nos dice lo que está bien lo y lo que está mal, sin necesidad de controles externos, pero preferimos taparla con conceptos e ideales que presentan una realidad virtual, hecha a nuestro gusto, a cómo nos gustaría que fuera la vida, desconociendo la realidad porque ella sin dudas nos impone respuestas directas, comunicación, incorporación del otro a nuestro universo autista.
El individuo suma su conducta a la sociedad y la sociedad le devuelve multiplicado su equilibrio o su desequilibrio; los gobernantes deberían trabajar para restablecer el orden, pero ellos vienen en carreta, el traqueteo de sus propias mezquindades les impide responder a los requerimientos de sus votantes.
Estamos envueltos en una maraña de mentiras, manipulaciones, fraudes y confrontación de ideales, mientras la realidad se nos escapa como el agua entre los dedos. La acción y la corrección es inmediata, no es difícil de ver y llevar a cabo si tan solo nos permitimos escuchar a nuestra conciencia que siempre grita la respuesta; claro si no la tapamos con soluciones ideales que “siempre deberían ejecutar otros”. Los cambios comienzan por uno; si uno no cambia, ¿por qué van a cambiar los demás?
Por eso todo sigue. No espere milagros, ni soluciones mágicas que lo liberen de hacer el esfuerzo.
El ruido es parte de esas conductas individuales.
Nuestros legisladores y gobernantes también hacen ruido por eso no pueden legislar acorde a las necesidades que la realidad impone.
Por otro lado el ruido no es sólo sonoro, es una metáfora  que representa la exageración y la suma de todas las conductas confusas que tienden a embarrar la cancha: en todo sentido. Ej: Meter miedo, discriminación, odios, represalias, discursos vacíos de contenido, confrontaciones, enfrentamientos, inseguridad, fraudes, corrupción, partidos de fútbol, etc, son modos de imponer voces, pensamientos y acciones que por su gravedad y su impacto social intentan tapar las voces genuinas. Así como en mi medio serrano, vecinos que vienen de las grandes ciudades, ponen su música, imponen su gusto, a todo volumen cubriendo el sonido natural de estos lugares “que son elegidos para descansar” -veasé la contradicción- justamente porque son tranquilos, y desplazan el silencio, el ulular del viento en los árboles, y el variadísimo, fino y equilibrado canto de los pájaros. Escapan de la “locura ciudadana” para trasplantarla  rompiendo el equilibrio natural.
Por eso digo que todo tiene que ver con todo: quien hace ruido físico es porque genera ruido en su conducta y “ya está sordo” para darse cuenta del ruido que hacen los demás, sobre todo los gobernantes.
Por qué digo que quienes legislan están en sus torres de marfil: porque la vida es algo en continuo cambio –es una obviedad dirán- sí lo es, pero no hacen lo necesario para adaptarse legalmente.
Antes se pasaba música con un winco o algún tocadiscos (hablo siempre de los ruidos vecinales), ahora la tecnología ha generado aparatos de sonido de altísimo nivel que suenan como una orquesta en vivo. Aún desde los automóviles.
Cuando se llama a la policía de la zona para que intervenga responden amablemente que no pueden hacer nada, a lo sumo acercarse e intentar ver si los “ruidosos no están tan emborrachados o drogados” y aún conservan algo de sentido común y acceden a bajar el volumen.  No hay una ley de convivencia adecuada para estos casos que los autorice a poner límites y a ser obedecidos. Después lamentamos cuando un vecino fuera de sí, enfrenta a los “ruidosos” y hay heridos (por no decir muertos). Siempre nos lamentamos después. El ruido general de la conducta nos impide “prevenir” con leyes y ordenanzas que regulen los límites.
Otro ejemplo: Los gobernantes descubrieron que controlar el tránsito les permite recaudar “entonces hicieron propicia la necesidad de establecer controles” basado en el eufemismo de “cuidar a los ciudadanos”.  Y la gente poco a poco –hijos todos del rigor y sobre todo del bolsillo- comenzaron a respetar ciertas normas. Otras como hablar por celular aún necesitan control; seguramente porque los que gobiernan también son adictos al mismo.
Ya ven como el ruido es una contaminación que sale de adentro nuestro, de la conducta, de las emociones, del pensamiento y por ende genera acciones que alteran la armonía y la paz –que no es un utopía- depende siempre de nosotros.